Cuando el Poopó se apagó

Víctor Burguete

Cuando el Tata salió de su casa el 18 de noviembre de 2014 no se imaginaba con lo que se iba a encontrar. Se despertó de madrugada, aseó su tez tostada y su pelo hirsuto y, sin desayunar, agarró su motocicleta rumbo al trabajo. Tardó 20 minutos desde Untavi, la comunidad de la que es oriundo y en la que ha vivido los 55 años de su vida, hasta llegar a las orillas del lago Poopó donde le aguardaba su vieja lancha presta para comenzar una nueva jornada. No pensó en las advertencias que las débiles aguas del lago le habían estado lanzando los días y semanas anteriores, cuando los pescados caían medio desmayados en las redes. Tampoco dedujo que las inclemencias del tiempo, en forma de tormenta y fuertes vientos podían desencadenar un fatal desenlace como el de aquel día.


Valerio Rojas Flores, nombre por el que se presenta oficialmente el Tata y por el que casi nadie en su comunidad lo llama, alistó las herramientas de pesca y, ataviado con su overol y sus botas, puso su embarcación en movimiento. Avanzó unos pocos kilómetros lago adentro hasta que la lancha se estancó en el fango. Cuando alzó la vista, sus diminutos ojos aletargados no daban crédito a lo que tenían frente a sí: una inmensa alfombra de pejerreyes, truchas, pariguanas y otras aves lacustres yacían muertas en la arena.

-Había millones de animales muertos, no sabría decirte la cifra exacta pero eran muchísimos. Nuestro sustento de trabajo estaba ahí botado.

De súbito, el Tata inició un intenso rastreo del lugar para intentar salvar los pocos pescados que quedaban vivos. Apenas logró rescatar unos pocos kilos y, tras desencallar la barca, se dirigió inmediatamente hasta el embarcadero para que la mercancía fuera llevada con celeridad a los mercados de Oruro y Cochabamba.



Allí se encontró con otras diez familias pesqueras descargando una mercadería igual de raquítica. Todavía entumecidos por el estupor que acaban de experimentar, los pesqueros intercambiaron unas palabras que hacían referencia a los años buenos en los que en lograban sacar 15 mil kilos de pescado en una sola temporada.

No era la primera vez que el Popoó se secaba, pero nunca antes las consecuencias habían resultado de esa magnitud.

-Éramos conscientes de que, con la contaminación de la extracción minera, tarde o temprano tenía que producirse esa mortandad de peces, explica el Tata un año y medio después frente a su casa de adobe sin encalar.

De hecho, en los años anteriores, las comunidades que viven del lago habían alertado ya a las autoridades de los efectos que estaba provocando la contaminación que producen las 300 cooperativas mineras que operan en las inmediaciones de los ríos y afluentes que nutren de agua al Poopó.

Marcharon incluso a La Paz para forzar al Gobierno a emitir una declaratoria de zona de emergencia ambiental de la subcuenca del río Huanuni en el 2009. Sin embargo, en la actualidad, empresas mineras como la de Huanuni (nacionalizada en 2006) o la de Inti Raymi siguen vertiendo sus residuos y desechos minerales a las aguas del río del mismo nombre, cuyo caudal de color ocre y plomizo desemboca finalmente en el lago.

Tampoco ha servido de mucho que anteriormente, en el año 2002, la cuenca del Poopó, fuera declarada como sitio Ramsar, un convenio internacional con el que se pretende proteger y salvaguardar los humedales del mundo. Bolivia es uno de los países en el mundo que más lagos cuenta en su territorio.

-No se ha hecho nada. Nosotros hemos estado demandando desde 2007 pero solamente queda en compromiso−explica el presidente de la Coordinadora en Defensa de la Cuenca baja del río Desaguadero, Lagos Uru Uru y Poopó, Ángel Flores Chávez, desde la Gobernación de Oruro en la que en esos momentos se están llevando a cabo mesas de trabajo para atender la situación−. En 2014 hubo el desastre de la muerte de millones de peces y miles de aves. Pero ni aun así las autoridades han hecho nada. Ni un proyecto, ni un programa, solo han sacado la resolución. Queremos que las empresas mineras cumplan con la ley ambiental pero a las operadoras mineras no les interesa. Les interesa sacar los recursos naturales y les da igual el medioambiente. No quieren gastar nada de plata para remediar y mitigar los efectos. Estamos exigiendo que tenemos una Constitución Política del Estado y una ley ambiental que vela por los derechos de la madre tierra y queremos que se cumpla.

Tras el desastre, el Tata y el resto de pescadores de las comunidades vecinas al Poopó esperaron hasta agosto de 2015 a que se recuperara el lago. Hubo pesca pero únicamente unos pocos kilos para el consumo propio de las familias. Después, el fenómeno climático de El Niño trajo consigo una nueva sequía que volvió a vaciar el lago casi por completo.

Las autoridades llegaron hasta el Poopó los días siguientes al desastre de noviembre de 2014, pero luego no han vuelto a visitar la zona, lamentan los comunarios.

Sin pesca, el Tata tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias y salir a la ciudad en busca de empleo de ayudante de albañil.

-La vida se ha hecho para luchar. No hay otra opción, tenemos que trabajar porque después podemos decir que la Gobernación, las autoridades, el Estado, el presidente Evo… Pero no creo que esperar a la ayuda sea bueno y mejor es salir a trabajar.

En otros momentos ha ayudado a algunos parientes en el pastoreo de llamas y de ovejas y en otras ocasiones ha ido a Oruro a vender ropa que sus amigos y familiares le han regalado.


"La vida se ha hecho para luchar. No hay otra opción, tenemos que trabajar porque después podemos decir que la Gobernación, las autoridades, el Estado, el presidente Evo… Pero no creo que esperar a la ayuda sea bueno y mejor es salir a trabajar"

-También he ido a mendigar, a pedir limosna- dice con disimulo y con cierta congoja mientras muestra los 10.000 bolivianos en redes de pesca que descansan amontonadas en un rincón de su diminuta casa-. ¿Qué puedo hacer? Prefiero mendigar antes que ponerme a robar.

A pesar de la situación en la que vive y del cansancio que trasmite su mirada, Valerio Rojas confía en que la naturaleza dé otra oportunidad al lago.

-Pienso que el lago va retornar y que va necesitar que refaccionemos las lanchas. Creo que relativamente va retornar.

En este tiempo, han visitado la comunidad varios periodistas de distintos medios de comunicación, algunos llegados del otro lado del Atlántico. Sin embargo, llegan a Untavi, van al lago y luego nunca más vuelven a saber de ellos.

-¿Quieres dejar algún mensaje?

- Sí. Que la comunidad internacional nos pueda ayudar con becas para que por lo menos nuestros hijos puedan seguir estudiando, y que me dejes tu número de celular para que te llame cuando vuelva el lago y podamos ir a pescar.

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En el otro extremo del lago Poopó, a escasos kilómetros de la comunidad uru de Llapallapani, Emilio Huanacu Choque y Feliciano Álvarez habían dejado de ir a pescar tres años antes del desastre de noviembre de 2014. Pertenecen a una de las primeras etnias que habitaron el altiplano andino, mucho antes que los aymaras y los quechuas. Su historia y la de sus antepasados han estado ligadas intrínsecamente al lago.

Ubicada a 117 kilómetros al sudeste de Oruro, Llapallapani, cuyo nombre deriva de la planta andina Llapa, es una población compuesta por casitas de estructura circular construidas de adobe y paja. Los urus se establecieron allí cuando el Poopó empezó a dar síntomas de languidez, dejando atrás su vida nómada y su estancia en islas del lago.

Sin embargo, Emilio, Feliciano y el resto de vecinos urus siguieron desarrollando su trabajo en torno al lago, pescando, cazando y recolectando totoras.

Emilio recuerda que cuando era chico, allá por los años 80, solía ir a pescar pejerreyes adentrándose unos metros en el lago sin necesidad de usar ninguna barca. Hoy atraviesa andando, en bicicleta o en motocicleta ese mismo terreno que se ha convertido en una enorme llanura salina y fangosa.


A principios de los 90, las aguas del Popoó empezaron a mermar aunque en los años siguientes el caudal del lago se fue recuperando y los urus pudieron continuar con sus actividades lacustres.

En los años de buena salud del lago, Feliciano salía a las cinco de la mañana de su casa y retornaba a eso de las once con dos quintales de pescado. Mientras tanto, su esposa, Cecilia Miranda, se quedaba en el hogar al cuidado de sus seis hijos y atendiendo las labores domésticas.

La mercancía era vendida o intercambiada por verduras y otros alimentos, ya que, los Urus apenas cuentan con tierras para cultivar, dominio casi exclusivo de sus vecinos aymaras.

-Nosotros teníamos grandes pescados. Pejerrey, carachi y otras aves como pariguanas, chocas, huallata o juslira que comíamos asadas al horno. Eran como nuestros pollos. Ahora no hay ni un pescado y las aves han desaparecido, dice compungido Emilio, corregidor de Llapallapani.

Todo eso forma parte del pasado, hoy, sin caza, ni pesca, ni tierras para cultivar, muchos de los pobladores urus se han visto obligados a migrar a otras localidades como Oruro, Uyuni, Colchani o Machaca, donde ejercen de albañiles o cuidan de las tierras y del ganado de los aymaras.

En Llapallapani, las poco más de 70 familias que todavía quedan se tienen que repartir las únicas 180 hectáreas que tienen en propiedad, empleadas casi en un 100 por cien al cultivo de quinua. Su principal demanda es que las autoridades les otorguen más terrenos con los que puedan suplir la ausencia del lago.

-Los urus siempre hemos sido discriminado por los aymaras. Queríamos barbechar más allá pero hubo un enfrentamiento con los aymaras de Huari. No hay justicia. Un poco más allá-señala Feliciano-murió hace dos años nuestro hermano Ángel Cepeda, que fue asesinado con un revolver por los aymaras. Todo esto por conflicto de la tierra.


A lo largo de la historia, los urus han sido sometidos y discriminados por los quechuas y los aymaras, quienes les usurparon las tierras y los forzaron a refugiarse en el lago refugiados entre los totorales.

-En Oruro hay dos pueblos urus. Los urus del lago Poopó y los urus uru-chipayas. En total pueden sumar unas 3.500 personas. En la estadística oficial solo aparecen reflejados 80 urus, pero esto tiene una explicación. Los pueblos más antiguos han sido poco a poco sometidos a lo largo de la historia y se han ido convirtiendo en minorías étnicas por lo que las encuestas de población no contemplan la categoría urus y por eso muchos no aparecen, dice el antropólogo Marcelo Lara.

Hasta los años 80, los urus eran los únicos pobladores que se dedicaban a la pesca pues era considerada una actividad inferior que los aymaras y quechuas no estaban dispuestos a realizar. El panorama cambió cuando se introdujo el pejerrey en el lago y el pescado comenzó a reproducirse con rapidez. La demanda creció y su venta se convirtió en un negocio rentable que el resto de comunidades no se podían permitir dejar pasar.

Con la desaparición del lago, el resto de comunidades, en mayor o menor medida, han podido salir adelante gracias al ganado y a la agricultura, unas oportunidades que no han sido concedidas a los urus.

-Nuestra historia es grande pero nuestro territorio es pequeño porque los urus siempre fuimos tímidos y por eso nos han ido achicando los aymaras. Nuestros abuelos no pensaron en nuestro futuro y creyeron que el lago nunca iba a desaparecer. Nosotros estamos donde nos dejaron nuestros abuelos y por eso ahora nuestra situación es crítica. Hemos llevado a cabo varias demandas pero no nos dan ninguna solución hasta el momento, cuenta Andrés Choque, un hombre pegado a una sonrisa perpetua que ejerce de asambleísta departamental en representación de su pueblo en el órgano legislativo de Oruro.

-Hemos recorrido las autoridades nacionales y departamentales y siempre nos dicen que falta esto o lo otro. Nos maman nomás, nos engañan nomás, destaca Emilio Huanacu.

El rostro juvenil de Emilio y su complexión menuda, dan la impresión de estar frente a un hombre que se encuentra en los últimos años de su veintena. Sin embargo, sus bastas manos y la aflicción en la que van tornando sus ojos conforme se acerca a su barca encallada en la arena, en medio de lo que hasta hace poco formaba parte del lago, develan sus 40 años actuales.

El lugar parece un cementerio de embarcaciones de hojalata adornado con desechos de los pescadores. Un remo acá, unas zapatillas allá, una camiseta hecha jirones y putrefacta en la otra esquina y otros residuos metálicos complementan el desolador cuadro.


Emilio introduce su enjuto cuerpo en la que durante años fue la embarcación que le acompañó en sus labores pesqueras. Es una barca chica, completamente oxidada, de apenas dos metros de eslora por cincuenta centímetros de ancho. En su interior reposan restos de redes, piedras del tamaño de una pelota de raquetbol, con las que acostumbraba a dar caza a las pariguanas, y unas tablas de madera desvencijadas.

-En el 2008 se acabó el pescado. El bote ya no entraba en el lago. Todo se ha mezclado con la contaminación. En tiempo de verano siempre hay viento. No hemos podido viajar ni a La Paz ni a Cochabamba en dos años. Volvió a llover y apareció algo de pescado, media arrobita, una cuartillita... Pero de ahí solo para comer entre nosotros. El 2013 se apagó por completo el lago.

Como alternativa a la sed del lago, Emilio y sus vecinos proponen que las autoridades les faciliten la creación de lagunas artificiales con las que puedan criar peces y continuar con las tradiciones pesqueras que han realizado durante siglos.

Emilio se despide y retorna con ritmo ágil a Llapallapani. En la comunidad se están preparando para un importante acontecimiento que dará comienzo en unas cuatro horas y su labor como corregidor requiere que esté presente para coordinar y supervisar que todo marche sin sobresaltos. 


"En el 2008 se acabó el pescado. El bote ya no entraba en el lago. Todo se ha mezclado con la contaminación. En tiempo de verano siempre hay viento. No hemos podido viajar ni a La Paz ni a Cochabamba en dos años volvió a llover y apareció algo de pescado, media arrobita, una cuartillita. Pero de ahí solo para comer entre nosotros. El 2013 se apagó por completo el lago"                                                                                 ***

Contaminación minera 

Huanuni es una localidad gris, cuyo ambiente enrarecido se percibe desde la entrada misma al municipio. Los alrededor de 20.000 habitantes con los que cuenta viven casi en su totalidad de la empresa minera que opera al final del pueblo. Una realidad que se puede corroborar con el trajín de mineros, ataviados con sus botas, cascos y overoles, que transitan por toda la localidad y por el ir y venir continuado de las volquetas y los camiones.

El municipio es atravesado por el río del mismo nombre en cuyas orillas se amontan kilos y kilos de residuos y basura de todo tipo. Bolsas plásticas, latas, botellas, montañas de cabellos, cuerdas, neumáticos y un sinfín de desechos de los que no es fácil discernir a simple vista cuál era su función antes de ser botados al río.


Los residuos se mezclan con el color oscuro y plomizo de las aguas que bajan directamente de la minería, ubicada a tan solo 500 metros del centro de la localidad.

Allí, en las proximidades de la empresa minera de Huanuni, la escena es completamente tétrica, una imagen a la que contribuye el cielo encapotado de nubes negráceas que sobrevuela la población. La puerta de la empresa está rodeada de cañerías y desagües que vierten directamente los desperdicios de la extracción minera al rio. Una actividad que la empresa ni siquiera se ha molestado en tratar de camuflar.




En Huanuni casi nadie quiere hablar de la contaminación que provoca la mina y los pocos que lo hacen defienden el beneficio que tiene la mina para el pueblo, aunque sus operaciones tengan daños colaterales. Los huanuneños parece ser que se han acostumbrado a la situación y conviven con ella diariamente, sin inmutarse.

-La mayoría de las familias de Huanuni vivimos de la mina. Es nuestra fuente de ingreso que nos permite subsistir. Si nos cierran la mina, Huanuni se muere. Aunque quizás sí que es cierto que son necesarios más esfuerzos para controlar la contaminación. Pero creo que la contaminación es inevitable, dice un vecino de mediana edad que prefiere no dar su nombre.


-Es cierto que la contaminación ha contribuido a debilitar al lago, pero creo que ha influido más el cambio climático y los atajados para regar los campos que han desviado los caudales de los afluentes, añade un minero que acaba de terminar su jornada laboral.

El ritmo no para en Huanuni y ya ni los perros se asustan de las fuertes explosiones que las operaciones mineras realizan a lo largo del día en la localidad.

Huanuni no es un caso aislado, el resto de cooperativas mineras que operan próximas al lago Poopó funcionan de la misma manera y no tienen miramientos en ya no solo contaminar las aguas sino que también desvían el caudal para crear lagunas artificiales en las que depositar los residuos.

Toda esta contaminación, unida a los efectos climáticos y a la intervención de la mano humana, para crear atajados con los que regar sus campos y dar de beber a su ganado, ha sido la culpable de que el Popoó, el segundo humedal más grande de Bolivia por detrás del célebre lago Titicaca, haya pasado a la historia.

-No sé en qué forma no han visto las autoridades anteriores y las autoridades actuales la forma de hacer algo. He visto las aguas grises de Huanuni que entran al lago Poopó y en los mismos totorales que había en del lago Uru-uru y en el Poopó se ve la contaminación por salitre. Ni siquiera las empresas mineras tienen dique de contención. Eso es una preocupación, hemos tenido muchas discusiones con los cooperativistas de Inti Raymi y ellos si nos ayudan en algo pero también trabajan y aportan al Estado. Los mineros trabajan y nos dicen que no se puede hacer nada. Creo que recién se está haciendo para que Huanuni construya su dique de cola. Los urus siempre hemos sido fuertes, pero alimentarse de peces deformes y contaminados no es bueno. Yo he visto peces flacos y cabezones. Al ver como esta todo ya no hay esperanzas de que el lago vuelva, señala el asambleísta uru.

"Pero yo le decía que no le tenía miedo al diablo sino que a lo que le tenía miedo era a que vinieran los urus"

En los alrededores de la plaza de Llapallapani, el único punto de la comunidad cubierto por cemento, hay un trasiego inusual. Los niños han dejado sus bicicletas y han cambiado sus ropas con jirones y cubiertas de polvo y de barro por un vestuario más acorde para la ocasión. Los adultos, por su parte, se han equipado con el atuendo típico uru: sombrero de totora y poncho blanco con rayas verticales grises.

En medio de la plaza, un camión con remolque azul aguarda a que lleguen los comunarios. Es el medio de transporte que los va a llevar a la inauguración del nuevo coliseo de Santiago de Huari a la que asistirá el presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales.

Feliciano toca la campana que hay frente a la plaza con ímpetu pero a pesar de su insistencia los vecinos van llegando a cuentagotas. Los que ya se encuentran ahí van intercalando conversaciones habituales con bromas sobre el presidente y sus últimos acontecimientos, los más picaros, esos que hacen referencia a los líos de faldas.


En la plaza hay urus de todas las edades, desde bebés, con el moco seco colgando, hasta los más ancianos. Ninguno quiere perder la oportunidad de ver a Evo Morales de cerca y así de paso alejan su mente por unas horas de la realidad.

-¿Dónde puedo comprar un aparato para la sordera?, pregunta uno de los ancianos entre carcajadas. La conversación, producto de su escasa audición, deviene en una especie de monólogo. Siempre ha vivido en la comunidad, es padre de ocho hijos y tiene más de una veintena de nietos. Los chiquillos le adoran pero el siente pena de no poder atender las necesidades de todos por la falta de recursos.

Emilio insiste con la campana. Es la 1 y 30 minutos de la tarde y el acto está programado para las 2 y 30 por lo que no conviene demorarse en exceso. Al cabo de veinte minutos el camión azul se va llenando de tambores, bombos y otros instrumentos que los urus utilizarán para dar la bienvenida al presidente. Con ayuda de una pequeña silla de madera, los vecinos van subiendo uno a uno hasta que el camión queda completo.

Durante el trayecto, fruto en gran parte por el movimiento del remolque que obliga a los ocupantes a concentrar sus esfuerzos en no caerse y a agarrarse a las débiles paredes de madera, no se escuchan muchas conversaciones. Los que hablan lo hacen en quechua o en español ya que casi nadie en la comunidad se desenvuelve en la lengua uru.

-Los urus son el pueblo más antiguo del altiplano andino y después llegaron los aymaras y quechuas que sometieron a los urus y los obligaron a ceder parte de su territorio. El sometimiento por parte de estos pueblos a los urus ha sido tal que han ido asimilando sus costumbres e inclusive su lengua, explica el antropólogo Marcelo Lara.

En la escuela de Llapallapani están intentando recuperar y enseñar la lengua uru a los niños, pero el futuro de la lengua, debido a los cambios que está viviendo la comunidad, parece incierto. En Villañique y Puñaca Tinta María, las otras dos comunidades urus que quedan en derredor del Poopó, el panorama tampoco es nada alentador. Tan solo los más ancianos entienden y hablan la lengua uru, el resto de los pobladores tienen problemas para comprenderla.

Hace un sol de justicia, pero ni tan siquiera a los niños parece inquietarles la intensidad con la que golpea a esas horas de la tarde. En media hora, los urus ya han arribado a la plaza que alberga el nuevo coliseo de Huari y, de manera conjunta liderados por Emilio, Feliciano y Andrés, se desplazan hasta la calle por donde hará entrada el presidente.

La jornada tiene un simbolismo especial ya que Orinoca, la comunidad en la que creció el presidente, se encuentra a escasos kilómetros del municipio de Santiago de Huari. Es por eso que, además de los urus, los vecinos de las distintas comunidades se han desplazado hasta el lugar con sus respectivos trajes tradicionales e instrumentos típicos.

Las danzas y la música se entremezclan con el olor de la comida de los puestos que las ávidas comerciantes han dispuesto sobre la acera de la avenida que da al coliseo. Empanadas, choripanes, salchipapas, hamburguesas y refrescos para todos los gustos componen la oferta gastronómica.



El coliseo se ha ido llenando paulatinamente y el graderío está casi completo a las 2.30. El presidente todavía se hace esperar un cuarto de hora por lo que Feliciano, Andrés y Emilio conversan con el resto de vecinos sobre lo bonita que ha quedado la obra. Que mire usted la calidad de la cancha, que si el edificio todavía parece más grande desde el interior, que ya era hora de que Huari tuviera una infraestructura así…

La charla finaliza con el vocerío de los asistentes que anuncia la ansiada llegada del presidente Morales. Entre aplausos, gritos y saludos, el mandatario entra al coliseo cual estrella de rock. Los distintos comunarios se acercan hasta el mandatario para obsequiarle con distintos de sus respectivas comunidades, entre ellos un hombre de Llapallapani. Morales acepta el sobrero de totora y el poncho uru y se lo coloca para la inauguración.

El presidente, como viene siendo tradición suya, deleita a los presentes con sus dotes futbolísticas, escena que provoca el jolgorio de los vecinos. Aunque todavía quedaba una sorpresa más para los urus.

Sintiéndose en casa, el presidente cuenta anécdotas de su pasado y la infancia vivida en Orinoca. Su padre le retaba por no comer la sopa con cuchara y le amenazaba con la llegada del diablo si no corregía sus modales.

-Pero yo le decía que no le tenía miedo al diablo sino que a lo que le tenía miedo era a que vinieran los urus. 

El miedo de los urus en cambio es otro: como sobrevivir y afrontar el futuro sin el lago que les ha dado la vida durante siglos. (eP)