1200 almas

Memorias de un encuentro musical

Esta vez llegaron desde 24 municipios de Nariño. Hay quienes viajaron más de 10 horas en bus acompañados de sus padres, algunos hermanos, vecinos y paisanos que conforman las entusiastas comitivas. 

Hay quienes llegaron a ocupar los pocos hoteles de los que dispone el municipio anfitrión. Muchos más se acomodaron en los salones de clase de las instituciones educativas que se dispusieron como improvisado hospedaje.

Ya están aquí más de 1200 músicos. Niños, niñas, adolescentes, jóvenes y también algunos adultos que conforman 26 procesos de formación musical rondan ahora por las calles de Samaniego, caluroso municipio de la Subregión de Abades, suroccidente nariñense. 

Cuenta la memoria histórica de este territorio que en el corazón de las y los samanieguenses quedó marcado para siempre el doloroso capítulo de la masacre de la vereda "Las Rosas". Cinco personas fueron identificadas con lista en mano para luego ser torturadas, asesinadas y mutiladas. La acción paramilitar fue una más de tantas acciones bélicas a las que se debió enfrentar la población de Samaniego que vio cruzar todos los fuegos del conflicto armado llevando durante largo tiempo la dolorosa insignia de ser un territorio donde la guerra se quedó a vivir. 

Años después, en agosto de 2017, durante el desfile inaugural del Concurso Departamental de Bandas, se celebraba con alegría inmensa que la calle, en la que se ubica un discreto cuartel de la Policía, se abriera para dar paso a las delegaciones participantes, pues el lugar que ocupan las trincheras militares estuvo censurado para el paso peatonal por más de 20 años durante los que la guerra fue protagonista. Excombatientes en proceso de reinserción de las FARC cruzaron frente a la mirada de sus viejos enemigos llevando pañuelos blancos en sus manos, vestidos de cumbiamberos y lanzando sonidos a ritmo de currulao y mapalé. 

Oscar Hernando Eraso, Coordinador General del evento, con voz conmovida expresaba en ese momento que ahora Samaniego sí respiraba paz.  "El grupo que antes venía armado ahora llegó sin armas y nos dio demostración de danza y de folclor". En ese momento, de acuerdo con el comité organizador del Concurso Departamental de Bandas, la afluencia de visitantes aumentó en un 80%. 

La versión número 35 del Concurso Departamental de Bandas se convocó entre el 16 y el 19 de agosto de 2018. A esta invitación llegaron esas 1200 almas musicales. 1200 personajes, 1200 historias que narran la especial sensibilidad que en Nariño brota por las artes, por las expresiones culturales, por las manifestaciones artísticas en general, y por la música en particular. Hay que estar aquí para verlos correteando por las aceras; para ver los ojos brillantes de aquellos niños que a sus diez o doce años salen por primera vez de sus municipios y llegan a otro territorio para dejarse deslumbrar por el calor, por el color, por las luces de las vitrinas comerciales, por el frenético ritmo que impone la alegría festiva,  factor común por estos días en Samaniego: tierra del wayco, tierra de café, de caña panelera, de guarapo, de agitada economía. 

Aquí, en Samaniego, los patios de los colegios sirven de lugar de ensayo, igual que las esquinas, igual que las calles, igual que los parques, igual que una que otra casa donde se alojan los hábiles intérpretes. 

Caminar por Samaniego es salir a encontrarse con juguetones adolescentes que andan enamorando cada cuarto de hora a una muchacha diferente. Caminar aquí significa toparse con los aromas de la yuquita ensalsada en concho, el olor del hornado que desde hace cuarenta años vende Myriam González y que según ella y lo que le dice su clientela es el mejor de Túquerres y de Samaniego. "Somos bien conocidas, las Samuquitas nos dicen", cuenta ella con alegría inevitable. 

Los músicos más pequeños andan por ahí acompañados de sus padres que aprovechan, unos más que otros, a hacer algunas compras para llevar a casa algo de ropa nueva o cualquier artesanía para el recuerdo. Sin duda, la presencia de los músicos, de sus familias, de maestros-directores, de turistas, invitados especiales y los visitantes de siempre, dinamiza significativamente la economía del lugar durante los días del concurso. Las autoridades calculan que este año llegaron cerca de 5000 turistas. 

Los talleres de formación que dispone el concurso para sus participantes, son espacios diseñados para el descubrimiento. Los más inquietos se distraen con facilidad, pero hay curiosos que se deslumbran con las enseñanzas de los maestros invitados, músicos de cierto renombre, pero ante todo de acertada pedagogía que entre humor, juego, teoría y técnica, logran despertar en los chicos y las chicas el gusto por seguir descubriendo las artes de la interpretación instrumental. 

Habrá quienes se queden atrapados para siempre por el encantador mundo de la música y sus indescifrables destinos, como habrá quienes renunciarán a él en cuestión de días o de meses. 

Sin embargo, también es misión de este Concurso Departamental de Bandas, ser tierra abonada para que las semillas musicales de Nariño cobren vida desde ya. 

Pasan los talleres formativos, pasan los ensayos, pasa el paseo por el pueblo; pasa la alegría y el entusiasmo, pasa el almuerzo colectivo, pasa la siesta del viernes al medio día y hacia las cuatro de la tarde, cuando el sol ha menguado un poco su intenso abrigo, esas 1200 almas musicales comienzan a desfilar en una sagrada procesión encomendada a los dioses de la cumbia, del porro, del sanjuanito y del son sureño. 

A las delegaciones que acompañan a cada banda, se suman también los grupos de danzas que participan en un concurso independiente. Danzantes de otros lugares de Colombia y del continente llegan hasta Samaniego para demostrar, también, sus talentos y capacidades en las artes del baile colectivo. Aquí brillan otros rostros, se encienden otras llamas que ayudan a darle otro toque de alegría al ya de por sí emotivo encuentro bandístico. 

De manera natural, al desfile encabezado por las autoridades civiles del municipio y el departamento, se asoma un perro de la calle. De estatura mediana, de pelaje negro y marrón, hocico prolongado y mirada que enternece, Tobi, es un personaje infaltable en los eventos más importantes que ocurren en Samaniego. 

Varios habitantes de Samaniego cuentan, casi a manera de leyenda, que Tobi llegó hasta acá acompañando, desde el municipio vecino de Providencia, el funeral de su dueño. Desde entonces se quedó deambulando para acompañar cada procesión, cada cortejo y cuanto evento público tiene lugar en el municipio. Va a misa todos los domingos. Los sábados llega al mercado a las 5 de la mañana y regresa al parque a las 5 de la tarde. El noble animal se supo ganar el cariño de la gente que vela por el bienestar de este perro que es, hoy por hoy, propiedad de todos. 

La noche del viernes es "Noche de tríos". Por el escenario principal que se levanta en medio del parque "Sol Andino", los mejores requintistas de Colombia y Ecuador presentan una muestra de virtuosismo y talento desbordado. Los guitarristas marcantes y las segundas voces buscan lucir lo mejor de sus capacidades para acompañar un nostálgico repertorio de boleros y baladas, así como también de esos temas hechos para bailar. Las primeras voces demuestran por qué son consideradas las mejores de Pasto, de Ipiales, de Quito o de Bogotá, exponiendo una conmovedora muestra de afinación, de notas sostenidas que se quedan bailando en el aire o que se lanzan como flechas de cupido para las parejas que coquetas se abrazan llenas de amor o las que mirándose entre sí navegan en las nubes del cielo de los enamorados. 

Trago va y trago viene. El parque se llena, no a reventar, pero sí lo suficiente como para mantener viva la fuerza del colectivo que se hace uno alrededor de estas músicas que se escribieron para toda la vida. 

No son aún las cinco de la mañana del sábado 18 de agosto y la música de banda comienza a sonar. "El chullita quiteño" es la voz que despierta a quienes han podido dormir algunas horas. La alborada recuerda que estamos de fiesta, que no es tiempo para estar en la cama, que ya se acerca la agenda del concurso y que más vale estar despierto desde temprano para poder disfrutar del repertorio que alumnos y maestros han preparado durante largos meses de ensayos colectivos, de largas horas de estudio individual y de cientos de obstáculos que se atraviesan para poder llegar a ser parte de los procesos seleccionados. 

Más vale pasar por las casetas que se extienden en las calles que circundan la plaza principal y tomar un buen sancocho de gallina, un caldito que ayuda a recuperar vitalidad al cuerpo y que regresa el alma que anda viajando quién sabe por cuántos mundos. 

Vestidos de gala, músicos y directores, entran a la primera ronda clasificatoria. Los jurados -como cualquier jurado que se respete- no se inmutan, apenas mueven los pies para marcar el compás, comen maní, beben agua y mantienen el mismo inexpresivo gesto durante toda la mañana y toda la tarde. Con el pasar de cada categoría se hace notorio el nivel de preparación de cada delegación. Los más pequeños son los que más aplausos arrancan en el público. Debe ser esa emoción que nace de ver a un pequeño de seis años tras un bombo más grande que él, y aún así, notar que su marcación entra a tiempo, que guarda el ritmo con devoción y que no se inmuta ante los múltiples distractores que lo rodean. 

Los más grandes buscan siempre la perfección, hay quienes la encuentran, hay quienes se pierden en la exploración. Los sonidos más afinados surgen de los pulmones más experimentados y de aquellos que  ya no requieren de la partitura para seguir el guión de los temas seleccionados por el Maestro-Director. 

El Comité Veedor debe revisar la documentación de los participantes para procurar ser lo más rigurosos con el reglamento. Por eso hay quienes se quedan llorando a un lado de la tarima, porque no trajeron un papel, porque no cumplen un requisito o porque está en duda su edad o su lugar de origen y residencia. Pasa de todo alrededor de los escenarios.

Antes de iniciar con la presentación, varios directores le muestran a sus chicos carteles marcados con su puño y letra que llevan mensajes de motivación. Durante las presentaciones de cada delegación suenan músicas que se han compuesto al otro lado de este mundo. Suenan historias musicales de castillos, reyes, princesas y mitos legendarios de otras tierras. También tienen lugar los sonidos majestuosos de las músicas de este sur, así como arreglos de la música que habla del Caribe y de esa otra Colombia que tal vez muy pocos conocen, pero que la interpretan como si hubieran nacido en Mompox, Cartagena, o Barranquilla. Al terminar, cada quien se hace responsable de su instrumento, de su partitura y hasta de su atril. Pequeños gigantes corretean para abandonar el escenario, algunos aún salen temblando, otros quisieran llorar de los nervios; los hay más tranquilos que ni se inmutan y muchos otros se abrazan por la alegría del momento compartido. 

El jurado tiene que entrar a deliberar. Hay bandas que luego de su presentación deciden seguir ensayando, aún falta la ronda final del domingo. Para los pequeños que están entre los 6 y 10 años de edad es tiempo de descansar. Algunos jovencitos prefieren salir a caminar para reposar la tensión de las presentaciones. Para las bandas fiesteras el tiempo no se detiene y muchas están ya en las calles, de nuevo, armando la algarabía, preparando improvisadas coreografías, tomando un nuevo aire para animar las siguientes horas. 

Es sábado, son las 10 de la noche. 10 papayeras se han dispuesto alrededor del parque principal y junto a ellas la gente ya está bailando. Suenan los aires populares del pentagrama nariñense. Las canciones que también se escuchan durante los carnavales que tienen lugar en la mayoría de municipios del sur de Nariño fluyen en esta noche como músicas que están guardadas en la memoria de todos los asistentes. En pareja, en grupo o simplemente solitas y solitos en el puesto, la gente baila sin parar. Un tema tras otro tema, una canción tras otra canción, una melodía tras otra termina armando un confuso salpicón de sonidos que instan a soltar el cuerpo, a brindar por todos los motivos y a sonreír por el simple pretexto de estar unidos en la misma fiesta colectiva. El cielo ya se había pintado horas antes con los colores fulgurantes de los juegos pirotécnicos.

La noche es corta. Ya es domingo y el sol se ha levantando desde temprano. En la noche de hoy conoceremos que el primer lugar de la categoría infantil fue otorgado para la Banda Mariscal Sucre de Ipiales. Sabremos también que los juveniles de Los Andes Sotomayor fueron galardonados con el primer lugar en su categoría, mientras que en la categoría básica la Banda Semillas de Paz del municipio de Imués se llevará el galardón que la acredita como ganadora entre las de su nivel. 

Habrá entonces gritos de emoción, aplausos de felicitación, lágrimas de alegría y como en todo concurso se levantarán los brazos en señal de protesta o habrá quienes aplaudirán también reconociendo la victoria de los ganadores. Seguramente estarán presentes quienes señalen a los vencedores y los vencidos. Sin embargo, si hay algo que queda claro, es que esta cita con la música, con el arte, con la pintura, con la gastronomía, con la cultura misma de nuestros pueblos; esta convocatoria que emerge desde el Concurso Departamental de Bandas de Samaniego, es una invitación constante a mirarnos como territorio, a aprender de los procesos de formación musical y ser testigos del nacimiento de los próximos intérpretes, compositores, arreglistas, músicos y representantes del majestuoso talento nariñense que se resiste a dejar de sonar en los escenarios de Colombia y del mundo entero. Con todo y por tanto, muy seguramente el próximo año volverán a Samaniego, 1200 almas o más, para seguir aportando desde e larte, desde la música, desde este universo cultural, a la construcción un territorio cada vez más digno para todos.

Crónica escrita por: Gustavo Montenegro Cardona
Fotografías: Fernando Guacas - Franklin Ruíz
Producción: Raquel Zambrano
Apoyo audiovisual: Diego Guerrero
Coordinación General: Gloria Ximena Garzón
Producción ejecutiva: Dirección Administrativa de Cultura de Nariño