UN EDIFICIO CON SELLO VERDE

Para un país con más de 2.300 millones de barriles de petróleo como reserva, puede que pensar en producir energía de forma renovable no sea una urgencia. Aun así, las predicciones dicen que la autosuficiencia energética del país no durará más de 7 años.

Es momento de tomar alternativas.

Hace tres años, en 2014, la Universidad Jorge Tadeo Lozano construyó un edificio que le apuesta a la energía verde. El Centro de Investigación en Procesos de Ingeniería, como se llamó, usa la energía solar como parte del funcionamiento de los equipos con los que estudiantes y profesores desarrollan sus proyectos.

Este es un ejemplo en el que la educación y la ciencia pueden ser aliadas del medio ambiente.

CENTRO DE INVESTIGACIÓN EN PROCESOS DE INGENIERÍA

Fotografías de Laura Vega - Oficina de Comunicación de Utadeo

Son las tres de la tarde del 10 de mayo de 2017 y un cielo nublado amenaza con otro día de lluvia en Bogotá. A través de las paredes de vidrio del Centro de Investigaciones en Procesos de Ingeniería, en la falda de los cerros orientales de la capital, Edgar Vargas, director del Departamento de Ingeniería de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, se pregunta cuánto demorará el sol en salir para que el CIPI, como le dice al Centro, produzca mayor energía verde.

Desde hace cinco años, Edgar Vargas había soñado con la posibilidad de construir un edificio que recogiera lo que para él significa el espíritu de la ingeniería y que reflejara, tanto desde su interior como su exterior, el compromiso que tiene el conocimiento científico y tecnológico de estos tiempos con el cuidado del medio ambiente y la sostenibilidad. Era la manera de llevar a cabo su propia expedición. Un recorrido pionero, casi a ciegas, tal como habría realizado el naturalista neogranadino Jorge Tadeo Lozano hace más de 200 años en la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, y cuya labor hoy inspira a la universidad que lleva su nombre. Era un camino oscuro, porque hasta el momento ninguna universidad en Colombia se había planteado el reto de producir y consumir su propia energía.

Para Edgar, el CIPI debía ser un modelo de gestión energética en Bogotá; ser capaz de producir energía limpia, aun estando en pleno corazón de la ciudad; y marcar un antecedente en la educación de sus estudiantes.

Sigue sin llover, pero el cielo no se despeja. Nos encontramos con Edgar a las tres y cinco, y aunque el edificio está a tan solo dos cuadras del resto de la Universidad, en la carrera tercera con 23, el CIPI parece de otra realidad. Siluetas de personas en batas blancas que caminan de un lado al otro entre tubos y maquinas que apuntan a todas direcciones, se ven a medida que uno se acerca o que pasa en el transporte público que transita frente a la fachada del edificio cada día y que contrasta con las vestimentas taciturnas y opacas de los habitantes de la ciudad.

Fotografía: Laura Vega - Oficina de Comunicación

Una vez adentro, la realidad vuelve a cambiar. A pesar de las nubes, el CIPI está iluminado por los rayos de luz, que se cuelan a través de las ventanas. 

"Desde su construcción, este edificio fue pensado para reducir el uso de la energía. Por esta razón, todas las paredes son de vidrio, así la luz entra naturalmente y se puede ver la actividad desde afuera", comenta Edgar.

De igual manera, desde un principio, el CIPI se construyó con la intención de reunir a estudiantes de todas las ingenierías. Organizado en tres grandes laboratorios en dos pisos, allí se integran los procesos químicos, físicos y bioquímicos (aquellos que generan reacciones en el metabolismo de las células de los seres vivos). El edificio es un espacio en el que los diferentes saberes se ponen en dialogo y en el que la transformación de la realidad, o en este caso de la materia, es el puente común.

Aunque se podría pensar lo contrario, el CIPI puede ser un lugar silencioso. A medida que recorremos el lugar, los diferentes equipos aguardan inmóviles a ser usados, a cumplir el propósito por el cual se construyeron, como centenares de ojos que observan y siguen cada uno de nuestros pasos. Y es justo aquí donde el mundo moderno cobra sentido. Los productos empacados al vacío, la producción de biocombustibles a partir de materia orgánica, la extracción de componentes de los alimentos, como la Vitamina C, la elaboración de los embutidos, la producción de plástico biodegradable o la extracción de fragancias de las plantas, son algunos de los procesos que permite realizar el CIPI. El mundo actual como lo conocemos sucede aquí. Y el plus de este edificio es que: 

"Los productos que se fabriquen o que se produzcan en estos laboratorios tienen sello verde, ya que son hechos, en parte, con energía sostenible"

Y como si el edificio cobrara vida, un ruido se escucha sobre nuestras cabezas.

Felipe Mendoza, gestor de apoyos pedagógicos de la Facultad de Ciencias Naturales e Ingeniería, y quien está a cargo del correcto funcionamiento y del cuidado de las instalaciones del CIPI, levanta su cabeza y señala una red de tubos, que a especie de enredadera trepan por el techo y conectan el edificio. "Son parte del sistema de seguridad con el que contamos", explica, mientras hace un recorrido visual de los diferentes equipos para incendios y emergencias, como duchas focalizadas y generales, y los lugares donde se encuentran los diferentes elementos de cuidado para manipular la materia.

A través de los tubos circulan agua, dispuesta a mitigar cualquier incendio que pueda suceder; y los residuos gaseosos de las actividades que se realizan en el edificio. El ruido que escuchamos se produce por el cambio en la presión y asegura que el sistema funciona correctamente y que puede atender de manera inmediata la emergencia que ocurra.

Por su lado, el manejo adecuado de los residuos es también parte del compromiso ambiental de los ingenieros. Antes de liberar cualquier desecho al medio ambiente, el CIPI se asegura que no sea contaminante. En caso de serlo, el residuo peligroso se clasifica y se dispone de acuerdo a la normativa vigente.

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Vamos camino a la terraza, donde se encuentran las paneles solares, culpables de parte de la energía con la que funciona el edificio ese día, cuando un olor llama nuestra atención.



¿Huele a eucalipto?

Fotografía: Laura Vega - Oficina de Comunicación

Johnatan González, ingeniero químico egresado de Utadeo, nos conduce a un altillo que hay en el laboratorio, guiado por su olfato y por su conocimiento de la edificación, y nos muestra cómo se extrae el aceite de unas hojas de eucalipto.

Nos explica que a través del vapor a baja presión, es posible arrastrar, o quitar, si se quiere, algunos elementos de un componente sólido, como lo son las hojas, y de esta manera extraer aceite esencial. Cuando llegamos, la maquina ya ha hecho su magia, y ahora solo hay que esperar, mientras nos deleitamos con el olor, a que el aceite se enfríe para poder observar el resultado.

Como comenta Felipe Mendoza, más de mil prácticas se han hecho en las instalaciones del CIPI en los dos años de vida que tiene. Y Edgar Vargas aprovecha para anotar que algunos de los equipos que están en los laboratorios son producto de las tesis de pregrado y maestría de los estudiantes, que luego son usadas por el resto de la comunidad.

Fotografía: Laura Vega - Oficina de Comunicación

Detrás de una puerta de seguridad, se encuentran las escaleras que nos llevan al último piso del CIPI: la terraza. Una vez arriba, observamos los 24 paneles solares, organizados en hileras de a cuatro, y distribuidos a lo largo de todo el techo de la edificación. Ellos son los encargados de producir parte de la energía que consume el edificio.

Desde su instalación, el sistema solar fotovoltaico en el CIPI ha producido más de 15234 mega vatios/hora. Produce en promedio, 9872 kilovatios hora/día y en nuestro día soleado, hasta las tres de la tarde, 109 vatios. A modo de ejemplo, un bombillo ahorrador consume 20 vatios por hora.

Es casi imposible pensar que esos rectángulos opacos son la salvación a un mundo que se ha dedicado a agotar los recursos del planeta, y no ha pensando en hacer sostenible su uso. Por esta razón, es necesario explorar las posibilidades. 

Así, como proyecto a futuro, el edificio cuenta con una estación meteorológica que sirve para obtener información sobre las condiciones ambientales del centro de la ciudad, y hace parte de un proyecto de investigación. De igual manera, junto a los paneles hay una pequeña turbina que produce energía a partir del aire, mostrando las infinitas capacidades que tiene la ingeniería de reinventarse y de pensar en el planeta.

Esta turbina eólica es meramente demostrativa, dice Edgar Vargas, porque a diferencia de los paneles, la turbina no se encuentra conectada al sistema eléctrico del edificio y de Codensa, y la energía que produce se utiliza para prender unos leds.

Bajamos al primer piso y en el camino vemos a estudiantes en los diferentes laboratorios trabajando, creando. Y Edgar afirma que más allá de la estructura, lo importante del CIPI es la posibilidad de hacer y de aprender, ya que:

La práctica para un ingeniero es como el año rural para un médico.