Hombres de hollín

Una comunidad cercana al Puerto de Manatí, en el nororiente de Cuba, tiene como impulso vital la producción de carbón 

A leguas de distancia el humo descubre el lugar. Es un vaho raro, entre dulce y salado, donde se advierte la proximidad de la costa. La Carbonera de Los Pinos, en Manatí, fue siempre, a mi vista de infante, un hervidero de hornos, con el aderezo de los pobladores pendientes al fuego. Hoy se me antoja, muy disminuida la presencia de "casitas humeantes".

A las primeras horas de la mañana el Sol ya castiga con una brutalidad que pinta formas rojas en la piel. Los mosquitos devoran, literalmente, incluso en los momentos cuando la humareda enceguece. Y en medio de estas adversidades Rafael sonríe con la jovialidad de quien ha vivido por casi 50 años, en el mejor lugar del mundo.

Rafael Cedeño Hidalgo me acepta el diálogo, con una pala en la mano y todo envuelto en hollín. La fortuna lo llevó un día a aquellos parajes agrestes y armó familia. Por tradición heredó el único oficio de la comunidad, ser carbonero, pero de esos cuya leña se cocina con la llama buena del querer hacer.

Me cuenta de la parva, como se coloca sobre el suelo y radialmente, una tejedura de pequeños pedazos de madera cruzados hasta formar un círculo. Luego se empaca la materia prima, que debe ser carbonizada, con buen tino para que el fuego y los gases calientes circulen correctamente. Las piezas más largas de leña se colocan de forma vertical hacia la periferia, encima se pone una capa de yerba, o paja y luego de recubre de tierra. Al final el horno tiene forma de bohío chico.

"Desde que pongo los ojos en la leña -asegura Cedeño- pienso en mi familia. No le puedo tener miedo al Sol, a los mosquitos, o a las malas noches. Es la comida de mi casa lo que está en el juego.


“Me lleva todo un mes el proceso, aunque la parva se queme en siete u ocho días. Y es trabajo constante, no se puede pensar en dormir la noche completa porque puede aparecer una boca de fuego y malograrse todo en un segundo. Cada cual tiene que velar la suya, aunque nos ayudamos los unos a los otros.

“Una vez quiso la fatalidad que se me fuera una pierna, hasta la rodilla, para adentro de un horno. Aquello fue criminal, es impensable la temperatura que se cocina allá adentro, si no ando rápido me devora".

No solo ante mis ojos ha decaído la actividad carbonera en esta porción de territorio manatiense. Donde antes se erguían más de 10 montecitos de humo, ahora apenas llegan a la mitad. Y las cinco familias que habitan la comunidad están directamente relacionadas al proceso productivo. Allí nadie teme embarrarse de hollín.

Rafael asegura que los tiempos han cambiado mucho. "Antes –agrega- habían varios oficios, y muchas más personas involucradas. Unos picaban la leña, otros las transportaban, de forma tal que los carboneros solo nos dedicábamos a nuestros hornos. Pero ahora hay que hacer el proceso entero uno mismo y es mucho más difícil.“Nosotros pertenecemos a la Empresa Forestal y dependemos de la transportación que se nos asigne para buscar madera al monte. 

Últimamente este ha sido el principal problema que enfrentamos porque si no hay leña no se puede hacer carbón. Y aquí todos cobramos por resultados, imagínese de qué vamos a vivir si no producimos.“Tenemos que garantizar lograr un horno por mes de carbón vegetal. Una parva grande rinde 100 sacos, y nos lo pagan a 60 centavos el kilogramo, el saco vienen saliendo a 12 pesos. Y nos descuentan el tiro de leña y el cinco por ciento. Se pasa mucho trabajo para ganar poco".

"Tenemos que garantizar lograr un horno por mes de carbón vegetal. Una parva grande rinde 100 sacos, y nos lo pagan a 60 centavos el kilogramo, el saco vienen saliendo a 12 pesos. Y nos descuentan el tiro de leña y el cinco por ciento. Se pasa mucho trabajo para ganar poco".

Rafael y los otros carboneros anónimos se despiden moviendo los brazos, me invitan a regresar cuando quiera. Ojalá que el legado de la primera estirpe que inauguró el oficio y le dio nombre a la comunidad no se disipe en aquellos lares. Y que las vueltas sean para encontrar muchos más "bohíos humeantes" que adviertan el camino.

CRÉDITOS

Texto: Yuset Puig

Fotos y Video: István Ojeda

Edición Multimedia: José A. Fernández Salazar