Kees en colores eternos

1942-2017

Un hombre alto, sin edad y cabellos canosos acompañó a TalCual desde el primer día, compartiendo con este periódico los avatares y situaciones límites por los que ha tenido que transitar en su misión de informar, bajo el signo de la denuncia. En medio de esta aventura periodística, siempre aparece Kees Verkaik, el ilustrador cuyos trazos en lápiz o en acuarela impulsaron las mejores portadas, innumerables reportajes y no pocos artículos de opinión.

Dotado de una atinada visión artística a la que le exige no repetirse, Kees siempre conformará, junto a Teodoro Petkoff, la marca de fábrica de TalCual

Hoy se nos fue inesperadamente; y aunque era enemigo de los homenajes, su ego era muy humilde para dar a conocer su trayectoria de creador, su pasión demoledora por la pintura y su conocimiento del rasgo humano plasmado sobre el papel; queremos darle las gracias por creer siempre en TalCual

Kees llegó por primera vez a Venezuela en velero en 1970. "Why not", se llamaba la nave
Fotos: Oswer Díaz Mireles / www.hableconmigo.com

El corazón de TalCual vuelve a refugiarse en el luto. Kees Verkaik, ese terco holandés, que pintaba como inspirado por los dioses, acaba de hacer el viaje definitivo. Alto, fuerte como roble, ojos azules y de un amor sin límites por su oficio, Kees conformaba con Roberto Weil el dúo de ilustradores que en 17 años han dado vida a las portadas, noticias, reportajes y artículos del diario fundado por Teodoro Petkoff, y que desde hace más de un año está siendo hostigado sin piedad por este gobierno, obligándolo a transformarse en semanario.

Dotado de una mirada excepcional para captar los pliegues del rostro de los personajes a los que daba vida en ilustraciones y de los cuadros que ocasionalmente llegó a exhibir, Kees ha sido una de las marcas que identifican a TalCual. Hacía caso omiso a su desventaja –sordo desde la infancia, se expresaba con dificultad–, y su presencia altiva era imprescindible en los cumpleaños, aniversarios del periódico y las fiestas de Navidad. Su humor y su tenacidad iban juntos en cada trazo e ilustración en los que interpretaba cabalmente a la Venezuela actual, que tanto amaba, y cuyos sucesos políticos –no nos caben dudas– debieron colarse en su organismo y lo diezmaron en menos de una semana.

Quienes recorrían los pasillos de la redacción no dejaron de verlo, sentado y aislado del mundo exterior, en una callada comunión con su obra, hasta que se paraba bruscamente para entregar el dibujo, con el orgullo de quien se creía útil, necesario y admirado.

Para quienes tuvimos la dicha de realizar en su compañía el trayecto de su obra en la que inyectaba toda su energía, su ausencia ahora constituye otro golpe en la espalda, justo en el momento en que más lo necesitábamos. Sí, la vida es a veces una partida de barajas en la que ignoramos quien tiene las cartas ganadoras. Sea como fuese, Kees jugó con su baza, con el talento y la honestidad necesarios que se requieren para enfrentarse a los avatares desconocidos. Para ello necesitó siempre de Tineke, la dulce esposa, que hoy permanece abatida. Como todos nosotros, al enterarnos esta mañana que el hombre que le ponía el rostro justo a las noticias, se ha marchado a su eterno silencio.

Por Omar Pineda


Los colores de Kees

Pinta en una habitación pequeña y absolutamente desordenada de su apartamento en la Tercera Avenida de Los Palos Grandes, en Caracas. En ese desorden hay hileras de tarros con pinturas. Muchos parecen contener mostaza.

Kees pinta sobre un lienzo sostenido en un caballete, y ese lienzo parece aguantarlo todo, incluso los golpeteos del propio Kees queriendo demostrar cuán duro es este material. No como el papel, que no aguanta tanto como dicen y que con el tiempo se pone amarillento.

En el mundo de Kees Verkaik no hay sonidos como tampoco los hay en el de su mujer. Ambos son holandeses, ambos son sordomudos, ambos llegaron en un velero a La Guaira luego de más de 40 días de marcha interoceánica.

Ambos sacaron adelante a dos bellas mujeres, hoy excelentes profesionales que se desempeñan en el extranjero.

Kees vive en un universo donde el color, el trazo y la luz dominan. Sus ojos son un obturador que lo registra todo y lo devuelve a lápiz, tinta, pintura y aguarrás. Lo que ha hecho en las portadas de TalCual o en sus páginas interiores ilustrando editoriales, reportajes y artículos es tan solo parte de lo que es capaz su mano generosa y precisa.

Hace años hizo los mejores libros para Lagoven y otras empresas de Pdvsa; dibujó Mi cocina para Armando Scanonne y le dio vida al bateador del afiche que acompañó el LP más popular de El trabuco venezolano.

Ya no tiene trabajo todos los días. Ya TalCual en papel no aparece de lunes a viernes y él se ha quedado como con ganas de seguir.

Tiene en su casa unos grandes tomos empastados con ediciones de todos estos años. Allí está su Chávez particular, su general gordinflón montado en un tanque, Maduro con cara de imbécil; Fosforito y Aristóbulo. No, nunca se han comunicado con él para demandarlo o amenazarlo, aun cuando uno de sus dibujos forma parte del cuerpo del delito según el libelo inventado por Diosdado Cabello.

Kees es flexible y abierto. Sube al Ávila, juega tenis todos los sábados en un club cercano: uno puede imaginarlo en la cancha, abstraído, concentrado en la raqueta y la pelota. ¿Qué pasará por la cabeza de sus contendores? Muestra un dibujo de Iris Varela muy fastidiada por las circunstancias. Ha debido disfrutar mucho como dibujante en el periódico. Ahora está enfrascado en pintar y es muy severo consigo mismo.

No está contento con los resultados, no al menos hasta ahora. Aguarrás y tubos plásticos de pintura burnt sienna (algo parecido al ladrillo) que alguien importó de Holanda: son parte de sus herramientas. Su obsesión parece ser capturar el calor de este trópico que lo enamoró hace más de cuarenta años. Por nada del mundo regresaría a Holanda.

Transmitir calor en una pintura no es un logro fácil. Entender a Kees y su fascinación por Caracas y por Venezuela aun en esta hora aciaga, tampoco lo es. Pero ahí está.

Quizás sea tiempo de ofrecerle un homenaje o algo parecido, aunque a él eso ni le atraiga ni le distraiga.

Por Sebastián de la Nuez

www.hableconmigo.com / Texto publicado originalmente en 2016