Esculpir el tiempo

La restauración de 
la Fuente de las Antillas, de Rita Longa, 
devuelve vitalidad al patrimonio de 
la Capital de la Escultura Cubana

La Fuente de Las Antillas, entre leyenda y realidad

El estar emplazada a orillas del río Hórmigo, que divide en dos a Las Tunas, y custodiada por las principales vías de esta ciudad, hacen que la escultura La Fuente de Las Antillas no escape a la mirada de lugareños y de toda persona que visita el Balcón del Oriente Cubano.


La rápida localización del sitio que la autora de la obra –la célebre artista de la plástica Rita Longa Aróstegui (La Habana, 1912-2000)– definió como el lugar ideal, agilizó el proyecto, que tenía otros candidatos en Cuba y el extranjero, y finalmente se materializaría en la urbe tunera.

Para sus anfitriones, La Fuente de las Antillas es el símbolo de la cultura y del arte tridimensional en la localidad, por su belleza y porque fue a partir de su inauguración, el 24 de febrero de 1977, cuando la propia artista bautizó a Las Tunas como Capital de la Escultura en la Isla.

Para su concepción la autora se inspiró en la leyenda del cacique Jaía, narrada por Pedro Anglería, cronista del Gran Almirante Cristóbal Colón.

Cuenta la leyenda que este cacique gobernaba en una comarca y su hijo, único heredero, murió. Entonces, él decide sepultarlo en el interior de una calabaza –símbolo de prosperidad y fertilidad–, con el propósito de mantenerlo cerca y con la esperanza de que en algún momento resucitara.


Pero un día cuatro muchachos, atraídos por la curiosidad, tomaron la calabaza, que saltó y estalló. De ella brotaron peces y agua, lo que dio origen a Las Antillas.

La obra tiene una dimensión de 40 metros de largo por 30 de ancho. En el centro hay una india taína, tendida sobre la flora marina, que representa a la mayor ínsula antillana.

Quienes visitan la pieza se ven atraídos por su excelente realización, bien lograda por su terminación y parecido a la forma geográfica de la Isla de Cuba.

Así, la cabeza y los brazos de la mujer representan a oriente; la pierna izquierda doblada, a Cienfuegos y la Ciénaga de Zapata; y la otra pierna, extendida, a las provincias occidentales.


Los corales que la rodean dan vida a la Isla de la Juventud y las Antillas Menores: Puerto Rico, República Dominicana, Haití y Jamaica; mientras al lado de la India Taína se ubican las esculturas de los cuatro jóvenes, alrededor de una gigantesca calabaza, de la cual sale el agua narrada en la leyenda.

Para la ejecución de este conjunto escultórico de ferrocemento, se empleó arena rosada transportada desde Guamá.

La Fuente de Las Antillas, una de las principales obras de Rita Longa, recibió una reparación capital hace unos meses. Algunas de sus piezas deterioradas se recuperaron y otras fueron sustituidas por réplicas, al tiempo que se restablecieron los conductos para la circulación del agua.



Al cabo de casi cuatro décadas de su inauguración, su existencia cobra más vida, pues además de colindar con un elegante complejo gastronómico, numerosas familias aprovechan su entorno para comunicarse con el mundo a través de la wifi.

Rita Longa La Única en la escultura

EL 14 de junio de 1912 se asomó a la vida en un hospital habanero una figura emblemática de la plástica cubana: Rita Longa Aróstegui, artista ilustre a cuyo talento se asocian varias de las esculturas más importantes emplazadas por toda la geografía nacional.


La aptitud de Rita para modelar la forma y el espacio le vino desde pequeña. Pero su definitiva inserción en ese mundo ocurrió en 1928, cuando culminó el bachillerato. La Academia de San Alejandro le franqueó sus puertas. En sus aulas recibió lecciones del maestro Juan José Sicre, y dos años después, en el Lyceum capitalino, de la profesora Isabel Chapotín.

Sin embargo, Rita se tuvo siempre por una autodidacta, empeñada en dotar su obra de aires innovadores. «Mis primeros trabajos eran juegos de líneas y de formas, búsquedas de soluciones osadas, expresiones nuevas, tanteos que fueron adquiriendo mayor seguridad», declaró una vez.

Tenía apenas 20 años de edad cuando, en 1932, remitió sus muestras primigenias a sendas exposiciones colectivas en galerías de La Habana. Una de aquellas obras —titulada Sed—, se exhibió con inusitado reconocimiento público en el Salón Femenino del Círculo de Bellas Artes.

Dos años más tarde, presentó su primera exposición personal en el Lyceum, donde antes había sido discípula. A tan significativo peldaño le continuó su participación en el Primer Salón Nacional de Pintura y Escultura (1935). Allí su pieza Torso mereció una de las guirnaldas.


Eran las refulgencias iniciales de una estrella nacida para brillar intensamente. Así, gracias a su talento, le fueron llegando en sucesión importantes lauros. Como la Medalla de Oro por su obra Triángulo (1936), presentada con laureles y elogios en el XIX Salón del Círculo de Bellas Artes.

También ganó el Segundo Premio en el Salón Nacional de Pintura y Escultura (1938), con Figura trunca, obra que, según la enciclopedia de historia y cultura En Caribe, «fue exhibida —y particularmente celebrada por la crítica norteamericana— en la exposición de arte latinoamericano organizada en colectivo en 1939 por el Museo Riverside».

Para entonces Rita ya había incursionado en otras áreas profesionales. En 1937 formó parte del proyecto Estudio Libre de Pintura y Escultura. Sus clases se distanciaron allí de la enseñanza académica. Además, le permitieron alternar y compartir inquietudes con otros artistas que conformarían luego la segunda vanguardia plástica cubana.

Presidió el Negociado de Enseñanza y Divulgación Artística de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, y la Secretaría Ejecutiva del Instituto Nacional de Artes Plásticas. Ya su obra trascendía el territorio nacional y se incluía en el patrimonio de varios países.

LEGADO ARTÍSTICO

El primer desafío profesional de Rita fue en 1940, cuando el arquitecto Eugenio Batista le confió la realización de un Sagrado Corazón para una residencia privada que estaba a punto de inaugurarse. La artista aprovechó para plantearse el reto de integrar con armonía la escultura con la arquitectura.

El tema religioso continuó siendo un leit motiv en su obra. Como La Santa Rita de Casia (1943, concebida para un templo de Miramar). Y… La Virgen del Camino (1948). Esta obra la obligó a acudir al Tribunal de Ritos de Roma para que declarara legítima la devoción popular despertada por su imagen. Fue coronada por la autoridad eclesiástica romana como «madre protectora del viajero peregrino». El tópico alcanzó su clímax en La Pietá (1957), fastuoso mármol que ella consumó para un mausoleo en el cementerio de Colón.

No son pocas las esculturas de Rita devenidas símbolos. Además de las vírgenes capitalinas, figuran su célebre Grupo familiar (1947), graciosas figuras de venados emplazadas en el Zoológico habanero. Asimismo su Ballerina, en la entrada del cabaret Tropicana. También es encomiable su conjunto Forma, Espacio y Luz, que desde 1953 preside la fachada principal del Museo Nacional de Bellas Artes.


Una de sus creaciones más admiradas es La fuente de Las Antillas. Rita la situó junto al río Hórmigo, en los accesos a la ciudad de Las Tunas —llamada Capital de la Escultura Cubana, con más de cien obras al aire libre—, para trasladar a códigos plásticos una fantasía literaria de Pedro Anglería, cronista de Cristóbal Colón.

En Las Tunas, por cierto, funciona la Galería Taller Rita Longa, poseedora de la mayor colección de esculturas de pequeño formato de Cuba. En honor a la artista, la provincia celebra periódicamente la Bienal Nacional de Escultura, evento que le confiere continuidad a su legado.

Otras obras imperecederas del catálogo artístico de Rita son El bosque de los héroes, en Santiago de Cuba; La muerte del cisne, en los jardines del Teatro Nacional; Caonaba, en la camagüeyana Nuevitas; la Aldea taína, de Guamá, en la Ciénaga de Zapata; El Gallo de Morón, en esa localidad de Ciego de Ávila; La leyenda de Canimao, en Matanzas; y en Cienfuegos está su india Guanaroca.

Incluso, la cabeza del indio de la cerveza Hatuey, devenida símbolo internacional de la popularísima y espumosa bebida, fue originalmente una obra en bronce de la autoría de Rita Longa. Se dice que cuando ella la diseñó, alguien le señaló con humildad que no parecía la testa de un taíno, sino la de un putumayo. Y que la artista corrigió el defecto.

OBRA IMPERECEDERA

El crítico de arte Alejandro G. Alonso dijo de ella: «Tiene que haber mucho de genuino en la obra de Rita Longa cuando todo un país la ha podido ahijar de modo tan entusiasta». En efecto, si Rita Montaner fue la Única en la música, ella fue la Única en la escultura.


En 1995 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Sus palabras de entonces fueron definitorias:

«Las personas conocen mi obra porque la están viendo desde hace más de 60 años —aseguró la escultora en su discurso de agradecimiento por el lauro recibido—. Esa es la única razón de mi popularidad. Es el tiempo, la reiteración, lo que impone la obra de un artista. No importa para nada si se recuerda su nombre o no. El trabajo es lo que queda».

Rita falleció a los 87 años de edad, el 29 de mayo de 2000, en la ciudad que la vio nacer y donde, según uno de sus críticos, «un día trató de descifrar el misterio que esconde la piedra, segura de que "el arte es un idioma universal que cada cual debe hablar con propio acento"».

Escultura en Las Tunas: 40 años de historia y patrimonio

Hoy esta ciudad tiene motivos para celebrar: el Movimiento Escultórico cumple 40 años. Todo un acontecimiento cultural de la provincia y el país, por haber trascendido el quehacer artístico e inscribirse en el ámbito social.


Cuando aquel 24 de febrero de 1977, se inauguraba la Fuente de las Antillas, devenida emblema del territorio, surgía ese Movimiento, iluminándose el horizonte para el entonces deprimido panorama artístico local. Fue iniciativa de Faure Chomón Mediavilla -destacada personalidad política con una extraordinaria sensibilidad cultural, que se desempeñaba aquí como primer Secretario del Partido- persuadir a la figura cimera del arte volumétrico en Cuba, Rita Longa, a que emplazara en esta tierra su conjunto escultórico. A partir de la concreción de ese hecho, creció la cultura.

Durante cuatro décadas hemos celebrado eventos en los que se intercambian, exponen, enseñan y aprenden temas relacionados con la escultura en el país y otras geografías. Los encuentros de escultores, devenidos bienales desde 1995, han irradiado con su vasta labor una cifra considerable de obras ambientales o conmemorativas, así como la colección contemporánea de pequeño y mediano formatos más importante de la Isla, atesorada en la Galería Taller.


Artistas emblemáticos nos han donado parte de su creación, posibilitando fomentar una nómina de envergadura que hoy se aprecia tanto en nuestro entorno cotidiano como en esa singular institución. José A. Díaz Peláez, Teodoro Ramos, Florencio Gelabert, Sergio Martínez, Manuel Chiong, Alberto Lescay, Guarionex Ferrer, son solo algunos de los artífices que aquí constan, cuyos legados se incluyen en el valioso catálogo de la cultura nacional y universal.

La impronta artística, cultural y social de nuestro Movimiento Escultórico es un hecho innegable y reviste gran significación para esta provincia y la nación en general, por cuanto forma parte del entorno e identidad.


No obstante, resulta siempre oportuno reactivar la conciencia colectiva y hacer hincapié en la población y las instituciones sobre la importancia del cuidado y la conservación de las esculturas que realzan nuestro paisaje cotidiano, procurando que el sentimiento de pertenencia y responsabilidad se arraigue aún más y perviva también en las venideras generaciones, herederas de un patrimonio que nos distingue y enorgullece.

Créditos

Textos: Róger Aguilera, Juan Morales Agüero, Bárbara Carmenate 

Fotos: Yaciel Peña de la Peña, Reynaldo López Peña, La Jiribilla, Juventud Rebelde 

Edición: José Armando Fernández Salazar