Aventuras y desgracias vividas en la primera vuelta al mundo

Estamos acostumbrados a leer y ver historias de marineros, de viajes por el mar en esos barcos de madera cuya supervivencia en aquellas travesías nos parece un completo misterio. Vemos hombres hambrientos cazando tiburones, atacando y siendo atacados por indígenas que lanzan flechas envenenadas, sufriendo enfermedades como el escorbuto… Y tendemos a creer que esas vivencias son productos de ficción, ya sea total o parcialmente.

Sin embargo, al leer el diario de Antonio Pigafetta sobre el primer viaje alrededor del mundo nos damos cuenta de que todas esas desgracias son mucho más realistas de lo que creemos.

Antonio Pigafetta fue el cronista de la expedición de Magallanes-Elcano entre 1519 y 1522. Viajó en la nao Victoria, la única superviviente. De Sevilla salieron 265 hombres, y solo 18 volvieron tres años después. Todas estas bajas son más que comprensibles teniendo en cuenta la cantidad de vicisitudes a las que tuvieron que enfrentarse en ese tiempo.

El cronista relata con detalle todos los hechos que tuvieron lugar durante el viaje: las enfermedades que sufrieron, cómo se alimentaban, los lugares que visitaron, los pueblos a los que conocieron, los enfrentamientos con los indígenas, la muerte de Magallanes… Y todo ello se asemeja a los relatos de ficción mucho más de lo que cabría esperar.

Animales

Son muy interesantes los encuentros que la tripulación tuvo con diferentes especies animales. Así, habla de los tiburones: "durante los días serenos y de calma, nadaban cerca de nuestra nave grandes peces llamados tiburones. Estos peces poseen varias hiladas de dientes formidables, y si desgraciadamente cae un hombre al mar, lo devoran en el acto. Nosotros cogimos algunos con anzuelos de hierro; pero los más grandes no sirven para comer y los pequeños no valen gran cosa". 

También vieron peces voladores: “cuando son perseguidos, salen del agua, despliegan sus nadaderas, que son bastante largas para servirles de alas, volando hasta la distancia de un tiro de ballesta: en seguida vuelven a caer al agua”. 

Y, ya en tierra, establecieron contacto con tribus indígenas, especies animales y vegetales nuevas y diferentes. Se habla de los loros, por ejemplo: “pueblan este país un número infinito de loros, de tal manera que nos daban ocho o diez por un pequeño espejo”. Incluso algunos de ellos pudieron montar en elefantes.

También comieron carne de todo tipo, desde aves extrañas, a jabalíes, gallinas, gatos y perros. Junto con la carne probaron huevos, miel, frutas, verduras, semillas y frutos de cada lugar. Vieron animales parecidos a los que se podían encontrar en España, y también otros muy diferentes.

Los indígenas

Los miembros de la expedición pasarían mucho tiempo en tierra, ya fuera aprovisionándose, explorando, comerciando, curando a sus enfermos, recogiendo los restos de un naufragio… Así establecieron contacto con diferentes pueblos indígenas. En ocasiones, éstos les atacarían en cuanto les vieran aparecer, y otras veces tendrían relaciones mucho más amistosas en las que podían comerciar con ellos y aprender cómo alimentarse en cada zona. A veces fueron recibidos como amigos, se les invitó a comer, se los recibió en sus casas... Además, hubo momentos en los que tuvieron la oportunidad de hablar con los nativos sobre la religión cristiana, por ejemplo, hasta el punto de conseguir que se convirtiesen. Lograron que pueblos enteros abandonaran su fe, quemaran sus objetos de culto y sus símbolos y acogiesen el cristianismo.

En el relato de Pigafetta también constan muchos encuentros violentos. De todo ello lo más curioso tal vez sea el uso de flechas envenenadas por parte de los nativos, que mataron a más de un miembro de la tripulación. Los enfrentamientos con los indígenas solían derivar en más bajas para éstos que para los exploradores, lo que no significa que la tripulación no perdiera también miembros. Sin ir más lejos, Magallanes murió en una batalla contra los nativos.

Pigafetta describe con detalle las características físicas e incluso culturales de muchos pueblos con los que tuvieron contacto en el viaje. Las pinturas que llevaban en el cuerpo, los adornos, sus armas, sus costumbres, incluso sus creencias religiosas y espirituales. También, según se deja intuir en cierto momento del relato, disfrutaron especialmente de la compañía de las mujeres indígenas.

"Durante el viaje cuidaba lo mejor que podía al gigante patagón que estaba a bordo, preguntándole por medio de una especie de pantomima el nombre de varios objetos en su idioma, de manera que llegué a formar un pequeño vocabulario (...). Un día que le mostraba la cruz y que yo la besaba, me dio a entender por señas que Setebos me entraría al cuerpo y me haría reventar. Cuando en su última enfermedad se sintió a punto de morir, pidió la cruz y la besó, rogándonos que le bautizáramos; lo que hicimos dándole el nombre de Pablo".

Falta de alimentos

Sin embargo, a pesar de todas las paradas que hicieron para reponer provisiones y del modo cuidadoso en que se racionaban, también pasaron momentos de seria necesidad a causa de la carencia de alimento y agua potable. El relato del cronista respecto a ello provoca verdaderos escalofríos, ya que explica cómo tenían que comer un pan lleno de gusanos y orina de rata, cuero de vaca que requería días en remojo para ablandarse, serrín y las propias ratas. El agua estaba también podrida. No tardaron en aparecer enfermedades, entre ellas, el escorbuto, que se cobró unas veinte vidas, además de hacer enfermar a otros muchos.

"Nuestra mayor desgracia era vernos atacados de una especie de enfermedad que hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los enfermos no pudiesen tomar ningún alimento. De éstos murieron diecinueve y entre ellos el gigante patagón y un brasilero que conducíamos con nosotros. Además de los muertos, teníamos veinticinco marineros enfermos que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo, pero que al fin sanaron".

La vida a bordo

A la hora de entender realmente las experiencias de estas personas y el secreto de su supervivencia es más importante hablar de las rutinas y la disciplina de a bordo que de los eventos extraordinarios.

Había horarios y normas estrictas, una fuerte jerarquía, racionamiento de alimentos, actividades religiosas y espirituales a diario (y cuando tocaba misa o alguna celebración especial), castigos cuando se consideraban merecidos… Las naos eran revisadas y reparadas a diario, labor para la cual se llevaba a un carpintero a bordo. Además, y a pesar del cuidado con el que se construyeron y cuidaron los barcos, la filtración de agua al interior era inevitable, por lo que había bombas funcionando las veinticuatro horas del día. Los tripulantes se organizaban por parejas y hacían turnos de varias horas para mantener la bomba en funcionamiento. Otro puesto que siempre debía estar cubierto es el del vigía. Se hacían turnos más breves, de una hora, para que siempre hubiera alguien oteando el horizonte.

Al contrario de lo que solemos ver en cine y televisión, no existían habitaciones habilitadas para el descanso de la tripulación. Dormían en cubierta todos juntos sin importar el rango ni la posición, a excepción del capitán, por supuesto. Éste sí tenía un espacio en la nao reservado solo para él.

Respecto a los crímenes que se cometían a bordo, eran muy variados: robos, peleas, insubordinación… Los castigos variaban dependiendo del crimen, yendo desde pasar unas horas atado a un mástil, o ser azotado. El peor de ellos era a menudo una condena a muerte conocida como "pasar por la quilla". En resumidas cuentas, consistía en hacer pasar al culpable por debajo del barco. Esto podía provocar que se ahogaran, o que se cortaran y se hirieran de gravedad con las astillas de la madera y los crustáceos que se hubieran adherido al casco. Este castigo estaba reservado a los delitos más graves.

"El capitán general Fernando de Magallanes había resuelto emprender un largo viaje por el Océano, donde los vientos soplan con furor y donde las tempestades son muy frecuentes. Había resuelto también abrirse un camino que ningún navegante había conocido hasta entonces; pero se guardó bien de dar a conocer este atrevido proyecto temiendo que se procurase disuadirle en vista de los peligros que había de correr, y que le desanimasen las tripulaciones". 

Así es como comienza el relato de Pigafetta, y no podría estar más acertado. Peligros, desgracias, tormentas, enfermedades y toda clase de penurias cayeron sobre los valientes que, dirigidos por su intrépido capitán, realizaron esta proeza histórica de circunnavegar el globo. Solo dieciocho de ellos lograron regresar a casa, y entre ellos no estaba el líder. Su nombre, sin embargo, junto con el recuerdo de los que se quedaron por el camino, sigue guardado en la memoria colectiva, siempre admirado y respetado por todo aquel que se interese en conocer su historia.