La pluma del pacto

A mi hermano Juan Carlos

Donde ustedes observan una pluma yo veo un pacto. Lo trazamos hace años con mi hermano Juan Carlos. En nuestros primeros años el pacto se hizo desde el silencio, sin mayor artificio. Entre hermanos primero se deben sobrepasar todos los obstáculos, los conflictos, los debates sobre el poder y las negociaciones básicas para asumir, de la mejor manera, el lugar que cada quien ocupa en la jerarquía familiar. Él supo ganarse su sitio.

El segundo tiempo del pacto surgió en el afán de la protección mutua. Lo jugamos bajo la regla de que cada quien brindaba lo que podía y recibía del otro lo que necesita para sobrevivir. Yo ofrecía, por ejemplo, silencios cómplices y él me entregaba seguridad. De mi parte daba la cara en las llamadas telefónicas de sus conquistas amorosas de la infancia. De su lado, prometía integrarme al círculo íntimo de sus amistades. Así fuimos creciendo. En un toma y dame de chantajes que con el tiempo se volvieron acuerdos no negociables.

El tercer "round" del pacto llegó durante lo que titulamos "Los años maravillosos". Fue cuando asociarnos era un asunto de vida o muerte. Lejos de casa, soñando cada uno su propio destino, nos reconocimos como hermanos, no sólo desde la sangre familiar a la que no se puede renunciar, sino desde los lazos que comenzamos a amarrar por la vía de los pequeños detalles: la música de la memoria, la gastronomía de nuestros primeros años, la añoranza del sur, la melancolía por papá y mamá; las largas conversaciones, la compañía para no morir a causa de los amores lejanos y perdidos.

Así fuimos creciendo. En un toma y dame de chantajes que con el tiempo se volvieron acuerdos no negociables.

En medio de ese pacto por la vida se nos cruzó la muerte. Con el viaje eterno de mamá todo cambió. Surgió entonces la urgencia de un nuevo pacto. Comenzamos a entendernos desde nuestras miradas. Dibujamos un lenguaje común a través de la música que era abundante, la comida que era poca, los abrazos que fueron muchos, los gestos de nuestros propios dramas. Un pacto firmado desde el silencio y desde el llanto: ¡ay, cuánto llanto!

En ese intercambio de códigos, símbolos y lenguajes propios yo aprendí tanto de su medicina como él de mi comunicación. Fui testigo de primera fila de su entrega al servicio por una medicina ejercida desde el puro amor. Él comenzó a ver en mí al narrador de historias al que había que cuidar de todo peligro. 

Así crecimos. Nos hicimos amigos por voluntad propia. Aprendimos a cuidarnos mutuamente. Nos desciframos hasta ser transparentes. Sabe todo de mí. Sé todo de él. Es más, creo que hoy él sabe más de mí de lo que yo conozco de mí mismo. 


Así crecimos. Nos hicimos amigos por voluntad propia. Aprendimos a cuidarnos mutuamente. Nos desciframos hasta ser transparentes.

Con el pasar de los años aprendimos a tomar nuestras propias decisiones. Emprendimos nuevos caminos. Cada quien por su lado. Sin embargo, habíamos trenzado ya tantos hilos que hasta en las más largas distancias seguíamos atados por la intuición, por los pálpitos, por ese sentido casi sobrenatural, casi metafísico de podernos encontrar en el mundo de los sueños. 

En ese andar de aquí para allá también aprendimos a despertar nuestra conciencia. Así que mientras yo trazo mi visión en un largo aliento rodeado de letras, libros, publicaciones, palabras, acentos y exploraciones narrativas, mi hermano Juan Carlos, el amigo, compañero, benefactor, protector y cómplice, se dedica a leer mis ojos con la ternura de los nuevos tiempos y con la necesidad de generar una nueva alianza. ¡Vivimos nuestra propia Pascua fraternal!

A la media noche de un 21 de abril celebrando la vida como lo hemos aprendido a hacer en los rituales propios de la familia, el espectáculo central convocó al humor, a la música, a la gratitud, a la memoria, a los recuerdos engavetados. Llegó uno que otro ron, y unas buenas lágrimas. De repente, mi hermano saca de manera sorpresiva un regalo que me pertenece. Envuelto en un sobre blanco y cruzado por un moño rojo, hay otro sobre que tiene un envoltorio que protege al estuche que abraza una pluma. 


Emerge entonces la pluma que parece un sable. El abrazo se nos queda corto. Las lágrimas son escasas. El llanto es un gesto de gratitud. 

Es la pluma que usaré, según él, para firmar con gratitud a los lectores que decidan llevar un libro mío bajo su brazo. Es el sable para seguir peleando en el mundo no siempre descifrado de la literatura y sus laberintos. Es la pluma para trazar nuevos relatos, dibujar sus esquemas, y delinear los primeros pasos de las historias que están por escribirse. Es el sable que nos une como hermanos. Es pluma y es sable: es símbolo de las promesas conjuntas e instrumento para nuevos retratos. 

Ahora debo aprender a dominarla. Dicen que se debe formar el hábito de aprender a escribir con ella. Lograr el punto exacto de la fijación de la tinta en el papel depende del pulso y de cómo se la entrene. Sugieren no prestarla a nadie y advierten que es tan personal como la huella digital:por eso lleva mi nombre marcado.

Entre tanto, él y yo, seguimos celebrando el sueño cumplido de mi primer libro pronto a publicarse. Es nuestro sueño compartido. De su parte, ha prometido cuidarme hasta que venga la hora de un nuevo acuerdo. 

Con la pluma en mis manos, como diría Jairo Varela, "mejoraré la letra para que me entiendan". Esa es mi promesa.