Ignacio Agramonte: el diamante con alma de beso

Dossier dedicado a El Mayor, a propósito del aniversario 145 de su caída en combate.

145 años se cumplen hoy de la muerte de Ignacio Agramonte y Loynaz, uno de los hombres más paradigmáticos de la Historia de Cuba. No en vano, los nacidos en esta "suave comarca de pastores y sombreros", llevamos con orgullo un segundo gentilicio, el de agramontinos, un homenaje eterno a aquel de nombre Ignacio, que siendo demasiado joven se lanzó a la manigua a luchar machete en mano por la independencia de Cuba.

Es así que no existe un solo camagüeyano que no sienta un cariño inmenso por Agramonte. Bien conocemos su excelente capacidad como estratega militar, su impetuoso brío de guerrero, su carácter impulsivo. Ahí están como muestra su lapidaria frase de que Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas; o su decisión de salir al rescate del brigadier Sanguily con solo 35 hombres.

Se dice, incluso, que dominar sus impulsos y apasionamientos fue uno de los mayores retos que debió asumir al frente de las tropas mambisas del Camagüey, por el bien de la independencia. Martí escribió una vez que no existió en la guerra otro hombre que en grado semejante sometiera en horas de tumulto su autoridad a la de la Patria.

Tanto admiramos los camagüeyanos a Agramonte, que el amor de él y Amalia Simoni se ha vuelto también paradigma para nosotros. No son pocas las parejas que han sellado su relación un 1ro de agosto, como lo hicieron ellos, para honrar una tradición que resalta sentimientos como la fidelidad, el amor puro y la perdurabilidad del patriotismo.

Así, con inmenso orgullo, ostentamos los camagüeyanos el gentilicio de agramontinos; así, como él, debíamos aspirar a ser.

Ignacio Agramonte: La educación de los valores en el hogar

Por M.Sc. José Fernando Crespo Baró/ Especialista de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey.

Entre las 8:30 y las 9:00 de la noche del 23 de diciembre del año 1841, nació en la casa esquinera de entresuelo, marcada con el número 5 de la calle de la Soledad, quien llegaría a ser uno de los más preclaros y valientes hombres que ha dado Cuba, hombre de infinita vigencia a quien todos llamarían un día El Mayor.

A los quince días fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de La Soledad, con el nombre de pila de Ignacio Eduardo Francisco de La Merced, integrante de una de las ramas familiares del patriciado criollo regional y de las más extendidas del Camagüey, ligada por cruzamientos endogámicos con otras familias no menos paradigmáticas, con miembros en la Audiencia, el Ayuntamiento, en la filial de la Sociedad Económica de Amigos del País o Diputación Patriótica o Económica,y en otras entidades culturales del territorio.

Las enseñanzas de familia y en ella de costumbres y tradiciones propias del Camagüey ancestral, fueron decisivas para el logro de la personalidad arquetípica del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz.

Una fotografía tomada a la linajuda familia Agramonte-Loynaz en los 60 del siglo XIX hace relumbrar los rostros de cinco seres humanos que parecieron vivir en sólida y armoniosa unión sentimental, que solo puede conquistarse cuando la vida hogareña está bien consolidada sobre pilares de cabal respeto, educación y amor. De ella podría decirse que cada uno de los padres puestos de acuerdo con similares presupuestos éticos y morales, a pesar de las limitantes educacionales, culturales y de las mojigaterías de la época, supieron llenar de virtudes a sus tres varones y dos hembras resultantes, de ocho iniciales que tuvo la pareja. Fue ese el medio familiar favorecedor en el que vino al mundo el primogénito amantísimo que ha devenido con el tiempo en paradigma de los camagüeyanos y las camagüeyanas.

De ahí que sobresalieran en Agramonte la moderación, su ética, la moralidad, honradez, respetabilidad, decoro, caballerosidad, decencia y humanismo. Todo ello haría decir al abogado Manuel L. Miranda, quien disfrutaba de la amistad de los Agramonte cuando estos residían en la casa número 18 en la calle San Juan(actual Avellaneda número 63) y luego en el seno de la emigración patriótica, que Ignacio Agramonte desde los primeros años se distinguió por su carácter afectuoso, suave, aunque, firme (…) Su amor a los estudios desde pequeño, alarmaba a sus padres (…). Y en los libros (…) encontraba su mayor placer.

Del padre heredó la autoridad, el carácter, la cultura, la defensa de la unidad familiar, la lealtad. De la madre, la pureza de espíritu, la constancia, su "alma de beso", la fe inquebrantable por la mantención de la felicidad. Por eso para él la madre es uno de esos seres que más se aman en la vida, y por todo se le sale tiernamente “el afecto y cariño de su más amante hijo que le pide la bendición”, como despedíalas cartas que escribía desde La Habana.

En el seno del hogar, tanto el pequeño Ignacio como Enrique Valeriano, segundón entre cinco de los ocho hermanos que completarían ese núcleo, alimentó su imaginación con las narraciones y lecturas de libros que de seguro les leería María Filomena Loynaz Caballero. O los que tomaría con autorización de Ignacio Francisco Guillermo Agramonte y Sánchez-Pereira, padre culto, justo y bueno, como solía decir de él.Así debió asirse más a la unidad familiar ante las pérdidas posteriores de tres de sus hermanos. Como debió lamentar la pérdida de Filomena Aquilina, no bien acabado de llegar de Barcelona.

Como es sabido, sus primeros estudios se desarrollaron en los colegios de instrucción elemental para niños abiertos en la ciudad a partir de 1848. Pero fue precisamente en uno de esos planteles donde recibiría los rudimentos de la enseñanza y moralidad que impartía conencendido verbo el preceptor español Don Gabriel Román Cermeño, hombre de ganado aprecio entre la ciudadanía por sus novedosaforma de enseñar, que tenía en el método Lancasteriano un fuerte componente de ensanchamiento del espíritu hacia la indagación de la realidad. Román tuvo su colegio en la casa número 47 en la calle Contaduría, detrás del edificio que ocupaba la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe.

¿Y acaso tuvo Agramonte entre sus manos ese texto de la colección de cuadernos La Caridad de la pasión, dirigida a la formación de virtudes morales y cívico-religiosas leídos por los habitantes de Puerto Príncipe, y sacar lecciones de sus “artículos morales” como los de La murmuracióny la calumnia y La envidia, en los que su autor, el canónigo Don Gaspar Hernández, arremetía contra las “bajas pasiones humanas” y ofrecía diversas interpretaciones y reflexiones acerca de los vicios y otros males que corrompían “hasta los huesos” a las personas y a las sociedades (coloniales) cuando ambas no estaban bien instruidas en las virtudes? Todo fue probable en un hogar de tanto amor.

"Te debo más, Amalia de mi vida, que a quien me dio la existencia (...) Para mi Dios eres tú".

Ignacio y Amalia, el dilema del amor y el deber

En este artículo se sintetizan los trabajos Ignacio y Amalia, el dilema del amor y el deber, y Amalia Simoni, la compañera del héroe, de la historiadora Elda Cento Gómez, presidenta de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, publicados en www.cubadebate.cu.

Uno de los protagonistas más importantes de la leyenda agramontina es Amalia Simoni. La historia de amor de Ignacio Agramonte y la hermosa y culta dama principeña parece más propia de una novela romántica que de la vida real, ¡hasta el signo de lo imposible rondó sobre ella en sus inicios por la oposición paterna! Una negativa que fue vencida no solamente por la firmeza de ella para defender su amor —según recuerda su amiga Aurelia Castillo con estas palabras: "No te daré el disgusto, papá, de casarme en contra de tu voluntad; pero, si no con Ignacio, con nadie lo haré"—, sino por la sabiduría de José Ramón Simoni, tanto al aceptar lo que se veía inevitable, como por haber apreciado las virtudes del joven pretendiente que solo meses antes había obtenido el título de Licenciado en Derecho Civil y Canónigo el cual constituía en ese momento su credencial para el futuro.

¿Cómo y dónde se produjo el primer encuentro? ¿En Puerto Príncipe o en La Habana? Ninguno de sus biógrafos aporta el dato exacto. Puede presumirse que fuera en 1866 en algunas de las tertulias, paseos o bailes en los que participaban los jóvenes de su posición durante uno de los viajes que Ignacio hizo a Puerto Príncipe para pasar unos días junto a su familia o en La Habana, en la casa de Francisco José Álvarez-Calderón, futuro Conde de Casa Calderón, durante una estancia de los Simoni en esa ciudad, criterio este último sostenido en sus memorias por Herminia, la hija de la pareja.

El noviazgo tuvo que ser alimentado en la distancia por un intenso intercambio epistolar —del que lamentablemente solo son conocidas, hasta hoy, las cartas de él—, pues Agramonte continuó en La Habana sus estudios correspondientes al doctorado hasta el 24 de agosto de 1867 en que rindió su último examen, aunque nunca realizó el ejercicio necesario para ese grado. Concluidos sus estudios residió algún tiempo en la capital donde ejerció su profesión en el bufete de Antonio González de Mendoza y fungió como juez de paz del barrio de Guadalupe.

El 4 de julio de 1868 regresó a Camagüey. Traía consigo el traje que luciría Amalia en la boda que se celebró en la mañana del 1ro de agosto en la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad.

La joven pareja se instala en la casa de la calle San Juan (Avellaneda en la actualidad) marcada con el número 19, justo frente a la morada de los Agramonte Loynaz donde Ignacio instalará su bufete, cercanía que debió ser clave en el momento de decidir el alquiler. La rica heredera deberá llevar una vida más modesta de la que había disfrutado en la espléndida quinta que su padre había mandado construir en las cercanías del Tínima: demostraba ya el temple que la haría también la digna compañera del guerrero.

Sobrecoge pensar en Amalia ante la certeza de la muerte de su Ignacio. En el recuerdo agradecido a nuestros héroes, la memoria a sus madres y a sus parejas —a la familia en general— no debe faltar. El 11 de mayo de 1873 una de las más hermosas leyendas de amor de nuestra historia tuvo que enfrentarse al mayor de los imposibles, la muerte. Habían superado la inicial y breve oposición de Simoni; las separaciones del noviazgo mientras Agramonte culminaba sus estudios en La Habana y daba los primeros pasos en el ejercicio de su profesión; los peligros de la conspiración y la guerra y enfrentado con entereza los casi tres años transcurridos desde que Amalia y un grupo de sus familiares más cercanos fueron capturados por una columna enemiga en operaciones el 26 de mayo de 1870.

Esa mujer ejemplar —educada para brillar en salones y deslumbrar con su voz privilegiada—, mostró a partir de ese momento un valor aun más grande que el manifestado en los meses vividos en la manigua insurrecta. Imaginemos el momento en que los soldados colonialistas irrumpieron en su refugio precedidos por infausta fama de atropellos y desmanes o al general Ramón Fajardo escuchándola decir que primero se dejaría cortar la mano antes que escribir a su esposo que fuera traidor o cuando la turba arremolinada en las escaleras de la Casa de Gobierno —a donde fueron conducidas a su llegada a la ciudad—, intentó arrebatarle a su pequeño hijo de sus brazos mientras gritaban “¡Es un varón! ¡Matarle, matar al mambí!”.

Nueva York fue la primera ciudad de su exilio y el lugar donde nació Herminia, la hija que Ignacio nunca conoció. A mediados de 1872 la familia se trasladó a Mérida, Yucatán, en busca de un clima más favorable y un sitio más económico para la vida. Muchas cartas escritas por los amantes en esos meses nunca llegaron a las manos de sus destinatarios pero en las que sí lo hicieron ambos continuaron encontrando testimonios de un amor sin límites. Pero Amalia teme, vivió la guerra, sabe de sus riesgos y del valor temerario de su esposo y a pesar de que Ignacio le recomendó en una de sus cartas no creyese en las aseveraciones de los periódicos españoles, no por eso ella deja de leer la prensa, a pesar de que en ocasiones Simoni se esforzase en ocultársela tanto a ella como a su hermana en aras de, cuando menos, dilatar llegasen hasta ambas las malas noticias. Pudo hacerlo con la muerte de Eduardo que pudieron encubrir por meses a Matilde, pero con Amalia fue imposible.

La noticia la alcanzó en Mérida. Tal vez llegó en alguna carta o con los periódicos, tanto españoles como de la emigración, que se hicieron eco de la terrible noticia. De ese momento escribió Herminia: “Cuando supo su desgracia, que había muerto su ídolo, se enfermó de cuidado”. Pero se sobrepuso, no solo porque sus hijos y familia la necesitaban, sino porque en su dolor fue acompañada por amigos y compañeros de la guerra que le demostraron que la pérdida de Agramonte no era solo suya y este recuerdo agradecido la debió ayudar a restañar las heridas.

Ningún otro hombre entró en su vida. Herminia recordaba el momento de intimidad de madre e hija cuando le preguntó las razones de esa decisión. “Porque no se puede amar más” fue la respuesta —concisa, única, eterna—. Ignacio estuvo en su corazón hasta el último minuto de su vida. Era el 22 de enero de 1918 y Amalia, tarde en la noche, pidió a su hija le tocara al piano algunas de las piezas que años atrás ella misma había interpretado para su amado. Cuando Herminia dejó de hacerlo, miró a su madre y pensó dormía….pero aquel era ya su sueño definitivo.


Para no separarnos nunca más: cartas de Ignacio Agramonte a Amalia Simoni

"¿Por qué no te comprendí desde la primera vez que te vi para haberte  consagrado desde entonces mi vida y no haber existido muchos años sin  que el corazón palpitara lleno de amor?"

Por Dra. María Antonia Borroto Trujillo/ Profesora investigadora de la Universidad de las Artes.

"Mientras te escribo estos renglones oigo un piano que tocan en una de las casas vecinas. ¡Cómo me hacen recordar a mi paloma arrulladora! Oír un piano y no oír tu voz, y no poderte pedir que cantes, y pensar que estás lejos. ¡Qué tormento, Amalia mía!" La expresión se repetirá una y otra vez en un epistolario del que cuesta hablar con la voz de la razón. No puede evitar el lector —al menos es mi experiencia— sentir cierto temblor al tocar este libro, imprescindible —y uso el adjetivo, aparentemente desmedido, sin que me tiemble la mano—, este libro imprescindible, decía, para entendernos y asumirnos de una manera más cabal y entrañable.

Parece cosa de locos que un epistolario amoroso, lleno de quejidos, arrumacos y sin alardes de virtuosismo literario, pueda significar tanto para un pueblo. Es así, creo, en todo epistolario, si bien privado, que pueda permitirnos sentir el palpitar de una época y sus acontecimientos en el común de los mortales.

Ya es ciencia constituida la importancia de tales acercamientos a la cotidianidad, a la vida del ser tenido por común y corriente. Nadie, por supuesto, es común y corriente. Y los protagonistas de Para no separarnos nunca más, a quienes aún podemos sentir temblar y padecer, amar y renacer en estas páginas, son seres excepcionales. Mas no basta ello para convertir en excepcionales estas cartas.

“¡Qué tormento, Amalia mía!” La frase hiere como un cuchillo. Está escrita cuando aún era la paz, cuando Amalia era la novia lejana y el abogado, joven, elegante, hermoso varón, ejercía en la capital. La frase se repetirá una y otra vez, tanto que estas primeras cartas parecen una premonición. La pareja apenas estuvo junta si por tal entendemos la convivencia. Sin embargo, se sienten tan cercanos entre sí... Porque no es este el solo epistolario de amor, o lo es, aunque con esos sutiles y cambiantes rostros y formas del amor. Amar intensamente, amar mucho, no es amar a muchos: puede un único amor llevar consigo el fuego y la diversidad que nunca tendrán mil relaciones baldías. Pobre época la nuestra si ha olvidado algo tan esencial, pobre de nosotros —lo pienso una y otra vez al tener cerca a Ignacio y Amalia— si ya no sentimos así o si por pudor, callamos lo que sentimos. Tremenda pobreza la nuestra si tememos la desnudez en que parece dejarnos la confesión o hacemos del gesto cariñoso un alarde vacío de significado, una forma sin contenido real que expresar.

Si algo maravilla en Ignacio y Amalia es este concierto entre forma y contenido. Disculpen la intromisión de categorías que nada parecen hacer en un libro como este. Mas la belleza de la historia, su esencia, es también la de estas cartas. Las leemos con fruición porque las sabemos auténticas, porque ellos lo eran. Solo así pudieron soportar tanto. Y al leerlos se nos vuelven más grandes, de una estatura envidiable. Uno de los fundadores de la patria —atiendan los hombres que me leen— fue un marido amantísimo, un enamorado galante. Nunca sintió disminuida su estatura —ni su hombría— por el gesto cariñoso, la preocupación constante, la presencia de la novia.

Ignacio y Amalia son en estas cartas dos enamorados que se solazan en su sentimiento, que se cuentan sus acciones diarias. Y gracias a eso tenemos muchas pistas para completar nuestra visión del siglo XIX cubano. Son juguetones estos novios, inventan su lenguaje, sus palabras. Tal parece —es sensación común a los enamorados— que el idioma habitual no basta para expresar una pasión que se presiente única. Por eso hay que, junto con el amor, reinventar el idioma, desafiarlo, torcerlo si es preciso. Ya lo advirtió Cintio Vitier al comentar el excepcional epistolario de Juana Borrero a Carlos Pío Urbach. En tal caso, se trataba de dos poetas de fina sensibilidad, dados al ejercicio de la literatura. Hasta Juana evitó algunas comas exigidas por la sintaxis. Pero, recordémoslo, la sintaxis suele ser demasiado racional. ¿Qué coma puede evitar ciertas estampidas con el aspecto de una catarata, o qué remanso de paz necesita de puntos? No quiero con ello decir que carezcan estas cartas, las de Ignacio a Amalia, de una adecuada redacción, sino que hay en ellas momentos en que el pensamiento apenas puede ser ordenado: no confundamos la incorrección con el vértigo, con el salto mortal que es toda epístola de esta naturaleza.

Solo se conservan las cartas de él, 123 en total, publicadas por primera vez íntegramente en este libro, once inéditas o muy poco conocidas, debidamente ordenadas y anotadas —cosa que debemos agradecer, pues la historia se nos hace inteligible— y algo aún más valioso, cotejadas con sus originales. Que solo se conserven las cartas de él es una circunstancia particularmente tremenda. Ni en la posteridad hemos podido tener, juntas, las tantas evidencias, las tantas formas de ser, de este amor. Solo tenemos de Amalia una misiva escrita diez días antes del 11 de mayo fatal.

"Zambrana dice que con pesar cree que no verás el fin de la revolución. Estas palabras de Zambrana recién llegado del campo de Cuba, no sé como no me han hecho perder la razón.

"Ah! tú no piensas mucho en tu Amalia, ni en nuestros dos ángeles queridos, cuando tan poco cuidas una vida que me es necesaria, y que debes también tratar de conservar para las dos inocentes criaturas que aún no conocen a su padre.

"Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por ellos, por tu madre y también por tu angustiada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. ¿No me amas?

"Además, por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesita tanto. Por Cuba, Ignacio mío, por ella también te ruego que te cuides más".

Sobran los comentarios. Cuánta humildad la de esta mujer, cuánta sabiduría y tino al evaluar, incluso, la importancia de su Ignacio para la patria. Sobran también mis comentarios que nada tienen que ver con la crítica literaria, o que sí, tienen que ver con la crítica literaria solo si asumimos la literatura como una experiencia vital y no meramente intelectual. Tal es el caso de este epistolario, imprescindible para conocer a sus protagonistas y al siglo XIX en su sensibilidad, eso que a veces la escritura de la Historia suele escamotearnos. Imprescindible también para aprender a vivir el amor. Gracias, por tanto, a la casa editora Abril, gracias sobre todo a Elda Cento Gómez, Roberto Pérez Rivero y José María Camero Álvarez y a las tantas personas que a lo largo de los años aportaron lo suyo para que este empeño fuera posible.



"Yo no pido más amor, porque no se puede amar más…"

Por Mariela Peña Seguí/ Radio Cadena Agramonte.

Cuando se adentra uno en el Patio de los Pavos Reales, sabe entonces que ha llegado a la Quinta Simoni.

Hace 18 años era un viejo caserón dividido entre varias familias, y poco a poco olvidaba la historia, que tras más de una centuria lo mantenía en pie.

Así comenzó, en la década de los 80 del pasado siglo, un amplio proceso de restauración, el cual incluyó profundos estudios para conocer a fondo los detalles estructurales, históricos y arquitectónicos que lo caracterizaban.

El 1ro de diciembre de 1991 abrió por fin sus puertas, como centro histórico cultural, lo que años después sería el Museo Quinta Simoni, Casa de la Mujer Camagüeyana.

Así la Quinta se convirtió en lo que merecía ser: un lugar donde la Historia y la memoria se dan la mano y atraviesan juntas los patios y corredores de la vieja casona.

El pasado retomó su lugar en la Quinta Simoni, y se unió al presente para lograr, entre los dos, que no se pierda el recuerdo, y que Ignacio y Amalia sigan amándose para siempre allí, en el mismo sitio donde comenzó su amor.

Algunos todavía pueden sentir, sobre todo en las tardes, los pasos de Amalia atravesando los amplios corredores de la antigua casona.

Y si se hace silencio, más o menos a las 6:00, cualquiera pudiera escuchar el murmullo de su conversación con Ignacio. Y es que todavía vuelan, como plumas al viento, las palabras de amor que se decían.

“La ausencia tendrá un término y, entretanto, cada vez que te acuerdes de mí, puedes asegurar que mi pensamiento está fijo en ti, y cuando por las noches mires las estrellas, seguramente también yo las contemplo, figurándome que brillan más porque tú las miras…”

Muy de cerca he conocido yo esta historia. Muy de cerca aprendí a escuchar los pasos y las voces cuando todo es silencio en la otrora Quinta, propiedad de la familia de Amalia Simoni. Para cada visitante al Museo que es hoy, la Quinta guarda un asombro. La gente se detiene y descansa en el Patio de los Pavos Reales, en cuya glorieta, de seguro, Amalia escuchó las palabras de amor más dulces que nacieron de los labios de su adorado Ignacio.

“No temas que yo dude nunca que me amas con delirio; no, no es posible dudar ya hoy, Amalia mía. Antes dejaría de creer en la evidencia y temería que me faltase la luz y el mundo entero, que dejar de pensar que me quieres con amor infinito. Yo no pido más amor, porque no se puede amar más. El que tú me profesas es grande como tú, sublime y admirable como todos los sentimientos de tu corazón. Esa es mi dicha y no quiero más gloria…”

La Historia recoge la memoria de este gran amor. La Historia de Camagüey no podría escribirse sin aludir a esta pareja de amantes eternos que tanta gloria le dieron.

Se conocieron en 1867, cuentan que en una de las fiestas de la Sociedad Filarmónica, y después de un año de te quieros en las cartas, de adioses y bienvenidas, de sufrida demora y de espera, el 1ro de agosto de 1868, finalmente unieron para siempre sus vidas en la parroquia de la Soledad.

Mas poco tiempo habría de durarles la tranquilidad. El 10 de octubre comienza la guerra y días después Ignacio marcha a encontrarse con lo que entendía, era su deber más inmediato. En la manigua vivieron. En la manigua nació su primer hijo y se hizo fuerte su amor. Y cuando debieron alejarse, ya la suerte estaba echada. Estarían siempre juntos, sin que ni siquiera la muerte lograra separarlos.

“Cuídate más, amor mío, cuídate; yo quiero verte aún en esta vida… Que júbilo para mí, Ignacio mío, el día que vuelvas a mi lado y puedas abrazar a los dos ángeles. Dios querrá que ese día no esté muy lejos…”

Los amores así no pasan por la Historia sin dejar huellas. Su recuerdo inspira a jóvenes a casarse en igual fecha cada año. Y la Casa se hace eco de los pasos de enamoradas parejas que cada 1ro de agosto renuevan la memoria y hacen de ese día una fiesta de recordación. Así es este amor: desafió al tiempo y lo convirtió en cómplice.

La Historia no deja lugar para las dudas. Sólo siéntese un día en el Patio de los Pavos Reales, cuando ya esté a punto de esconderse el Sol. Haga silencio y escuche los susurros de amor que llegan hasta sus oídos.

“Recuerda que tu amor es mi bien y tu existencia indispensable a la mía, que quiero que vivas y espero que te esfuerces en complacer a tu esposa que te adora y delira incesantemente por ti.

Adiós, mi bien más querido, quiera Dios que vuelva a verte, tu Amalia.”

“No tengas cuidado por mí y siempre que pienses en mí ten la seguridad de que en esos momentos mismos mi pensamiento está fijo en ti, y que se desborda la pasión que me inspiras, en el corazón de tu Ignacio.”

El arte militar de Agramonte

Por Ricardo Muñoz Gutiérrez/ Unión de Historiadores de Cuba.

El surgimiento el arte militar cubano, allá por los inicios de la Guerra de los Diez Años, determinado por los hombres y los medios a su alcance, inferiores a los que disponían las tropas españolas, y condicionado, además, por el medio físico-geográfico y la situación higiénico epidemiológica; evidenció el inagotable ingenio de los patriotas cubanos que, como decía Carlos Manuel de Céspedes: "todo menos la infamia lo encontraban bueno para enfrentar a los españoles".

Es así que cualquier análisis del surgimiento del arte militar cubano nos conduciría a destacar los siguientes aspectos:

-Tácticas de la guerra irregular como la búsqueda y el logro del factor sorpresa, y la retirada oportuna después de logrado el objetivo de provocar el desgaste del enemigo.

-Aprovechamiento de las características del terreno.

-Utilización de la estratagema de simular una situación como una fortificación o trinchera y encubrir otra desde donde se produciría la acción principal, realizar un movimiento de tropas en una dirección y con otras o la misma en rápido movimiento, atacar fuerzas enemigas menores o simular una retirada para provocar la persecución y emplear entonces más fuerzas para rechazar y atacar a los perseguidores.

-Concentración y desconcentración de las fuerzas, teniendo en cuenta las operaciones del enemigo y un orden combativo flexible de manera que facilite moverse de forma oculta o rápida, la sorpresa y la rapidez de la retirada.

-Dejar solo las fuerzas necesarias para continuar hostigando al enemigo y no dejarlo descansar o moverse libremente por las necesarias medidas de seguridad que debe tomar.

-Ejemplo personal de los jefes.

-Importancia del orden reglamentario y de la disciplina; del cuidado del armamento, el ahorro de municiones, la atención al caballo, la flora medicinal, la frugalidad en la alimentación y otros mil secretos del guerrillero que pasan inadvertidos para el soldado regular.

Todos esos rasgos signaron la estrategia militar de Agramonte al frente del mando de la División del Camagüey.

Comprendió El Mayor, en las condiciones de desventaja logística que combatía el Ejército Libertador, la necesidad de autoabastecerse aprovechando el ingenio criollo y las posibilidades que les brindaba la naturaleza; dirigió la creación y organización de fábricas o talleres, donde se elaboraba o reparaba los efectos que necesitaban las fuerzas insurrectas, incluyendo una pólvora que se fabricaba con guano de murciélago, y una lejía que se obtenía de las cenizas del árbol conocido como jobo, carbón de cedro y azufre. Estos talleres se asentaron en su mayoría en la zona de Najasa y Sierra de Cubitas, donde existían tupidos montes capaces de brindar protección contra cualquier ataque sorpresivo de las fuerzas españolas sin tener necesidad de emplear numerosa custodia.

Sin embargo, hay tres elementos del arte militar cubano que todos identifican plenamente con Agramonte. El primero, la caballería camagüeyana, su capacidad y orden combativo según la correlación de fuerzas: se concentraba cuando el enemigo se dividía para aniquilarlas o cuando los españoles operaban de conjunto, entonces, como si fuese una guerra de guerrillas, con pocos jinetes los hostiliza constantemente y con rápidos movimiento de un lugar a otro, con lo cual desconcertaba al enemigo y le impedía conocer el lugar exacto donde se encontraba la fuerza insurrecta.

Otro fue el orden y la disciplina que logró de sus oficiales y soldados, reconocido por el General Máximo Gómez cuando escribió que las fuerzas de la División del Camagüey que había dejado Agramonte eran las mejores, por su disciplina, del Ejército Libertador.

Por último, pero no menos importante, es su liderazgo, ganado por su valor, genio militar y ejemplo personal. Junto al celo por el cumplimiento del deber de sus hombres, se caracterizó por el logro de un especial respeto hacia ellos. Influyó mucho sus muestras de responsabilidad con la vida de sus tropas. ¡Cómo olvidar la anécdota de cuando escaseaba el alimento y su indicación para compartir una guayaba!

Estas cualidades de Agramonte -que fueron consolidándose durante los años de 1871 y 1872- hicieron que progresivamente mejorara la situación militar bajo su mando, y las fuerzas mambisas del Camagüey pasaran en la guerra de la defensiva a la ofensiva.

La muerte de El Mayor: ¿causas y azares?

Por Elda Cento Gómez/ Presidenta de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba.

Cuando Pedro salió a su ventana
no sabía – mi amor, no sabía –
que la luz de esa clara mañana
era luz de su último día…
Silvio Rodríguez

El amanecer del 11 de mayo de 1873 sorprendió a Ignacio Agramonte mientras precisaba con sus jefes de unidades las misiones que cada quien debía cumplir en el combate que se avizoraba inminente. Poco debió haber dormido, ocupado en atender los informes de los exploradores enviados a comprobar la certeza de noticias recibidas sobre la cercanía de una fuerte columna enemiga con unos mil hombres de las tres armas – infantería, caballería y artillería – enviada en su persecución desde Puerto Príncipe por el general de brigada Valeriano Weyler, jefe interino del Departamento Central, deseoso de vengar las derrotas sufridas pocos días antes en fuerte Molina y Cocal del Olimpo.

No debió estar entre sus planes combatir en los próximos días pues debía avanzar hacia Las Tunas donde se preveía un encuentro con jefes orientales. Incluso la noche anterior había sido festiva pues la oficialidad de la infantería de Caonao había ofrecido a la villareña una "cena mambisa" a la cual puso término los informes recibidos. Poco después Agramonte tuvo que tomar la primera de las decisiones adoptadas en las horas que se tornarían las últimas de su vida. Debió elegir entre esquivar el combate en aras de concurrir a la cita mencionada o aceptarlo con la intención, no de destrozar la columna enemiga que venía en busca del desquite, sino de castigarla lo suficiente para impedir continuase en su persecución.

Decidido por la segunda opción, concibió cuidadosamente una idea del combate basada tanto en el conocimiento de las posibilidades del terreno como de la acometividad propia de la caballería española. Sus fuerzas, compuestas por unos quinientos sesenta efectivos de infantería y caballería, habían aprovechado el botín capturado en los combates recientes aunque el parque fuese escaso, lo que no constituía un imprevisto para los cubanos.

Sucintamente el plan consistía en provocar la vanguardia enemiga – generalmente de caballería – con una pequeña fuerza de jinetes cubanos que debía atraerlos en su persecución hacia el fondo del potrero de Jimaguayú, donde la infantería del Camagüey y Las Villas los detendría con su fuego, momento en que recibirían el ímpetu de una carga de la caballería camagüeyana por uno de los flancos y la retaguardia. Se trataba del clásico martillo mambi, una trampa cuya efectividad había sido más que probada.

¿Qué sucedió entonces en las horas siguientes? El azar también tiene su espacio en una guerra. Nunca he olvidado la impresión que me causó visitar por primera vez el lugar que fue escenario de los acontecimientos sobre los que ahora escribo y en particular leer en la inscripción del obelisco erigido por los veteranos en 1928, que a la muerte de Agramonte la rodeaba un misterio guardado por un “silencio impenetrable”. ¿Cuántas personas al leer tal inscripción habrán pensado que en la caída de El Mayor pudieron concurrir circunstancias no muy claras? Súmese a ello que en algunos escritos sobre esta tragedia – que sin dudas lo fue, por demás una de las mayores en la larga lucha de nuestro pueblo por la libertad – se dice que fue solo una escaramuza en la que Agramonte, llevado por su impetuosidad, abandonó su puesto de general y tomó el de un soldado de filas o que fue víctima de una traición o de fuego amigo.

Puedo juzgar con dureza a quienes propalan versiones falsas de los hechos con el ánimo de confundir, pero puedo comprender a aquellos que anonadados por la terrible noticia no encontraron una explicación de lo sucedido y que a la vez los reconciliase con la dolorosa certeza de que Agramonte nunca mas los guiaría en el combate, que tampoco compartiría con ellos los escasos frutos que a su paso encontraban para saciar el hambre sempiterna, que nunca mas lo verían – discretamente apartados – censurar a un subordinado con aquel gesto de su mano que les hacía decir que El Mayor lo estaba salando, ni caminar rápidamente de un lado a otro, con las manos a sus espaldas, momento en que todos sabían pensaba en Amalia y respetaban su dolor. Es que los pueblos nunca encuentran un marco lo suficiente digno para la muerte de sus libertadores.

Ahora bien, mientras Agramonte disponía el combate ¿qué ocurría en las posiciones del enemigo? La columna bajo el mando del teniente coronel José Rodríguez de León había pernoctado en Cachaza, sitio ubicado a unas dos leguas de Jimaguayú, luego de recibir de sus avanzadillas el informe de la presencia allí de fuerzas cubanas. O sea, la exploración de ambos bandos había funcionado con eficiencia, pero ¿el factor emocional de las tropas y sus jefes habría tenido similar equilibrio? Mientras las fuerzas cubanas sentían la positiva carga de los éxitos logrados en los días precedentes, las tropas españolas que debieron estar muy motivadas por el deseo de venganza, tuvieron que cumplir durante el avance desde Puerto Príncipe la penosa tarea de dar sepultura a las decenas de cadáveres de sus compañeros caídos en las acciones de fuerte Molina y Cocal del Olimpo, lo cual puede contribuir a entender las razones de la extrema cautela con que Rodríguez de León se condujo, tanto durante el recorrido como en los primeros momentos del combate pues, iniciado este según lo previsto por Agramonte, hizo cambios en su orden combativo que impidieron cayese en la celada la caballería con lo cual fue su infantería la primera que entró al potrero. Se entabló de ese modo un combate de cierta envergadura – para nada una simple escaramuza – en el que se enfrentaron fuerzas de infantería y caballería de ambos bandos, aunque no precisamente como lo había planeado El Mayor.

Es difícil precisar con exactitud los movimientos del jefe camagüeyano quien, jinete en Ballestilla, seguía el desarrollo de las acciones moviéndose por su orden combativo mientras enviaba enlaces con instrucciones. En un momento dado, apreciando que estas se prolongaban más de lo conveniente, debió decidir ponerles fin. No tenía fuerzas para decidir la acción a favor de las armas independentistas, se imponía romper el contacto, para lo cual envió emisarios con las órdenes pertinentes.

Hasta aquí no hay mayores discrepancias entre las fuentes consultadas, es a partir de ese momento que comienzan las versiones como pudimos constatar quienes integramos el equipo interdisciplinario que entre 2005 y 2006, convocados por la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey, realizamos el estudio de esta acción que sería publicado por la Editorial de Ciencias Sociales bajo el título de Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú cuya consulta recomiendo a quienes deseen información pormenorizada. No es sorprendente que así sea: son los instantes que precedieron directamente a su muerte ¿Por qué? Cintio Vitier, refiriéndose a la de José Martí lo explicaría: “quizás porque no podemos asumir su muerte, en los últimos minutos de su vida se invisibiliza para la narración histórica”. [1]

El análisis de las fuentes sustenta la idea de que para favorecer la maniobra de salida del combate de sus tropas – en primer lugar de la caballería -, El Mayor intentase asestar una carga sorpresiva contra un flanco de la infantería enemiga, acompañado por un corto número de jinetes. Varios testimonios de cubanos atestiguan esta carga y el parte de Rodríguez de León describe una, por el centro de su dispositivo. Encabezar cargas al machete, seguido por escasos jinetes, no era algo inusual en el héroe camagüeyano; pero en esta ocasión el azar se le iba enredando, poderoso, invencible y fue alcanzado por uno de los muchos disparos de la descarga, que a corta distancia, hicieron tiradores de una compañía enemiga ocultos en un cayo de hierba de guinea. Un proyectil lo alcanzó en la sien derecha, le salió por el parietal izquierdo y le causó la muerte de modo instantáneo: una trayectoria que solo puede seguir un disparo hecho desde un plano ligeramente inferior y en un punto algo por delante de la víctima.

Terrible certeza la de su muerte, pero ella forma parte de las posibilidades de cada combate. ¿Puede afirmarse entonces, que Agramonte murió porque abandonó su puesto de general para ocupar el de soldado, dejándose llevar por su impetuoso brío de guerrero? En modo alguno. Por norma hecha tradición, los jefes y oficiales cubanos no presenciaban los combates desde una segura distancia, sino que marchaban en la primera línea, a la cabeza de las cargas al machete y ese es el ejemplo que nos hace invencibles. (Tomado de www.cubadebate.cu)

[1] Cintio Vitier: "A Martí cierro los ojos para verlo", en Froilán Escobar: Martí a flor de labios, Ed. Política, La Habana, 1991, p. XXVII

"Muerto ya, le temían, porque un muerto cuando ha tenido su razón por mando, sigue mandando sin mandar: mandando con algo que al dormir queda despierto".
Indio Naborí

Agramonte: una mirada desde las artes

"Qué paisajes sonríes,

qué árboles desdeñas,

guardián en la distancia,

ciñendo tus espuelas".

Luis Álvarez Álvarez.

Agramonte en la poesía

Por Martha Hurtado Cardoso/ Especialista de la Dirección de Investigaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey.

La figura del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz ocupa un espacio recurrente en la historiografía camagüeyana y cubana. Esto no es un hecho casual. Se fundamenta en la significación de sus valores como ser humano, profesional y estratega militar en la gesta independentista de 1868, y por su relación amorosa con Amalia Simoni Argilagos; pero también en la poesía son protagónicos el héroe y la huella que dejó en los hombres de su propio tiempo y de los tiempos por venir después de su muerte.

En 2009 Ácana publicó la compilación de setenta y ocho poemas hallados por esta autora, divulgados o inéditos, con el título Visión poética de Ignacio Agramonte. Fueron ordenados de forma cronológica y agrupados por etapas históricas —Colonia, República y Revolución—, con una breve reseña de sus autores, bien consolidados en el arte de la palabra o diletantes imbuidos de amor patriótico y admiración por el personaje legendario; un patrimonio de visiones que permite valorar la impronta del héroe traducido en símbolos e imágenes por su compromiso con los sagrados ideales de la libertad desde la tradición poética cubana.

Los poemas abordan temas de su vida, o toda ella, sin que lleguen a agotarse: el nacimiento y la condición de su cuna, los estudios de derecho, el noviazgo con Amalia, la marcha al campo de batalla, su participación en la Asamblea de Guáimaro, el nacimiento del hijo en la manigua, el coraje mostrado en los combates contra el enemigo despótico, incluida la valoración de este; el rescate de Sanguily; los calificativos que le fueran otorgados; la muerte en Jimaguayú; así como frases que le pertenecen, expresadas en coyunturas muy especiales, mediante sonetos, décimas, romances, otros tipos de estrofas, versos libres, asonancias e innovaciones métricas.

El poema «Agramonte», del poeta nacional Nicolás Guillén, escrito en el período revolucionario, al cumplirse el centenario de la caída del héroe, se presenta como muestra de la poesía que se escribió a El Mayor a partir del rescate de Sanguily, su más grande hazaña, hasta el presente:

Oh llanura materna, tierra mía,

ancho cuero de toro, seco y duro:

ni un monte tienes de granito puro

que interrumpa tu tensa geografía.

¿Ni un monte tienes de granito puro,

oh llanura materna, tierra mía

que interrumpa tu tensa geografía

ancho cuero de toro, seco y duro?

Se alza Agramonte de granito puro,

Oh llanura materna, tierra mía

Ancho cuero de toro, seco y duro:

Alto sobre tu tensa geografía

Un monte se alza de granito puro

Que es un ojo sin sueño, tierra mía.

De Rubén Martínez Villena son estos otros versos:

Héroe cubano de valor esquivo,

de la Historia en la página te advierto,

en las entrañas de la Patria, muerto,

y en el recuerdo de la Patria, vivo.

No puede dejar de mencionarse a Aurelia del Castillo, calificada como una figura femenina activa de las letras cubanas del siglo XIX y muy unida a Agramonte en su juventud.

Broncíneo el pecho, el alma diamantina,

se levanta en los campos de la guerra

como arcángel mortífero que aterra

y ángel de luz que espléndido ilumina.

A su aspecto tan solo se adivina

cuánto de grande en el campeón se encierra

Él es de la falange que a la tierra

viene del centro de la luz divina.

Las huestes turbulentas de los campos,

dóciles a su voz, se tornan puras;

y cuando muere por la patria ese hombre

la gloria le circunda con sus lampos,

tú, amada tierra, con su luz fulguras

y el mundo aclama delirante un nombre.

Ignacio Agramonte en la música lugareña
Por M.Sc. Verónica Fernández Díaz/ Musicóloga e investigadora del Centro de Estudios Nicolás Guillén

La figura legendaria de El Mayor Ignacio Agramonte y Loynaz ha sido fuente de inspiración para muchos músicos cubanos, en particular lugareños. La compilación de esa obra compositiva se convirtió en una difícil tarea en tanto una parte se encuentra en fondos personales si bien la más significativa se localizó en archivos locales y bibliotecas públicas.[1] No obstante se ha logrado reunir un corpus partiturológico que refleja la figura de El Mayor: sus hazañas y sus amores, entre las que destacan aquellas realizadas por compositores camagüeyanos con un abanico de géneros y estilos diversos que abarca desde el siglo XIX hasta las más contemporáneas formas de asumir la música.

De las obras concebidas por compositores foráneos destaca la realizada por el trovador Sindo Garay, quien en su pieza A Camagüey hace referencia a El Mayor. Esta canción fue compuesta entre 1910 y 1920, y aunque quedó grabada, no se encuentra registrada en ninguno de los archivos fonográficos del país.[2]

También se ha hecho muy popular la realizada por Silvio Rodríguez bajo el título de El Mayor, pieza grabada en diversos soportes (acetato, casete, CD) y con una variedad de versiones como la realizada por la agrupación Moneda dura, o el Dj camagüeyano Miler donde la melodía es liderada por la trompeta, una especie de símbolo que inmediatamente pone al escucha en asociación con los toques de corneta del Ejército Mambí.

De igual manera, debe señalarse la composición de Rembert Egües titulada Al Mayor, compuesta expresamente para el Ballet de Camagüey en 1977 y que cuenta con la coreografía de Gustavo Herrera.

La Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella de la ciudad agramontina custodia otras partituras dedicadas a Ignacio Agramonte. Entre ellas la compuesta por el pintor y organizador de espectáculos habanero Aurelio Martínez Zulueta, pieza fechada en agosto de 1975 bajo el título Al Bayardo.

La biblioteca conserva otro número importante de obras pertenecientes a compositores camagüeyanos del pasado que no forman parte del repertorio de las agrupaciones y tampoco han sido grabadas o publicadas; y que por tanto, son desconocidas por los propios camagüeyanos. Entre ellas se encuentran Abono a la historia, himno compuesto por Jorge González Allué sobre versos de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, el 12 de noviembre de 1972.

Otro de los himnos dedicados al héroe camagüeyano lleva por título Al Mayor Agramonte. Se trata de un himno para coro mixto a capella compuesto por José de la Cruz Agüero, profesor de violín más conocido como Cuco.

De esta obra se conocen algunas audiciones públicas. Entre ellas destaca la realizada en una velada solemne por el aniversario 115 de la caída en combate de Ignacio Agramonte. Esa velada tuvo lugar en el Parque Agramonte de nuestra ciudad y en la misma, el Coro Profesional de Camagüey –acompañado por la Banda Municipal de Conciertos- ejecutó la obra.

Por otra parte, todo parece indicar que en diciembre de 1941, al celebrarse el Centenario del natalicio de El Mayor, se efectuó en la ciudad un concurso de bandas donde la nuestra, bajo la batuta de Félix Ráfols y con la colaboración de la Coral del Conservatorio que este eminente maestro español radicado en Camagüey dirigía, interpretó un Himno Agramonte que por la fecha en que fue compuesto, puede tratarse del realizado por José de la Cruz Agüero, el único que ha sido arreglado para coro de los que se conservan en los archivos provinciales.

Otra de las piezas dedicadas a Ignacio Agramonte conservadas en la Biblioteca Provincial es la marcha Al rescate compuesta por su hija Herminia Agramonte Simoni. Esta es una de las partituras más bellas y mejor logradas de las dedicadas al Mayor, fue escrita en 1925 y refiere a una de las acciones más sobresalientes desarrolladas por Agramonte durante las guerras de independencia: el rescate de Julio Sanguily.

Herminia Agramonte Simoni, luego de Betancourt, que tuvo una formación musical como pianista; se presentó con la marcha El rescate al concurso convocado por el Conservatorio Chicago extension University de la ciudad del mismo nombre y obtuvo el primer premio entre otras cincuenta obras.

En el verano de ese mismo año, 1925, la marcha de la señorita Agramonte Simoni fue ejecutada por la conocida Banda de Música Pryos en Asbury Park, siendo bien acogida por el público que asistió a su estreno. Herminia. No obstante al éxito de su obra en Estados Unidos, quiso que esta fuera escuchada en su Camagüey antes que en cualquier otro lugar de Cuba y por tal motivo la dedicó a la ciudad.

Según consta en el periódico El Camagüeyano con fecha 28 de octubre de 1927[3] -donde aparece publicada, además, la partitura-, el coronel jefe del distrito militar de Camagüey, señor Desiderio Rangel, y el alcalde Dr. Domingo de Parra, recibieron con entusiasmo la donación de la partitura de manos de la propia Herminia y su marcha formó parte del repertorio de las Bandas de Música Militar y Municipal de Camagüey.

Por otra parte, el fondo documental del Museo Provincial Ignacio Agramonte custodia el himno titulado Agramonte compuesto por el coronel Francisco Arredondo Miranda. Este himno tiene una forma binaria simple que recuerda las características esenciales de la canción decimonónica. Sobre todo por la influencia del bel canto italiano -como influencia de la ópera- que puede apreciarse en el diseño melódico construido por intervalos de 3era y 6ta.

Otro himno dedicado a Agramonte fue encontrado en el Museo Nacional de la Música. Es el titulado Himno a Ignacio Agramonte con música del camagüeyano José Molina Torres y letra de Temístocles Betancourt.

Otras piezas manuscritas dedicadas a Agramonte se encontraron en el archivo personal de Pedro Pimentel -responsable de la sala de música de la Biblioteca Provincial durante muchos años-. Entre ellas dos piezas de Carmen de la Torre, perteneciente a una de las más importantes familias camagüeyanas de músicos que se desarrolló a finales del siglo XIX y durante la etapa republicana. Estas obras se titulan Agramonte-Camagüey y Agramonte. La primera con letra de Nicolás Guillén y la segunda concebida en tiempo de habanera lleva letra del poeta cienfueguero Eduardo Benet Castellón.

Aunque de la titulada Agramonte-Camagüey no se posee la partitura completa, tan solo la melodía; su depositario Pedro Pimentel aseguró antes de morir que custodiaba una versión para piano solo, utilizada en programas de diversos tipos transmitidos por los medios de comunicación del territorio, e interpretada por la pianista y compositora local Caridad Fernández.

La otra canción de esta compositora: Agramonte, fue escrita en compás de 2/4 en tiempo de habanera, si bien el dibujo melódico con figuración de tresillo, la acerca a la subdivisión ternaria de 6/8.

Otra canción interesante que habla sobre Ignacio Agramonte es la titulada Amor infinito, compuesta en 2004 con letra y música de Sergio Morales Vera, arreglo musical de Humberto García e interpretada por Margarita Morales. En el texto se narran los amores entre Amalia e Ignacio en vínculo con la ciudad agramontina.

En la canción trovadoresca destaca la compuesta por Antonio Batista que lleva el título de El mito donde se retoma el tema de la muerte del prócer enunciado por Escalona en su Canción al 11 de mayo, y de alguna forma lo desarrolla convirtiendo la muerte física en símbolo.

Hasta el momento se han podido localizar 16 obras musicales dedicadas al Mayor Ignacio Agramonte, de ellas 14 pertenecientes a compositores locales y dos de los compositores foráneos Sindo Garay y Silvio Rodríguez. Las temáticas más comunes en este repertorio refieren a sus logros militares en pos de la independencia, a su muerte y en menor medida sus amores con Amalia Simoni.

La valoración de las obras encontradas en archivos provinciales y fondos personales dedicadas a la figura de Ignacio Agramonte, revela que los compositores del territorio camagüeyano se han interesado en reflejar, también en la música, la impronta de su prócer más singular. Obras que son orgullo de un pueblo que no en balde ha tomado para sí el calificativo de agramontinos.

[1] La mayor parte de este trabajo fue publicado en Cuadernos de historia principeña 9 con el título "Un diamante en la música". Esta nueva versión contiene algunas modificaciones y la incorporación del análisis de obras musicales dedicadas a El Mayor no contenidas en el artículo que le precede.

[2] Debe aclararse que se rastrearon partituras dedicadas a Ignacio Agramonte en la Biblioteca Nacional José Martí sin resultados satisfactorios. El personal de la sala de música de dicha institución corroboró la ausencia en sus fondos de obras musicales dedicadas al este prócer.

[3] V.: Carmela de León: Sindo Garay. Memorias de un trovador. p. 259.

Agramonte ha vuelto a desandar las calles del Camagüey

Entrevista con el actor Daniel Romero, quien interpreta a Agramonte en la película El Mayor, aún en rodaje.

Por Arailaisy Rosabal García/ Radio Cadena Agramonte.

Daniel Romero tiene 28 años, y no es, del todo, un actor con una carrera prolífera. Sin embargo, sus dos únicos roles en el Cine, han sido, podría decirse, épicos.

Con 16 años, y recién llegado a la Escuela Nacional de Arte, Fernando Pérez lo convirtió en el Martí adolescente de su filme José Martí: el ojo del canario. De él, dijo, no había mucho parecido físico, pero tenía la fibra, la voz, la mirada, e incluso el carácter del Apóstol. Ahora, ocho años después, Daniel regresa a la pantalla grande; esta vez, interpretando a otro pilar de la Historia de Cuba: Ignacio Agramonte.

"Con Agramonte me sucedió como con Martí: lo descubrí verdaderamente con la película. De hecho, a él lo conocía menos, porque en las clases de Historia siento que se va siempre mucho más a Céspedes, tal vez por su condición de iniciador y Padre de la Patria; de Agramonte se habla menos; incluso, se insiste mucho en sus contradicciones con Céspedes, en su arte militar, y se deja de lado al hombre".

No puedo aguantarme y le digo que afortunadamente no pasa así en Camagüey, que aquí en esta tierra Agramonte es casi casi un compinche, aunque debo reconocer que hace falta cambiar métodos y estilos en la enseñanza de la Historia.

Me dice entonces él que lo ha podido notar, que si una cosa agradece de que la película se haya filmado prácticamente de forma íntegra en esta tierra es eso, el haber podido palpar cuánta devoción hay hacia nuestro Ignacio.

“Es impactante el amor que tienen los camagüeyanos por Agramonte, el respeto que le tributan. Uno lo ve, lo siente. Agramonte es el símbolo de Camagüey. Fue un regalo filmar la película aquí, no había mejor locación que esta, te lo aseguro, porque se entiende a Agramonte estando aquí; fuera de aquí me habría sido imposible.

“Sin embargo –agrega- siento que con Amalia no es igual, y soy de los que creen que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, y ella fue el motor impulsor de Agramonte”.

¿Cuánto demandó de ti, más allá de la transformación física, representar a El Mayor?

“Fue un trabajo muy fuerte. Ya te decía que de Agramonte sabía muy poco. Tuve que investigar mucho, leer las pocas biografías que hay de él, porque trabajos investigativos existen bastantes, pero las biografías consistentes son escasas. Recurrí a Aurelia del Castillo, que me permitió conocer al Agramonte humano: cómo era su voz, sus gestos, su modo de relacionarse con las personas, su dulzura. Estudié también a Ramón Roa y su texto Pluma y machete; era él quien llevaba el diario de operaciones, los datos del día a día en la manigua.

“Me ayudó mucho también Elda Cento; ella es apasionada de Agramonte. Tuvo la delicadeza de regalarnos una edición de su libro Para no separarnos nunca más, sobre el epistolario entre Ignacio y Amalia, que me permitió conocer esa otra parte, la del hombre, la de sus deseos, sus necesidades, sus obsesiones.

“Tuve además que realizar muchos entrenamientos de equitación y esgrima, lo que me exigió un tremendísimo esfuerzo físico, y aprehender el lenguaje de la época, porque la película, aunque se ha visto obligada a ficcionar ciertas cosas, es un filme histórico”.

¿Y cuánto de lo que aprendiste de Agramonte te queda a ti como Daniel?

Mucho. Agramonte es un ejemplo de progreso, de superación constante, de compromiso, de fidelidad, un hombre con una visión extraordinaria de la vida, un paradigma para la juventud. Cuando leí la Sabatina (examen oral que era una especie de defensa, al que debían someterse los estudiantes de derecho de la Universidad de La Habana), cuando la estudié para la película, sentía que Agramonte me hablaba a mí, que era una conversación entre jóvenes de estos tiempos; que me hablaba como padre, como amigo, e incluso como artista.

Has incursionado en el cine representando a dos de los héroes más renombrados de la Historia Patria. ¿Qué diferencia entre asumir a Martí y a Agramonte

“La diferencia es mucha, no sé cómo he podido hacerlo; es un riesgo grande. Pero de lo que sí estoy seguro es que si he hecho a Agramonte ha sido por Martí, y terminando de hacer Agramonte tengo el regalo de que conozco más a Agramonte y entiendo más a Martí.

“Agramonte fue el héroe romántico de la historia de Cuba, fue de las personas que con más amor y más ahínco pensó una República de derecho; Martí, después, tuvo la grandeza de que perdida la guerra, los hombres volvieran a tener fe, a convencerse de retomar las armas.

“¿Sabías que Martí fue el único hombre que recibió Amalia en Nueva York y le aceptó una entrevista, cuando él andaba por Estados Unidos reuniendo fuerzas y dinero para la guerra?”

¿Cómo será entonces el Agramonte que veremos en El Mayor?

No quise representar a un Ignacio héroe, patriota, al final yo creo que los héroes, como hombres, se equivocan también. Un hombre que sacrifica a su familia por ir a la guerra, o que lleva a su mujer a la guerra también, puede verse como un acto egoísta, de locura, pero son esas precisamente las cosas que lo hacen un gran hombre. Ignacio era muy arrojado, muy vehemente, con un ego muy fuerte, un líder nato, y parte de su grandeza está precisamente en cómo durante la guerra él va domando eso, y logra, por ejemplo, entender a Céspedes, logra crecerse como hombre. No sé si es lo que he podido dar, ni si es lo que está, pero es lo que he intentado.

El orgullo de tener de cerca a Agramonte

Por Juan G. Mendoza Medina/ Radio Cadena Agramonte.

Los museos abren una puerta al pasado, nos hacen vivir muy de cerca la historia para quienes los visitamos; pero los que poseen la responsabilidad de cuidar, preservar y conservar sus colecciones son privilegiados, porque de ellos depende que tales episodios perduren de manera material y palpable en esos objetos.

Manuel Fernández Parrado es museólogo desde el año 1978, y labora como restaurador en el Museo Provincial Ignacio Agramonte. Afirma que para él es un orgullo tocar una pieza que perteneció a El Mayor, que fue de su uso cotidiano. Y es que "los que amamos la historia sentimos respeto".

En esa institución, del insigne camagüeyano se guardan piezas de materiales resistentes, como los espolines y la cucharita de paladeo; ninguno de los dos ha tenido que pasar nunca por las manos del experimentado Manuel en su taller, ni siquiera para una limpieza profunda, en lo cual ha influido la exhaustiva labor de los conservadores.

“Yo soy agramontino- afirma categórico y con mucho orgullo este hombre- no por dónde nací, sino por el patriota que fue Ignacio. Aunque hubiese nacido en Holguín, o en La Habana, sería agramontino; por su valor, destreza, carisma y desprendimiento”.

Esa pasión por la figura del hombre que protagonizó el rescate de su brigadier Julio Sanguily, también la comparte Isabel Marrero Martínez, conservadora del propio Museo, y quien hasta hace poco y durante 13 años, tuvo bajo su custodia el almacén de los artículos de Historia.

“Hay que hacer una labor de prevención para evitar el deterioro de las muestras y detectar a tiempo los problemas. Materiales como la plata, el oro, la alpaca, el marfil, son más fáciles de conservar, no así con el textil y el papel.

“Sin embargo -relata Isabel-, en una oportunidad la hebilla del cinto de Agramonte estaba oscura, incluso se llegó a pensar que la habían sustituido; pero al limpiarla volvió a su estado natural, con las características del oro del que está elaborada, pues la humedad la había afectado.

“Todo se realiza con mucho cuidado: se ponen los objetos sobre mesas y se manipulan con guantes de tela, o tela, en su defecto. El temor de que se rompan siempre existe, pero hasta ahora, nunca me ha sucedido.

“Una vez concluido el proceso de restauración te da un placer muy grande, y eso es posible porque trabajo aquí en el Museo. Ese es un privilegio que nadie tiene, porque el tacto transmite, y así estás tocando la historia”.

El mismo respeto que ha primado hacia las pertenencias de Agramonte en el Museo Provincial, se evidencia también con las piezas de Amalia Simoni, pues tal y como explica Annerys Fernández Mendoza, especialista principal de investigaciones de esa institución, la colección vinculada a Ignacio tiene dos características.

Primero, todas son pertenencias que estuvieron relacionadas con la familia y la figura de Amalia. “Desde los años 20 del pasado siglo cuando se empieza a coleccionar objetos, no solo se piensa en el héroe, sino también en Amalia, algo que no sucede con otros personajes de la Historia de Cuba.

“Y por otro lado, esta es una colección única, que se ha ido rescatando con el paso de los años, a partir de lo que han aportado los descendientes de ambos y los compañeros de lucha de Agramonte”.

La cucharita de paladeo, hoy en el Museo Casa Natal Ignacio Agramonte, es una de las primeras piezas que se recuperaron, y a partir de la década del 40, con la fundación del Comité Promuseo, encargado de contactar a familiares para que donasen piezas, se obtienen, por ejemplo, el rosario de Amalia, juegos de cafetera y lechera de los esposos, y un plato decorativo que hoy están expuestos en la Sala de Independencia del Museo Provincial, reabierta por cierto hace par de años luego de tres décadas cerrada.

En ese último lugar también se conservan la hebilla del cinto que Agramonte obsequió a uno de sus compañeros, el reloj de bolsillo que usaba, un alfiler de corbata y los espolines de plata que llevaba cuando cayó en combate, el cual, junto al revólver que utilizaba ese propio día- pero que se encuentra en la Casa Natal- constituyen los objetos más importantes del héroe que se atesoran, a juicio de Fernández Mendoza.

Así, gracias al espíritu de patriotismo, de camagüeyaneidad, fueron fundados el Museo Provincial y la Casa Natal, a los que se suma la Quinta Simoni, tres espacios de obligada visita si se quiere vivir bien de cerca no solo la vida y obra de Agramonte, sino también la de su amada esposa.

En el Museo Provincial, personas como Manuel Fernández Parrado e Isabel Marrero Martínez, tienen el privilegio de custodiar, preservar y restaurar pertenencias que tienen tras sí su propia historia, y que con desvelo ha investigado Annerys Fernández Mendoza, todos con el único objetivo de inmortalizar pasajes de la fructífera existencia de “aquel diamante con alma de beso”, al decir de José Martí.

A ellos los ha guiado el compromiso de que la historia sea contada también a través de los museos, y la admiración y el orgullo por un hombre que nos ha regalado un gentilicio que nos distingue: agramontinos. (Fotos del autor y cortesía de Annerys Fernández Mendoza)

"Y aquel del Camagüey, aquel diamante con alma de beso (...) Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros". (José Martí)