Democratizar la palabra

Radios Comunitarias


México es un país antidemocrático en materia de telecomunicaciones. Hay un par de grupos que se han adueñado del espectro radioeléctrico y lo monopolizan. Afortunadamente, en toda América Latina se están construyendo radios comunitarias. La primera se fundó en octubre de 1947, en Bolivia. 

Hay muchas razones que explican la simpatía por la radio en Latinoamérica. Podríamos afirmar que, en cierto modo, responde al carácter oral de la cultura latina; especialmente sus pueblos indígenas, esa característica cultural que es parte de la vida cotidiana. La gente básicamente vive en la oralidad y la radio viene siendo una extesión de la oralidad a través de la tecnología; una oralidad que engancha perfectamente con la idiosincrasia, con el modo de ser cotidiano de la gente. 

Otra razón puede ser la relativa facilidad técnica con la que se puede hacer radio actualmente. La radio también ofrece a la gente las posibilidades de expresarse de manera directa, de que diga su palabra. En el caso de las Radios Comunitarias, es el diálogo con los otros su fortaleza; ese acercamiento que físicamente no está pero que se da en otros términos; esa radio íntima, una radio que esté cerquita de la gente que le hable, que la acompañe, que le divierta, que le haga pensar; a un lado de la gente no desde arriba para abajo, sino junto con la gente.

No hay una definición exacta de lo que es una Radio Comunitaria. En su Manual Urgente para Radialistas Apasionadas y Apasionados, José Ignacio López Vigil, sostiene que cuando una radio promueve la participación de los ciudadanos y defiende sus intereses; cuando responde a los gustos de la mayoría y hace del buen humor y la esperanza su primera propuesta; cuando informa verazmente; cuando ayuda a resolver los mil y un problemas de la vida cotidiana; cuando en sus programas se debaten todas las ideas y se respetan todas las opiniones; cuando se estimula la diversidad cultural y no la homogenización mercantil; cuando la mujer protagoniza la comunicación y no es una simple voz decorativa o un reclamo publicitario; cuando no se tolera ninguna dictadura, ni siquiera la musical impuesta por las disqueras; cuando la palabra de todos vuela sin discriminaciones ni censuras, ésa es una radio comunitaria. 

La Radios Comunitarias no se someten a la lógica del dinero ni de la propaganda las emisoras que así se denominan. Su finalidad es distinta, sus mejores energías están puestas al servicio de la sociedad civil. Un servicio, por supuesto, altamente político: se trata de influir en la opinión pública, de inconformar, de crear consensos, de ampliar la democracia. En definitiva (y por ello, el nombre) de construir comunidad. Porque el desafío de todas estas emisoras es similar: mejorar el mundo en que vivimos. Democratizar la palabra para hacer más democrática esta sociedad excluyente a la que nos quiere acostumbrar el neoliberalismo. 

Esa es la Filosofía que subyace en la creación de las Radios Comunitarias. Son las ganas de la gente lo que la hace posible; les gusta compartir y fomentar los encuentros a través de la palabra; como un impulso profundo por encontrarse en la palabra con el otro y posibilitar que otros se encuentren a través de esa palabra. 

Y tal vez la sospecha de que estas herramientas pueden ser útiles en la transformación de la realidad social hace que existan muchos procesos de radio que tienen este impulso desde abajo y para los suyos, que se hacen con tres pesos y en contra de toda la normatividad (se les persigue o se les ignora, se dice que son ilegales porque están en un limbo jurídico; ni están propiamente prohibidas, ni son aceptadas), y que sigan pululando y tengan un dinamismo tan profundo y rico. Las comunicadoras y comunicadores tienen que oír a la gente para preguntarle cómo armar la programación de la radio desde sus propios gustos y luchar para que la sociedad civil tenga pleno uso de las frecuencias de radio y televisión, las cuales no son propiedad del gobierno o de los empresarios, sino un derecho humano.

Hace muchos años cuando los españoles lograron capturar a Túpac Amaru, el líder rebelde de los incas, ordenaron cortarle la lengua antes de intentar desmembrarlo con caballos atados a las extremidades. Con este acto mandaron callar a un continente entero, le arrebataron la voz, le negaron la palabra. Así obligaron a lo pueblos a caminar cabizbajos y en silencio. Hace unos años el monarca revivió la arrogancia del conquistador al espetar un "¿Por qué no te callas?" a un latinoamericano. Sin embargo, después de 500 años la voz silenciada se levanta y su eco resuena en todos los rincones de la tierra. 

Como dicen los zapatistas

“no morirá la flor de la palabra […] la palabra que vino del fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder”.