El hombre que le duele a Cuba

La crónica de un duelo inconsolable

Noventa años después, la isla viviría la noche más larga, una madrugada sin luna y sin estrellas y sin sosiego al otro lado del teléfono cuando una voz entrecortada te dice que sí, que es cierto, que se murió Fidel.

Y lees la noticia en las redes y no quieres creerlo, te aferras como gata bocarriba a la remota posibilidad de que sea otro rumor oportunista y malintencionado, porque una nunca está lista para un aguijonazo como ese; pero entonces ves a Raúl confirmándolo en la televisión nacional, con la pesadumbre de quien ya no tiene más asidero que su recuerdo, y es ahí —en ese minuto y tanto de pavor— que la realidad te cae encima como plomo fundido: en lo adelante, tendrás que lidiar con esa ausencia.

Tendrás que lidiar con un dolor sordo que reemergerá a ratos, cuando vayas por la calle y cualquier signo te lo devuelva de cuerpo presente: tres obreros reparando un poste, el diálogo de una madre y su hijo que se niega a entrar al círculo infantil, la embarazada con la barriga en la boca, el anciano con la jaba de mandados en una mano y, en el pecho, en perfecto orden, las medallas de combatir. Todo, absolutamente todo en tu mundo conocido a los 32 años te lo traerá de vuelta.

Pero tu duelo personal, íntimo, y el duelo colectivo de millones de cubanos que se acostaron el viernes 25 de noviembre de 2016 y amanecieron sin Fidel; ese panorama de desasosiego espiritual viene a trastocar la vida ahora.

Hace 90 años, allá en Birán, intentando salirse de la cuna de Lina, el niño que fue Fidel no sabía —nadie tenía forma de saber— que a golpe de irreverencia soliviantaría luego el país y le arrebataría a unos pocos la Patria hipotecada para distribuirla entre muchos, un acto de justicia histórica que no le iban a perdonar jamás.

Allá, en Birán, estaba apenas
la promesa del hombre telúrico
que podría llegar a ser.

Un hombre demasiado grande para una pequeña isla. Un hombre proa, escudo, trinchera. Un hombre luz. Ese hombre que le duele a Cuba 90 años después.