Pesca en La Samaria

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Santa Marta es la Magia de tenerlo todo, y solo basta un día de pesca para confirmarlo.

Por Polo Díaz-Granados

La cita es apenas despunta el sol en la Marina Mundial, en El Rodadero, localizada en el lago de la ya olvidada Escollera, la discoteca que tuvo su furor en los años 90.

Son apenas las 6:30 a.m. del sábado 25 de febrero de 2017. Un sábado de Carnaval. ¿El plan? Salir de pesca.

Así como ir al parque Tayrona o emprender una aventura hacia Ciudad Perdida, salir de pesca es uno de esos atractivos turísticos que todos los samarios tenemos en nuestras narices y que -como nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde- nunca los aprovechamos.

Aunque en el caso de la pesca deportiva, -hay que decirlo- puede llegar a ser un plan costoso, todo depende de cuántas personas participen. Si tienes un conocido con lancha, el paseo se vuelve más viable; alquilar la lancha también es una opción.

El alquiler de una lancha puede costar alrededor de $1.5 a $2 millones por un día. Aunque es un alto valor, este puede dividirse entre un grupo -normalmente de 10 o más personas- e incluye el costo de la lancha, el capitán, la gasolina e, incluso, de las cañas de pesca.

En Seguimiento.co quisimos vivir esta experiencia. A bordo de 'Sibaris', una lancha de 30 pies, nos esperaba Joe, el capitán. Joe ha vivido siempre del agua. A los 12 años comenzó a hacer de la pesca su vida. Aunque, contrario a pescadores tradicionales, Joe se dedicó a hacerlo con arpón y careteando.

Con el tiempo, se formó como instructor en la Tienda de Buceo El Rodadero y acompañó a cientos de turistas en inmersiones de buceo desde el Morro del Rodadero hasta los rincones coralinos del Parque Tayrona.

Pagar el tiempo del capitán y un ayudante -según las regulaciones de la Dimar la tripulación debe ser de 2 personas- es de los primeros gastos a prever. Estos pueden costar entre $100 y $150 mil, dependiendo de la temporada y la disponibilidad.

Es impensable que, aún en un lugar como una marina, donde el agua calma del estanque se recibe los desperdicios químicos de los motores, la biodiversidad marina se niega a ser desplazada.


Aún en medio del fuerte olor a gasolina chamuscada, los cardumenes de peces se mueven entre las aguas oscuras, las iguanas caminan por los frondosos matorrales de la ribera del canal y las aves hacen sus cortos vuelos de un lado a otro.

Los motores están encendidos; es hora de la travesía...

El morrito de Gaira

se erige sobre las aguas del Rodadero

para recordarnos las épocas de opulencia.

Hoy es una edificación abandonada que solo se aprecia desde lejos...  

Panorámica del Morro del Rodadero.

Con los primeros minutos de navegación, el primer punto de interés se levanta sobre el agua: el morro de Gaira. Una roca levantada sobre la nada donde décadas atrás existió una lujosa mansión que perteneció a la Familia Díaz. 

Las anécdotas de los abuelos cuentan que, en los años 70, en plena bonanza marimbera, en este caserón se organizaban unas fiestas interminables en las que participaban las autoridades de la ciudad. No había persona importante que faltara a estos bacanales de 3 días, en los que las langostas corrían por los suelos y las mujeres desnudas satisfacían la hombría de los ilustres fiesteros. 

De aquellas paredes de finas piedras y baños con grifos de oro, hoy solo queda la estructura levantada como un caparazón que apenas recuerda el poder de los mafiosos que se enriquecían sin ley. 

Ahora es común encontrar en las rocas de este morro, a pescadores gaireros que se ganan el alimento del día tirando el nylon al fondo del mar con la esperanza de atrapar un pargo para el almuerzo. 

Recientemente una orden judicial ordenó a la familia que se había adueñado de este emblemática roca, devolverla al Distrito como una propiedad colectiva de todos los samarios. Aún hoy, desde el bote, la vemos con recelo, aunque parezca que ya sea un lugar público, los viejos grafitis de 'Propiedad Privada' nos invitan a seguir nuestro camino en el mar. 

Cañas como estas permiten pescar ejemplares de más de 100 libras.

Estamos armados con lo necesario: dos cañas de pescar profesionales y otros dos rollos de nylon más artesanales, que funcionan con un caucho que alertará a los navegantes apenas la presa pique el anzuelo. 

Quienes practican la pesca están familiarizado con el estilo que estamos utilizando para atrapar a los peces: el correteo. A diferencia de esa imagen tradicional del pescador paciente esperando a que un pez muerda el anzuelo en el fondo del mar, el correteo consiste en ubicar las cañas en la popa del bote, lanzar los anzuelos al agua a unas buenas brazas y poner la marcha del motor entre 4 y 7 nudos. El resto es paciencia. 

Un día de pesca puede ser tan aburrido que las horas de espera en pleno sol a baja velocidad pueden hacernos caer del sueño en algunos momentos, pero también puede ser intensamente animado. Nosotros contamos con suerte y en los primeros minutos de navegación, los dos nylon tradicionales que habíamos soltado al mar con anzuelos pequeños comenzaron a picar. 

Cuando los peces no son de talla grande, realmente no hay pelea entre el pescador y su presa. Es cuestión de recoger pacientemente los metros de nylon sobre el agua y atrapar al vuelo el pescado. En todo momento es necesario usar guantes, para evitar alguna herida innecesaria que podría cambiar el rumbo de la diversión. 

Pescadores más avezados, como Alberto De Luque, quien nos acompaña en la travesía, cuentan que la verdadera atracción de la pesca es enfrentarse a los peces grandes: enormes ejemplares como los atunes, marlins y velas, que se encuentran a unas 30 millas alejados de la zona costera, en pleno mar abierto. 

Una lucha para sacar un animal de estos puede tardar más de una hora y requieren un gran esfuerzo físico, así como varias manos que ayuden a sacar el ejemplar del agua. 

Nosotros no vamos tan lejos, unos recorridos por la parte trasera del Morro y luego ir hacia la Aguja nos bastará. 

Mientras navegábamos a unos 500 metros detrás del Morro, un espectáculo de la naturaleza se apareció ante nosotros. A corta distancia, el capitán del bote percibió cuando un grupo de delfines se acercaba hacia nosotros. A diferencia de la mayoría de peces, que por naturaleza huyen de los humanos, los delfines se sienten atraídos por las hélices del motor. 

Con la cámara alcanzamos a registrar el momento en que los mamíferos comenzaron a jugar con el bote, saliendo del agua a un lado y otro de la embarcación. Eran un total de 5 delfines. Un milagro de la naturaleza. 

Para mala suerte de nosotros, el capitán y el experimentado pescador que nos acompañaban estuvieron de acuerdo en que ante la presencia de delfines, la oportunidad de pesca se disminuye, por eso nos vimos obligado a levantar las cañas y poner el motor al máximo, con destino a Punta Aguja. 

Punta Aguja es uno de los lugares
predilectos para los buzos y pescadores. No solo por la cercanía, sino por la gran biodiversidad marina que atraen sus corrientes subacuáticas
y los corales que se han formado. 

Vista lejana de Punta Aguja.

En términos de pesca, podría decirse que el islote de Punta Aguja es una especie de 'clasico', un lugar emblemático donde no solo los pescadores van a asegurar su faena, sino también un punto obligado para que los buzos hagan sus inmersiones y conozcan la riqueza de la biodiversidad marina que tienen nuestras aguas. 

Gracias al movimiento de corrientes subacuáticas en esta zona, una gran cantidad de ejemplares marinos confluyen en este lugar para alimentarse. 

Es en este punto donde pasamos gran parte del tiempo. Si bien en varios momentos del año el fuerte oleaje dificulta la navegación por esta zona, por fortuna, parte de febrero y el mes de marzo son particularmente provechosos para los pescadores, pues las aguas se mantienen calma. Son estos los momentos perfectos, incluso, para alejarse unas millas náuticas y así lograr acceder a peces más grandes. 

Llama la atención el buen 'colegaje' que hay entre los pescadores. Sin importar si es un pequeño bote impulsado o una lancha grande con dos motores de 200 hp fuera de borda, es una costumbre darse un amable reporte entre pescadores sobre cómo va la faena. 

"Conocer el punto donde está la pesca nos ahorra un buen tiempo de espera encontrando un punto y, al fin de cuentas, hay suficientes peces para todos": Joe.

Fue así que, con algunas indicaciones compartidas, y luego de mirar la ubicación de las aves en vuelo que también van tras su presa con una mejor perspectiva, le apuntamos a unos puntos que en poco tiempo nos dieron una buena pesca para justificar la salida: un par de dorados, algunas albacoras, bonitos y cachorretas hicieron parte de la buena pesca de ese sábado. 

Aunque la gran recompensa vino en al regreso, nuevamente detrás del Morro, donde antes los delfines nos alejaron de la pesca, una sierra blanca de 13 libras de peso se acercó al anzuelo y picó. Fue una corta pero fuerte pelea halando el carrete de regreso para obtener este ejemplar que, según los cálculos del capitán Joe, un pescador lo vendería al público por un valor aproximado de 100 mil pesos. 

Tras 7 horas de intensa navegación -equivalentes a unos 300 mil pesos de combustible- y con la inclemencia del sol sobre nuestras cabezas, regresamos nuevamente a la Marina para descargar. 

Además de su tarifa, Joe aprovechó una bolsa improvisada y con hielo sobrante de la nevera de los refrigerios para llevar algunos de los pescados para su familia. 

Salir de pesca es una de esas experiencias que los samarios no podemos dejar pasar. Un atractivo casi tan asombroso como el de bucear y que, en últimas, al cubrir los gastos con un grupo de amigos que se unan a la causa, sale casi al mismo precio que pagar una inmersión de buceo: aproximadamente $150 mil por persona. 

A fin de cuentas, así no hubiera pesca, ver a los delfines en su hábitat natural, pagó el paseo y me confirmó, una vez más, que Santa Marta es la magia de tenerlo todo.