Crecer sucede en un latido

A mis 44 

Apenas ayer dedicaba mis mañanas y mis tardes a armar en el patio de la casa un automóvil inventado con un triciclo, las sillas del comedor, el bordón de mi abuela y las llaves que ya no abrían ninguna puerta. No hace mucho de aquellos domingos en los que yo pateaba un balón contra mi propia sombra, mientras papá leía el periódico y tomaba el sol en el secadero de trigo y cebada.

Un día abrí los ojos y ya había estudiado mi primaria. Los volví a abrir y el corazón ya latía acelerado por el veneno de esos incomprensibles amores adolescentes que empezaban con ilusión y morían con cualquier tontería. Sístole y diástole, un latido, un movimiento, un palpitar y antes de cumplir 17 ya estaba recibiendo mi cartón de bachiller, símbolo de orgullo provinciano.

Antes de subirme al bus camino a Bogotá había sido scout, acólito, pianista, alumno destacado; había tocado la lira, el tambor de cuero y el redoblante. Durante 24 horas de viaje la memoria recordó las tardes de discoteca, las noches de romance, las siestas en la hamaca, las rondas en motocicleta, los accidentes vehiculares. No aprendí a jugar al fútbol, odié toda actividad deportiva, pero todo lo compensó la biblioteca, los libros, la escritura, la bendita literatura.

A los 19 ya mamá había emprendido su viaje. A los 20 un hábil siquiatra me diagnosticó depresión aguda y pensé que ya era tiempo de renunciar al latido de cualquier sueño imposible. Todas las últimas hojas de mis cuadernos estaban llenas de cuentos breves, de frases sueltas, de versos olvidados. A los 23, hospitalizado, recibí la buena noticia de mi primera participación exitosa en un concurso literario. Sólo unos días después mi padre me pedía como regalo de navidad que retornara a su lado.

Otro latido más y el viento me traía, junto a mi hermano, mi siempre buen hermano, de vuelta a mi bello sur. En un febrero el corazón volvió a palpitar de amor. Así, de repente, latido tras latido, el niño de los ojos tristes (como me decía Albita, la vecina más querida que siempre tuvimos), se había convertido en comunicador, docente, instructor, esposo, incansable trabajador.

Antes de cumplir los 26 mis ojos vieron la dicha de la resurrección en el cuerpo frágil y en el alma libre de Nicolás, mi primer hijo. Con su llegada también asistió el mérito literario. Luego, trabajar, trabajar, trabajar. Producir. Escribir de vez en cuando. Trabajar, trabajar sin descanso. Cumplí 31 cuando llegó Alejandro con sus ojos de hechicero que aún me cautivan.

Y en un latido pasaron 14 años dedicados a la gestión cultural, a la realización audiovisual, al divertimento radial, a la pasión por la crónica, al crecimiento profesional, a la vida dedicada al oficio de par en par. Así, mis ojos pudieron ser testigos de hermosos amaneceres y se han deleitado con indescriptibles atardeceres de cada rincón de este Nariño que es un mundo entero por descubrir. ¡Ay! cuántas manos de maravillosos hombres y mujeres he podido estrechar y a cuántos he podido abrazar. En el camino llegaron nuevos amigos, amigas inolvidables, hermanas y hermanos del alma.

Después de perderme en mi propio laberinto, a los 38, volví a soñar. Empezó la aventura por una nueva libertad. El niño que escribía canciones sin ritmo ni rima encerrado en el estudio de la vieja casa, ahora se volvía empresario y servidor.

Ya perdí la cuenta de los libros leídos. Aprendí a meditar. Renové mi sonrisa. Dios, los oráculos, los ángeles, las palabras de mis mayores, la guía de mis mentores, el consejo de mi Padre, las voces de mis hermanos –mis fieles y amados hermanos-, me comenzaron a hablar sobre nuevos y mejores días, de prometedores años para ser luz, camino, faro o guía. No sé de quién, no sé para quién, pero para asegurarme he comenzado por ser dueño de mi propio destino, capitán de mi propio barco, conductor en mi propio camino.

Y así fue como crecer sucedió en un latido. Aquí estoy con mis 44 años. Dispuesto a ir por otros 44 y más. Aquí estoy, lanzándole al mundo mi mejor sonrisa. Comprometido en mejorar la letra para que me entiendan. Sigo en pie de amor. Nicolás ahora tiene 18 y se esmera día a día porque su nombre quede grabado en la historia de la percusión latina. Es, como bien lo sabe, mi mayor tesoro. Alejandro me sigue abrazando con el mismo cariño de cuando sus manos apenas podían acariciar mis mejillas. Su presencia angelical es mi mejor compañía. A mis 44 ya publiqué mi primer libro. También he sembrado árboles. Hoy me declaro comunicador, empresario y escritor.

Hoy procuro viajar ligero de equipaje. Me rodean grandes amigos. Mis amigas siguen siendo únicas e irrepetibles. Respeto mi trabajo y a quienes me acompañan en cada día de misión comunicativa. Tengo un Credo propio. Espero aprender a ser más agradecido.

Me han dicho que puedo ser más generoso con mi sonrisa, con la palabra y el gesto amable. Estoy dispuesto a brindar más abrazos, a dejar de hacer pucheros, a caminar más y a observar la vida con mayor detenimiento. Siempre querré aprender. Hoy me declaro en prosperidad, abundancia, alegría y plenitud. Espero hablar menos, hacer más, escuchar con atención y actuar sin prejuicio.

Vamos por otros 44, porque hasta ahora, todo ha valido la alegría de cada día. Vamos por otros 44, porque crecer sucede en un latido.

¡Gracias vida bonita!