Dos historias de vida lejos, muy lejos de casa; dos enamorados de la Ciudad Blanca

"Chinitos por todas partes…" es lo que la gente comenta últimamente; sin embargo, valga la aclaración, no todas las personas de ojos rasgados provienen de China, y tampoco se dedican solo a vender chifa.

A pesar de que Japón es uno de los países más desarrollados, su gente sale a probar suerte por distintos rumbos en busca de nuevas experiencias.

ECOS entrevistó a Noriaki Morishita y Saeko Kajikawa, dos japoneses que llegaron a Sucre por distintos motivos y no están de pasada, sino que vinieron a quedarse…

Texto y fotografía: Juan Pablo Garcia Montero para la revista Ecos.

"Desde pequeño quise conocer el Salar de Uyuni"

Noriaki Morishita enseña fútbol en el estadio Patria. Llegó a tierras bolivianas como voluntario, gracias a una beca de JICA (Agencia de Cooperación Internacional del Japón en Bolivia). Concretamente a Sucre arribó por el azar de un sorteo: él no eligió esta ciudad, sino que ella lo eligió a él.

"Escogí Bolivia porque en Japón se habla mucho del Salar de Uyuni. Yo siempre quería conocerlo, desde pequeño", confiesa Noriaki Morishita, un japonés que llegó a Sucre a principios de 2017 y enseña fútbol en el estadio Patria.

Es oriundo de Toyoake, una ciudad del departamento de Aichi; hijo de madre ama de casa y de padre carpintero, desde pequeño quería ser jugador de fútbol —empezó a los cinco años— y provenir de un hogar humilde no fue un obstáculo para él.

Para cumplir su meta, a los 18 años se fue a estudiar Educación Física en la Universidad Internacional de Budo, en la Prefectura de Chiba. Chiba se encuentra al lado de la capital japonesa, Tokio.

Dieciocho es la misma cantidad de años que Morishita trabajó en su país como entrenador de fútbol para niños y como profesor de educación física en preescolar. Hasta el momento es miembro de un equipo japonés de fútbol llamado Kashiwa Mighty FC (Mighty Sport Club).

Llegó a tierras bolivianas como voluntario, gracias a una beca de JICA (Agencia de Cooperación Internacional del Japón en Bolivia). Concretamente a Sucre arribó por el azar de un sorteo: él no eligió esta ciudad, sino que ella lo eligió a él. Ahora tiene un convenio con el Centro Deportivo del Sur (CEDEPSUR), donde es entrenador de fútbol para niños.

Entrenamiento en el estadio Patria.

"Tengo 11 años de casado y dos hijos: uno de nueve años y otro de siete. Mi esposa enseña a tocar flauta a niños de kínder, pero por ahora se dedica a las labores del hogar". Al hablar de su familia, le brillan los ojos. Y muestra entusiasmado las fotografías que atesora de ellos.

“JICA paga el alquiler de mi cuarto; además, la agencia le da a mi club como 1.700 dólares por mes, del total, mi esposa recibe 1.500 y después ella me da 200” monto que, según él, es suficiente.

Al margen de enseñar apasionadamente su carrera, a este entrenador le gusta moldear a sus alumnos de Sucre con buenos hábitos de la disciplina japonesa. “Quiero que aprendan a trabajar en equipo, la importancia del saludo y a ser ordenados”, cuenta a ECOS.

Interesados en enseñar un poco de la cultura de su país, este 28 de abril cuatro japoneses que viven en Sucre organizarán una actividad en la Casa de la Cultura. Noriaki es parte del grupo.

Se inscribió unas tres veces a cursos de español: primero en Japón, luego en La Paz y por último en Sucre. Su nivel actual de español es medio, lo suficiente para, con la ayuda de un traductor online, entender lo que quiere transmitir.

No le gustan las comidas con grasa ni las que tienen demasiado picante; tampoco que lo confundan con los “chinitos”. “Los chinos no son muy disciplinados, por ejemplo en el tren los japoneses respetamos las filas, los chinos no lo hacen; nosotros ponemos la basura en su lugar, pero los chinos no…”, se esfuerza por aclarar, siempre con respeto.

Japón se encuentra a más de 16.000 kilómetros de nuestro país. Tiene una extensión territorial de 377.962 km2, similar a la de Santa Cruz de la Sierra, pero una población de 127 millones de habitantes, es decir, unas 11 veces más grande que la población de toda Bolivia.

En Sucre, según datos de la Dirección General de Migración (DIGEMIG), existen 13 personas japonesas que solicitaron residencia legal entre los años 2015 y 2017. De ellas, tres requirieron ese trámite por motivo de estudio y 10 por trabajo.

Noriaki se va de Bolivia el próximo año. Su familia lo vino a visitar a finales de 2017, pero solo estuvieron por dos semanas, tiempo suficiente para hacer realidad su deseo de conocer el Salar de Uyuni.

Quedaron enamorados de nuestro país. "Me gusta Sucre porque es tranquilo para vivir, nada peligroso (…) igual a mi ciudad. Trabajo duro para traer a mi familia a Sucre", resume él.

Cuando esté en Japón, Morishita tiene planeado ahorrar por un tiempo para retornar a Bolivia en un par de años, junto a toda su familia, pero esta vez para siempre. Quiere que sus hijos crezcan en la “Ciudad Blanca de América”.

"Uno no vive donde nace, vive donde está su corazón"

Como voluntaria en varias instituciones y ONG que ayudaban a víctimas de la violencia, uno de sus primeros trabajos fue en una localidad cercana a Muyupampa, Chuquisaca, donde no había agua potable ni electricidad, y todos sus amigos le decían: "Si vivías en EEUU y allá hay todo, ¿por qué viniste a Bolivia?".

Como dijo Machado, "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Esta frase encaja a la perfección con la japonesa Saeko Kajikawa, que vive en Sucre desde hace 12 años.

Nació en Osaka —históricamente, la segunda ciudad más grande de Japón—, proviene de una familia de clase media y es la menor de tres hermanos.

En la década de los 80, la situación en Japón era muy difícil para las mujeres; al igual que en Bolivia o en otras partes del mundo, su papel solo se limitaba a las labores del hogar y a cuidar de los hijos.

Fue uno de los motivos por los que Saeko "voló del nido" a muy temprana edad. “Yo era muy independiente desde niña y trabajaba desde mis 15 años”, afirma. En busca de un mejor futuro partió a los Estados Unidos (EEUU), donde vivió 14 años.

EEUU fue el escenario de su matrimonio y fruto de esa unión concibió dos niñas. Las cosas no salieron bien, terminó divorciándose y sus hijas se quedaron con el padre; fue quizá uno de los golpes más duros de su vida.

“No sé cómo sobreviví a esa etapa de mi vida, no sé cómo aguanté”, dice Saeko con serenidad. Se percibe el nudo que se le hace en la garganta y al mismo tiempo se vislumbra a una persona fuerte, que ya superó los traspiés del pasado.

Perdida y sin saber cuál sería su nuevo rumbo, se le abrieron nuevas puertas entrando a la universidad, donde estudió Antropología. Fue algo que no buscó, ella dice que solo se dio. “Yo estoy en el lugar correcto y en el momento correcto, no cambiaría nada de mi vida”.

Llegó a Bolivia como turista a finales de 2005, Sucre la fascinó y no tardó ni siquiera un año en regresar; lo hizo el 2006 y fue para quedarse.

Iglesia de San Felipe de Neri, 2005, en su primer viaje a Sucre.

Como voluntaria en varias instituciones y ONG que ayudaban a víctimas de la violencia, uno de sus primeros trabajos fue en una localidad cercana a Muyupampa, Chuquisaca, donde no había agua potable ni electricidad, y todos sus amigos le decían: "Si vivías en EEUU y allá hay todo, ¿por qué viniste a Bolivia?".

—Fui a una tienda y pedí hielo para mi refresco, pero no había heladeras en ninguna tienda, entonces viene a mi mente una anécdota que nunca olvidaré: un niño de cuatro años se me acerca y me pregunta: ¿Cómo es el hielo?

Era la primera vez en su vida que se encontraba en esa situación, algo que ella nunca había vivido. “Estar en ese lugar, para mí, fue un despertar”, cuenta Saeko a esta revista.

Actualmente Saeko es guía turística y está interesada por la cultura boliviana. También quiere hacer conocer su cultura; de vez en cuando organiza reuniones con sus amigos, donde su hogar —un departamento en anticrético— es la sede para ese intercambio de culturas.

Le gusta la cocina (para la entrevista, nos abrió las puertas de su casa y preparó unas galletas con receta japonesa). Su especialidad es el ck'ocko de pollo y, según ella, el mejor de la ciudad.

Galletas con receta japonesa preparadas por Saeko.

—En Sucre la gente es más cálida, yo me comporto de la misma manera y siempre saco la cara por esta ciudad (…) Aquí me siento segura, la gente es amable y siempre fui bien tratada.

Solo una vez se sintió algo incómoda: al subir a un micro trató de sentarse al lado de una señora, que la miró y se fue a otro asiento. "Creo que se asustó… me quedé sorprendida, tenía ganas de preguntar por qué se cambió de lugar, pero me quedé callada".

No es un obstáculo para una mujer que se siente segura de sí misma —eso lo demuestra con su mirada—; pese a que llevó una vida muy dura, ella sigue sonriendo. “En la vida no existe ni bueno ni malo, solo existe la palabra 'vivir'”.

Saeko se reserva algunos datos personales, dice, "para evitar que la gente haga ideas e imágenes falsas en su cabeza".

Se pone algo reflexiva y asegura: “En Bolivia, una mujer que tiene cinco hijos, no tiene esposo, ¿qué piensa la gente de ella? Juzgan mal, uno nunca sabe y habla sin darse la molestia de conocerla”.

Incluso su edad es un dato reservado que no quiere brindar fácilmente. “Algún día te lo diré, pero ven más seguido a visitarme que las puertas de mi casa están abiertas”.

Sus amigos le dicen que escriba un libro; todavía no está en sus planes, pero de lo que sí está segura es que quiere pasar el resto de su vida en Sucre.

Como Noriaki, ella llegó a la ciudad sin planearlo y aquí encontró terreno firme para vivir. Siempre que le preguntan “¿por qué Sucre?”, responde: “Uno no vive donde nace, vive donde está su corazón”.