De Fidel el recuerdo, la huella, la presencia… 

Un año después de su partida todavía nos toca juntarnos para aprender de su humildad ante la gloria y fe en la victoria.  

Un estallido de dolor

Pasaron sus cenizas y estalló el dolor, como si golpeara el hecho irrebatible de que ya no estaría más físicamente. La multitud que había colmado desde temprano ambos lados de la vía rompió el silencio en un sinnúmero de sollozos.

Dicen que uno de cada dos habitantes de esta provincia del oriente cubano salió aquel 2 de diciembre de 2016 al tramo de la carretera central dentro del territorio. Cierta o no la cifra, el consenso fue amplio: se trató de la mayor concentración, por su número y extensión geográfica, conocida en este territorio.

Pasó Fidel en su camino hacia la inmortalidad y la multitud tomó la calle. Muchos secándose las lágrimas se quedaron frente a su imagen engrandecida en una tela que cubría la fachada del Museo Provincial. Otros la fotografiaron en una especie de improvisado altar instantáneo, atrapando así, en un fotograma, la solemnidad de un momento grabado ya en la memoria popular. Un año después todavía se siente el dolor…

orgullo de ser fidelista

Ser fidelista es ser marxista y martiano, es tener confianza infinita en la genialidad de un ser humano, de esos que nacen cada cien años y nuestra generación tuvo la suerte de vivirlo, de los que tienen la capacidad de visibilizar un futuro asequible, cuando el camino presente parece atiborrado de obstáculos infranqueables.

Marcell Pérez Garib es fidelista. Lo dice con el orgullo de los que vivimos en esta tierra y tenemos la suerte, aunque sea de lejos, de haberlo tenido y ser fruto de sus desvelos y esfuerzos. Revela desde la inexperiencia de sus quince años que la presencia de Fidel lo ha marcado y lo seguirá haciendo porque como dice "es inmortal".

Confiesa que aunque conocía del deterioro de su salud, no estaba preparado para su muerte. “Creo que nadie en Cuba lo estaba, era como si pensáramos que no nos faltaría nunca y es así, porque está aquí, vivo. Aunque no tuve la dicha de conocerlo personalmente todos vemos en él un padre, un guía, alguien especial.”

Que los jóvenes vean a Fidel como un padre no es un cliché, es una verdad. Estudiar su obra y pensamiento, se ha convertido en imperativo para conservar su legado. Este estudiante de preuniversitario comprende que Fidel está en nuestras calles, en cada escuela construida por la Revolución, en cada surco sembrado. Él es el reflejo del pueblo cubano y a su vez todos los que andamos por esta isla somos reflejo de él.

LA remembranza de Paula

Paula Truité Barbán nunca sostuvo una larga conversación con Fidel, pero eso no es demasiado relevante para ella porque el haberlo tenido tan cerca figura entre sus recuerdos más preciados. "Cuando informaban que venía, rápidamente nos movilizábamos. Una veces con un poco más de tiempo, en otras el aviso era bien rápido", dice.

Paula no estaba sola en una tarea aparentemente simple aunque muy necesaria. Como reviviendo cada momento recuerda: “A su llegaba ya todo estaba listo. Yo le abría la puerta y le daba la bienvenida. Él nunca se fue sin antes saludarnos a cada uno de nosotros”.

Desde los años 70 hasta mediados de los 90 del pasado siglo, Paula tuvo el particular privilegio de estar cerca de Fidel en cada ocasión que él estuvo en Las Tunas. Ella fue parte del equipo que aseguraba la alimentación del Líder Histórico de la Revolución durante sus estancias en suelo tunero. Parecería intrascendente, sin embargo tratándose de una figura que por mérito propio tiene un lugar cimero en la historia patria cualquier detalle, hasta el más mínimo instante, tiene un valor enorme para quienes lo vivieron.

¿Y que comió Fidel aquí? Le pregunto para saciar mi curiosidad. “Casi siempre pescado. Le gustaban mucho las comidas de mar”.

"está vivo en mí"

Los ojos de María Moreno Ávila están llenos de lágrimas. A sus años, el pecho se le aprieta como aquel primero de enero de 1959, cuando le dijeron que los barbudos bajaron de la Sierra Maestra.

La voz le tiembla, entre la elegancia que aún conserva con casi 80 años. "Amo a Fidel, gracias a él tuve a mis hijos y pude ser una mujer trabajadora. Para mí sigue vivo, nunca creí la noticia cuando vinieron a decírmela.

“Él está vivo en mí, siempre". En su rostro húmedo por ese río de amor tierno y doloroso que la embarga ahora, vuelve a ser rotunda: “Es mi Comandante, siempre quise llegar a donde estaba pero no pude. Fidel no está muerto, están en todo y en mí, aunque parezca un egoísmo quizás, jamás se irá mientras yo viva. Yo amo a Fidel”.

Entre besos dibujados


Harold habla de Fidel y me conmueve. Lo dibuja con palabras que escapan de su universo de apenas 5 añitos. Sus abuelos lo descubrieron para él cuando aún era muy chico. Mamá y papá le contaron que el hombre de barba larga, como un personaje de cuentos de hadas, quería mucho a los niños y les regaló escuelas, sueños, rayitos de sol.

Emily quiere abrazarlo. Se pone de pie y muestra cómo le gustaría ceñirse a su regazo. Los otros compañeritos la imitan. Ella cada día ve su rostro en la televisión, el aula, la casa. Pero recuerda que hace un tiempo la gente lloraba, una caravana de tristeza pasó por Las Tunas y en esa fecha ya no hubo sonrisas.

Manuel sabe del Líder de la Revolución. Comenta de su preferencia por la pelota y me pregunto cómo puede referirse a ese juego contra Venezuela, en el que la "picardía" de Fidel sorprendió a Chávez. Conoce anécdotas, y asegura que está vivo. Los demás niños contradicen al unísono, él se explica: "Su presencia sigue con nosotros", y entonces todos asienten.

Desde los salones de Prescolar del círculo infantil José Mastrapa, de esta ciudad capital, caritas muy bisoñas evocan al mejor discípulo de Martí. La magnitud real de su existencia la conocerán después, pero hoy lo acarician en sus jerigonzas, y tanto, que los adultos nos sentimos pequeños de emociones ante su devoción.

Unas crayolas han atado al Comandante a la hoja de papel. Parece un gigante de brazos cortos. Viste de uniforme verde limón y lleva larguísima barba. Hay que abstraerse "un tin" para reconocerlo. Y en pleno rostro, entre los cachetes coloreados, un beso bien rojo. Qué tributo tan halagador para hacerle frente a esta triste cita de noviembre.

No es su nombre, es su impronta

Se nombra Fidel en honor al Comandante en Jefe, porque sus padres, admiradores de aquel joven que impulsó el movimiento revolucionario cubano y defendió la justicia ante los esbirros de Fulgencio Batista, decidieron ponerle así.

Y por si fuera poco -esto sí es casualidad- su primer apellido también es Castro. Cuando menciona su nombre no pasa inadvertido entre la gente. Su punto de convergencia con el Líder de la Revolución cubana lo ha hecho popular más allá de su terruño, en otros sitios de la geografía internacional hasta donde ha llegado.

Pero no solo la identidad lo acerca al gigante de verde olivo, al hombre que conceptualizó la palabra Revolución sin desatender a nadie. También los principios los comparten, el de dar lo que se tiene incondicionalmente y el de ayudar a los más desfavorecidos.

Con la inquietud de sus manos y las palabras fluidas, el tunero Fidel Castro Rodríguez cuenta a sus anécdotas como maestro internacionalista.

«A mis 39 años de trabajo se solicitó mi participación en el movimiento alfabetizador de la República Democrática de Angola, y después en el hermano país de Colombia.

«La noticia la recibí con regocijo porque de una forma u otra era el reconocimiento a mi trabajo, y todo maestro cubano anhela tener la experiencia en escenarios ajenos a nuestra cultura.

«Allí me tocó alfabetizar a las personas con un nivel de conocimiento y cultural bajo, que no sabían leer ni escribir, y me sentía como si participara en la Campaña de Alfabetización de Cuba en 1961».

¿Y qué fue lo más difícil que tuvo que enfrentar?

«Sin dudas la posición geográfica en el caso de Colombia, que está ubicada cerca de la cordillera de Los Andes, y por tanto tiene zonas muy elevadas, aunque siempre buscamos la manera de llegar para que no quedara nadie sin alfabetizar.

«El clima también nos golpeó un poco porque las temperaturas eran muy bajas; pero el mayor reto fue enseñar a personas adultas como si fueran nuestros niños de primer grado en condiciones no siempre favorables para la labor.

«Había que adentrarse en cada alumno, y considerar cada una de sus particularidades, esa habilidad la adquiere todo maestro que tiene la oportunidad de dar clases en un aula.

«Tuve que caminar largas horas para llegar a lugares con difícil acceso, monté a caballo y moto, y me enfrenté a situaciones a las que no estaba acostumbrado en Cuba».

¿Cómo ven a Cuba en las tierras extranjeras que visitó?

«Colombia es un país que ama a Cuba, pero en ocasiones teníamos que parar las conferencias para responder a alguna pregunta fugaz que planteaban los alumnos.

«Para ello teníamos que estar preparados política y culturalmente, porque a veces eran cuestiones lejanas del ambiente real de nuestro país y debíamos aclarar el error.

«Como en el resto de los países del mundo donde los medios de comunicación responden a un poder no siempre de izquierda, en este país andino se tejían falsas acusaciones hacia la mayor de Las Antillas».

Son muchos los recuerdos de Fidel Castro Rodríguez para guardar solo en estas líneas. Por eso su memoria le gana la pelea al olvido y trasmite con orgullo cada una de sus experiencias a quienes le rodean en la oriental provincia de Las Tunas, para que cuando no esté no se recuerde por lo curioso de su nombre, sino por su impronta en la educación cubana.

Su voz, en vivo, por última vez

A lo largo de su vida en cuatro ocasiones Fidel se dirigió en plaza abierta a las tuneras y tuneros. La última acaeció el 31 de marzo de 1996 en la localidad de Jobabo. Cuentan que ese día los fogones se apagaron súbitamente y las comidas quedaron a medio hacer porque nadie se quedó en casa para verlo. Esta sería la última vez en que él hablaría directamente a los habitantes de esta provincia pues aunque sí regresó a Las Tunas un año después, por motivos ajenos a su voluntad, nunca volvería a hablar aquí en un acto de masas.

Encontrarlo en la tempestad...

A Fidel lo encontraremos siempre en el diálogo entre el impulso juvenil que quiere obtener todas las respuestas del veterano y escucha por respuesta la exhortación a continuar juntos el camino porque no hay saber terminado sino un inmenso campo de interrogantes…

De Fidel el recuerdo, la huella, la presencia…

Textos: Yuset Puig, Elena Diego, Yaicelin Palma, Graciela Guerrero e István Ojeda.

Fotos: Reynaldo López, Elena Diego, Graciela Guerrero e István Ojeda.

Obra plástica: Marcial Flores.

Videos: Yuset Puig y Buena Fe.

Audios: Esther De la Cruz y Archivo de Radio Victoria, Las Tunas.