Lo que nace de adentro

El triunfo o el fracaso de las transformaciones en las comunidades siempre dependerán del grado de participación de las personas

Decir que el éxito de Lourdes Ulacia y Yoleidys Hernández radica en no llamar factores a los factores de la comunidad —una práctica tan común y protocolar en los ámbitos de acción del Poder Popular— sería pasar por alto las horas y el esfuerzo que les han dedicado al proyecto Sonrisas del futuro, en el poblado chambero de Enrique Varona.

Ellas saben que no bastaría con reconocer en los factores a las personas para lograr que se involucren, aunque parece un excelente primer paso despojarlas de toda ritualidad y rimbombancia, aterrizando la pertenencia.

No obstante, y por eso no se trata solo de cómo se dice, Fidel Cruz sí habla como un delegado del Gobierno Municipal; con la cadencia y el vocabulario que cientos de asambleas y reuniones de la circunscripción han ido modelando, a veces sin notarlo; y, también, puede mostrar, sin alardes, la historia de su comunidad baragüense, La Yaya, aunque no sea en la manera en que ciertas revistas presentan el antes y el después de las cosas.

Entre Baraguá y Chambas hay cientos de kilómetros que desdibujarían cualquier intento de comparación o competencia, si se llegara al extremo de medir con números lo que los números no pueden expresar. Por más que falten recursos materiales e infraestructuras, adonde realmente apuntan en Falla (así siguen nombrando al pueblo tantísimos años después) y en La Yaya es a esa porción intangible del alma de la gente que cuando cambia, lo hace para siempre.

Cada municipio de Ciego de Ávila tiene, al menos reconocido como tal, un proyecto de Trabajo Comunitario Integrado (TCI), concepto que agrupa iniciativas locales más o menos parecidas, gestadas en el vientre fecundo de los barrios. Pero la aspiración de este objetivo de trabajo de las asambleas del Poder Popular, en las distintas instancias, por definición, tiene que ser más.

LO DICE EL MANUAL

El Manual de Funcionamiento Interno de las Asambleas del Poder Popular es exacto cuando aclara: "no todo accionar en una localidad constituye un trabajo comunitario ni aun cuando solucione problemas o necesidades de la población, o involucre a todos o parte de sus vecinos en la ejecución de una tarea; tampoco porque existan proyectos o financiamientos estamos en presencia de trabajo comunitario, pues es más que la intervención que propone y propicia la solución de un problema.

“El trabajo Comunitario es un proceso de transformación que implica desarrollo humano, y que la comunidad sueña, planifica, conduce, ejecuta y evalúa con plena participación."

La cita pertenece al Manual de Buenas Prácticas, editado por la Cátedra de Investigación Educativa Graciela Bustillos, de la Asociación de Pedagogos de Cuba, y se hace coincidir con una idea del educador brasileño Paulo Freire, al asegurar que el cambio no puede venir de afuera, pero no puede dejar de salir de adentro. La primera conclusión es que el TCI es un proceso de aprendizaje continuo, urgido de educadores populares —según la cosmogonía martiana o la del propio Freire (o ambas) —, gente con capacidad de liderar las transformaciones y movilizar desde el convencimiento.

Si no quedara claro qué entender por TCI, el documento rector del quehacer de los órganos locales es preciso cuando reconoce que el núcleo está en el barrio como protagonista y la comunidad como fuente de iniciativas. Manual al fin, están “masticadas” las vías en que deberían tomar cuerpo los emprendimientos nacidos de las necesidades culturales, sociales y económicas de las personas, en un diseño de desarrollo endógeno que no debe ni puede esperar regalías del cielo.

Por eso en La Yaya y en Enrique Varona hicieron primero y después pidieron, trocando de una vez el orden lógico establecido por la rutina en tiempos en los que las solvencias en lo macro social respaldaban demandas diversas en lo micro social.


Mas, a juzgar por el informe resumen sobre el TCI de la Asamblea Provincial del Poder Popular en Ciego de Ávila, elaborado por la Secretaría de ese órgano de gobierno, en la mayoría de las 553 circunscripciones avileñas no se ha encendido la lucecita que brilla en los ojos de Fidelito y Lourdes. Todavía, de cuando en 2017 el territorio experimentó avances, persisten debilidades que van desde la incorrecta aplicación de la metodología hasta la escasa visibilidad y difusión de las mejores experiencias.

PARADOJA DE LA INTEGRACIÓN

“Hace dos años, en el evento provincial, se presentaron 10 proyectos, a razón de uno por municipio. La interrogante es cuántos se mantienen hoy.” Fidelito lanza la interrogante y se contesta a sí mismo: “Hay cuestiones que están fallando. En primer lugar no se trabaja integralmente. Las acciones van dirigidas a los problemas y no a las causas, de ahí que algunos proyectos desaparezcan. Pongamos por ejemplo un microvertedero, se erradica el basurero, pero a la semana empieza a crecer de nuevo, pues se atacó el inconveniente, no la indisciplina, la falta de infraestructuras, el mal funcionamiento de Comunales. Y por último, se concentran en lo material y no en lo espiritual, no explotan los valores y tradiciones de las comunidades en la creación de una conciencia colectiva. Además, no se documenta suficiente lo que se hace.”


A la iniciativa de Yoleidys Hernández, que reunió a las niñas y niños de la zona y con títeres inventados empezaron a hacer las delicias propias y de los demás, Lourdes Ulacia le dio el empujón que faltaba para ser considerado trabajo comunitario integrado y no va a parar hasta lograr que Sonrisas del futuro se convierta en El hormiguero, un sueño más grande y ambicioso que irradie hasta donde todavía no llegan. Mucho le ha servido su responsabilidad como Presidenta del Consejo Popular Enrique Varona y ahora la de Diputada al Parlamento cubano.

Sin embargo, hay un tono casi pedagógico —anterior a cualquiera de estos cargos— en la manera en que se expresa, incluso cuando explica por qué el TCI es todavía excepción dentro de la regla. "Indicaciones tenemos de sobra, aunque pienso que nos golpean los cambios de delegados, porque cuando en una circunscripción se logra un proyecto, viene un proceso de renovación y, a pesar de la entrega, hay que esperar a que esa persona le ponga amor y sentido de pertenencia, y no siempre ocurre. No basta con tener un diagnóstico y un plan de acción, lo fundamental es el amor y la constancia."



• Lea aquí: Sonrisas del Futuro enaltecen a Fidel, una reseña de los inicios del proyecto chambero

La metodología del TCI establece tres pasos para la actuación: diagnóstico de los problemas y necesidades del barrio; elaboración y ejecución del plan de acción, y seguimiento y evaluación del proceso y su impacto. Mas, Lissette Arzola, Doctora en Ciencias y Gestora de Desarrollo en la Universidad de Ciego de Ávila Máximo Gómez Báez, prefiere hablar de desafíos en lugar de problemas.

En su opinión, estos tienen implícito el optimismo al asumirlos, en tanto, en problemas hay mucho de incertidumbre. De manera que, y sirva de segunda conclusión, hasta el enfoque podría determinar la salud de iniciativas barriales con vocación trasformadora.

En este sentido, Arzola apunta a una realidad nacional y territorial en la que varios actores están trabajando sobre proyectos de distinta naturaleza, con disímiles salidas que, no obstante, tienen su espacio de concreción en las comunidades, por cuanto persiguen el desarrollo humano. Pero, y valga este pero para poner el dedo en la llaga, esa variedad no genera “una plataforma multiactoral de gestión del desarrollo. Por eso es que se insiste en el TCI como herramienta aglutinadora capaz de deshacer la fragmentación y dispersión de los saberes y prácticas. Y, aunque la provincia tiene muchas potencialidades, carecemos de un espacio de concertación donde nos escuchemos. No hablo de una reunión más, sino de un encuentro para trabajar.”


Precisamente, la desconexión es el lado más flaco de la intención gubernamental de fomentar, acompañar y propiciar el trabajo comunitario integrado. Aun cuando escuelas, casas de cultura y otras instituciones sociales y económicas están enclavadas en las localidades, y a ellas se deben, los proyectos, en ocasiones, no son capaces de movilizar, crear sinergias ni de sostenerse en el tiempo. Tampoco existe total comprensión por parte de los cuadros de dirección en el control y fiscalización de las tareas —una deficiencia señalada por Esteban Lazo Hernández, presidente del Parlamento cubano, hace tres años, sin embargo, persiste en los días de hoy.

La falta de integralidad y de articulación de los emprendimientos barriales no ha permitido, entre otras cosas, aprovechar los recursos disponibles gracias a la contribución territorial de las empresas, ni transformarse en Iniciativas Municipales del Desarrollo Local, salvo la honrosa excepción del Reverbero en que D'Morón Teatro ha convertido su radio de acción más inmediato.

PARTICIPAR ES EL CAMINO

Según el Informe de la Asamblea Provincial del Poder Popular —al que es menester señalarle la urgencia de más rigor, en función de identificar mejor las debilidades y amenazas del TCI, así como un enfoque propositivo—, en las 553 circunscripciones avileñas está creado el grupo de Trabajo Comunitario Integrado, y, al mismo tiempo, se reconoce que en las reuniones de los consejos populares “no se incluye regularmente como punto del orden del día la marcha de los proyectos y tampoco se realiza un análisis profundo de las principales causas que inciden en las dificultades presentes en el funcionamiento”.

Entre otras dificultades, sobresale el hecho de que los diagnósticos (primer paso de todo el proceso) no siempre se ajustan a la realidad; falta cohesión entre los factores; no ha sido suficiente la utilización de las escuelas como centros culturales en las circunscripciones; y no se ha logrado que todos los cuadros tanto políticos, como administrativos incidan más en las comunidades.

Sobre estas y otras insatisfacciones recogidas en el documento, y comprobadas en la práctica por Invasor, gravitan condicionantes de índole subjetivas y objetivas: falta de motivación, la deficiente capacitación de los líderes, el arraigo de posturas paternalistas en las personas que ven en el Estado-benefactor la única fuente posible de soluciones y desconfían o descreen de todo empeño que implique la transformación endógena; la no participación más allá de la consulta o la información.

A esas murallas mentales y materiales pareciera que, a estas alturas y con nuestras escaseces, nada podría derribarlas. Sin embargo, fue lo empinado del “muro” de basura en La Yaya lo que terminó de convencer a Fidelito y sus vecinos de transformar el paisaje. Fue la parsimonia de Falla y el aburrimiento de los niños lo que motivó a Yoleidys y Lourdes a convertir peluches en títeres. Ellos demostraron que se podía sumar voluntades, crear, transformar, y después nada ha sido igual.

Si fuera preciso una conclusión (la última, por cierto) habría que repetir lo apuntado por Paulo Freire: “El cambio solo es posible cuando sale de adentro.” O sea, al TCI le hace falta mucho trabajo, mucha integración y comunidades dispuestas a hacer.

LA LEY DEL BARRIO

A El Vaquerito se le entra fácil, vengas de donde vengas. No merece la lástima de esos lugares donde lo que espabila, casi siempre, llega de otra parte: algún conjuntico al Círculo Social; una feria con ropa reciclada, dulces, aseo…; un termo con refresco; charlas de Salud… El desarrollo endógeno, ese cambio que se gesta desde dentro, es una posibilidad que casi ninguna parece atisbar, mientras sus habitantes se quejan de todo lo que no tienen (y en verdad no lo tienen).

Sin embargo, casi nunca se "quejan" de todo lo que no hacen, y en aras de forzar el ímpetu la nomenclatura gubernamental les ha asignado el término “trabajo comunitario integrado”; que más exacto y comprensible no puede ser, y ni así se ha entendido (y actuado). Las excepciones han sido tales que desde el título del reporte periodístico ha habido que acotarlas.


Más de 6 500 personas habitan El Vaquerito, una comunidad colindante con Morón, y a “solo” 15.00 pesos en bicitaxi del centro de esa ciudad… si lo sobrellevanPues a El Vaquerito le emergen zonas achacosas, con más desgano que fango y, al mismo tiempo, le habitan otras, ajenas a la espera de los “de afuera”; circunscripciones confabuladas que se explican de un modo muy llano: “¡claro que tenemos que hacer las cosas nosotros, si somos los más beneficiados!”

Lo dice Tania Esther Benítez Martínez, una mujer que hace gala, no solo de sus leyes, sino de la que emitiera la Asamblea Nacional del Poder Popular en julio de 2000. La Ley No. 91 de los Consejos Populares, que le sirve para encauzar sus ideas, si un día el liderazgo agenciado desde su condición de Presidenta del Consejo Popular le fallara ante alguno de sus electores.

“Es que la gente no sabe todo lo que puede hacerse con esa Ley, la desconocen hasta las autoridades, fíjate que si el Consejo lo entiende puede hasta auditar a las empresas radicadas en nuestra demarcación. Aquí tenemos un taller de la Organización Básica Eléctrica, tienda de Materias Primas, una escuela que forma constructores, el Lácteo, una Empresa constructora, una fábrica de bloques… Antes, cuando yo llegaba indagando por algo me miraban de reojo y hasta pase me exigían. Ahora tengo libre acceso”, cuenta Tania sin todo el orgullo a su favor, porque lo más que ha logrado en ese sentido, y no es poco, fue cambiar a la administradora de una bodega. “Nos pusimos de acuerdo y Comercio tuvo que accionar.”

Tampoco se quedaron esperando cuando el ciclón le desgajó el barrio y la gente se volcó a la calle y en los carros particulares sacaron camiones y camiones de escombros. “Oye, tiramos to' eso pa’ arriba, con las manos, y barrimos con escoba toda la calle, cuando llegaron los de Comunales no lo podían creer, ¿qué te parece?”, pregunta Tania, quien comienza a enumerar el manojo de ejemplos que la llenan de orgullo (ahora sí), gracias a personas que responden a su convocatoria de “vamos a hacer…”

Habla de Alina, la señora de las 165 donaciones de sangre, que por las cuentas de lo recomendable (las mujeres deben donar tres veces al año, según los patrones de Salud Pública) lleva ya 55 años donando. Apenas una muestra del desprendimiento de gente a la que no hay que decirle dos veces: “Oye, dale.”
Si el día de nuestra estancia lo dijo fue solo porque tres albañiles de El Vaquerito no querían posar para la foto en la que se muestran tres hombres, sencillos, que no pertenecen a ninguna brigada constructora de Salud Pública y embellecerán con sus manos el consultorio.

“Y las obras que les faltan”, los provoca, y ellos carcajean confesando que Tania siempre está inventando algo. Lo próximo, cuenta, es un proyecto de la Trocha de Júcaro a Morón; mejorar un parquecito que hoy afea el lugar, seguir apostando por las raíces haitianas y francesas con la danza de mujeres de allí que “casualmente, andan por La Habana bailando porque son famosas y ya tenemos la renovación en un grupo de niñas que no llegan a 15 años.”

Dentro de los pendientes históricos les queda “desviar” una guagua local que atraviese El Vaquerito y ahorre los 15.00 pesos del bicitaxi a cualquiera que desee o necesite llegarse hasta el Gallo de Morón, sin caminar. Y les queda algo más, reconoce Tania, “que los damnificados por el huracán Irma tengan respuesta a sus dudas (no habla solo de recursos), pues no todos los delegados han sabido orientar”. En El Vaquerito hubo 108 derrumbes totales, casas que quizás no hubiesen aguantado ni una tormenta sin categoría, y muchos aún no saben cómo accederán a los recursos; por eso, tal vez, en el barrio de La Arboleda, abordaron a INVASOR, como si repartiera subsidios y bonificaciones, mientras Tania asegura que en barriadas así se hace difícil que la gente piense en la comunidad cuando no tiene ni para sí.

Mas aparecen aptitudes menos comprensibles cuando en Tuero nos mandan a bordear el basurero “pa que vean la calamidad que el gobierno genera” y varios traspatios lucían iguales… o peores; y que lo atestigüe José Luis O’Reilly Fajardo.

Por eso, avocar por la integración de la comunidad para transformar el espacio común ha sido la tarea más difícil de Tania —quien primero fue enfermera, después camarera de un Meliá y hace cuatro años se cogió “a pecho” las preocupaciones de más de 6 000 personas que viven entre El Carmen, Tuero y El Vaquerito. Y ni siquiera porque el artículo 38 de la Ley que la ampara deja clarísimo las capacidades que tendrían todos para lograrlo y su Consejo sobresalga en las arenas moronenses, pueden ufanarse allá. Eso sí; dentro de los barrios que viven al margen de esa Ley, El Vaquerito no aparece. En ningún mapa.

Pero en este sí. El Vaquerito está ubicado al suroeste de la ciudad de Morón