Camino del inca

Descendiendo por la montaña

Una caminata fascinante desde la cornisa de La Cumbre en Los Andes a casi 5.000 metros de altitud, por senderos escarpados de la montaña hasta el Chairo en Yungas a 1.700 metros.

Cielo azul, cielo limpio, invierno pleno en La Cumbre

La  montaña se abre en abruptas quebradas hacia Yungas 
Es mayo, inicia el invierno.  El viento filoso, el frío y el ascenso de dos horas te dejan exhausto. Parece que vas a desvanecer. Pero desde la Apacheta en lo alto, el premio es una vista alucinante: pequeñas lagunas de espejo azul, cerros con escasa nieve, soledad y viento. Desde acá la montaña se abre de un tajo y cae por una abrupta pendiente. El sendero estrecho, tallado en la roca desciende por la pendiente. Debes ceder el paso a llamas que trepan la montaña  arrojando vapor por sus narices guiadas por silenciosos llameros. Es como caminar por el filo del acantilado. Los nevados se derriten en furiosas aguas burbujeantes que taladran la roca en su descenso por la quebrada.                                
      En bofedales al pie de la montaña, las llamas observan a los caminantes con indiferencia y no dejan de mascar brotes verdes de pasto. La caminata debe seguir y el frío de la montaña se transforma en calor.      

Chucura es la primera aldea en el trayecto. Parece un pueblo congelado en el tiempo con sus pequeñas casas con cercas de piedra y musco en las junturas. La niebla le dan aspecto de una aldea de la Edad Media. Solitaria y melancólica, sólo el tiempo silva entre las brumas.

Al menos así era hasta hace unos años cuando la alcaldía de La Paz hizo construir entre las casitas de piedra, una escuela de ladrillo y techo de calamina de color chillón que rompe la armonía con este bucólico pueblo.

Un sendero de piedra hasta Challapampa

Las aguas que bajan de la montaña forman un río que serpentea entre enormes piedras. El calor aumenta, cambia la vegetación, ya no es de Puna sino de cabecera de montaña.

El camino desciende por un sendero empedrado. Las rodillas crujen con cada golpe en la piedra. Es como si te fueras de bruces. El dolor transforma la caminata en una tortura, pero queda mucho camino y ya no hay vuelta atrás.



Más abajo al final de este tobogán empedrado esta Challapampa. La primera parada después de tres a cuatro horas de caminata y para muchos turistas sitio de pernocte. La vegetación ya de es de Yungas. Un puente de madera tirado por cables sobre un río de aguas cristalinas y frías, casitas solitarias de adobe y paja. No hay gente, salvo una señora que vende soda. Las gallinas caminan y picotean la comida de los turistas.

De Challapampa a Choro, seis horas de caminata dura por medio del bosque húmedo bordeando un río que se aleja y se acerca según subas o bajes por el sendero de fango por causa de numerosas vertientes. El dolor de las rodillas se hace insoportable. Sólo el canto de los pájaros, el rumor del río y el paisaje adormecen las penurias de la caminata. No hay gente en kilómetros a la redonda. Estas sólo con la naturaleza inmensa.

Challapampa

La noche cae en lo profundo de la quebrada y finalmente estás en Choro, cansado y sin fuerzas para comer. Solos quieres dormir en el húmedo pasto arrullado por el rumor de río. La neblina anuncia lluvia y trae frío.

La noche es cerrad en el fondo de la quebrada. No hay luna, sólo niebla y rumor de río. Nada iguala a una noche a la intemperie.

En el segundo día, la caminata no es más suave. Te espera la cuesta del Diablo. Trepas la montaña y desciendes otra vez hasta lo hondo de la quebrada y vuelves ascender por una interminable gradaría de piedra hasta trepar la cima. En lo alto la vista corta el aliento. Sandillani, la penúltima parada se ve cerca pero nunca llegas. Entras y sales de quebradas y nos han recorrido gran distancia.

Pero finalmente después de cinco horas de caminata está Sandillani, el sitio donde vivió un ermitaño japonés cuyas cenizas descansan en su casa abandonada. Hermosa aldea, solitaria. Solo pastan las gallinas y algún que otro perro huesudo.

De acá hasta el Chairo queda un descenso de tres horas por un pajonal ardiente bajo la canícula del medio día. El descenso se hace más empinado por un sendero de piedras sueltas. El Chairo te espera allá abajo. La música del río torrentoso de anuncia el final de la caminata, te abalanzas siguiendo esa música.

El rumor del río acompaña la caminata

Los muertos descansan en paz a la vera del sendero

la camina se hace dura hasta  el Choro