Las vidas que Irma sacudió

Compilamos en esta multimedia las historias de vida que con brusquedad "movió" aquel huracán en septiembre del pasado año. 

DERECHOS

Cuando pasa un ciclón puedes llegar a creer que no tienes derecho a nada. No hay derechos a las quejas ni a las dudas y mucho menos a las lamentaciones.

El domingo 10 de septiembre, Esmeralda respiraba despacio (y una creía que no tenía derecho a respirar deprisa), había mucho escombro y demasiado cielo abierto en un pueblo, hasta unas horas atrás, cubierto de árboles y palmas.

También había mucha gente, y en medio de tanto dolor había calor humano, Revolución resultaba ser la palabra más hermosamente dicha; sobre todo cuando una madre, de tres niños, y "gracias" a Irma, sin techo, aseguraba que “Ella (esa mayúscula madre Revolución) no la iba a dejar sola”.

Entonces sabes que no hay derecho al llanto.

EL PALMA CITY QUE LA VIDA LES DEBE

Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

Ella ni siquiera pudo decirnos su nombre. Como si tuviera todo el impulso destinado al trabajo, la pausa para saludarnos le arrancó las lágrimas, que evidentemente no eran las primeras.

A pesar de la ausencia de diálogo, aquella es la imagen de un huracán que más ha calado en mí: fue suya la primera morada que vi hecha ruinas en ese pueblo, suya la primera imagen de gente animada a reconstruir desde el silencio y la angustia, suyo el primer abrazo que regalé allí, y el más fuerte.

"¿Así vinieron a conocer Palma City? ¡Qué momento tan duro! —dice desde el portal de al frente, Caridad Rodríguez— La tiene difícil el Estado ahora. Ayuda a todos y esta vez son demasiados los daños". Tiene 72 años y no recuerda nada parecido a este ciclón.

Una vecina más joven, Ana Iris Ramos, coincide: “Irma es malísima. Cuando regresamos del centro de evacuación hallamos la casa virada. Me atacó el 'friíto' en el estómago, pero miré a los lados y supe que no tenía derecho a llorar. Con ayuda de la gente de la cooperativa, mi esposo la enderezó; nuestro ranchito de atrás lo acomodamos para el hombre de la vivienda que se desarmó aquí al lado. Lo que no cabe ahí, ya se lo guardamos”.

Andando un poco más encontramos a Ana Celia, que estrenaba domicilio cuando se anunció la proximidad “del bicho” que le acabó con casi todo. También conocimos a Arianna, una adolescente agradecida con las autoridades, que les dieron techo seguro para guarecerse durante el temporal y luego, cuando estuvieron en la comunidad, les llevaron alimentos cocinados y ligeros.

Yamila Perdomo perdió las divisiones de cartón de su domicilio, y en el frente algunas tejas. “No es mucho”, afirma, apuntando a otros más perjudicados. La niña, Beatriz, sí tiene una gran preocupación que la ha hecho lamentarse cantidad: sus libros de la escuela se mojaron. Recién empezó el octavo grado y al dolor de los textos une el de saber deteriorada su antigua Primaria.

“Qué pena, apenas tenemos nada que brindarles”, escuchamos más de una vez a nuestro paso en ese camino en que de tantas casas solo se ve el techo, y a veces, una pared; lo demás quedó aplastado debajo, o voló demasiado lejos.

Este sitio tiene intacta su mayor fortuna, me digo cuando nos despedimos, por consuelo y sobre todo, por certeza. Y sé que sí me llevo algo conmigo, que sin pretenderlo me compartieron para siempre: el recuerdo de gente admirable por su camaradería, su fe, sus ganas, su temple; la certidumbre de que basta con ellos para dejar atrás los estragos de Irma y el intenso deseo de volver luego y encontrarlos habitando el Palma City que las vida les debe, el que merecen.

Tocar el ojo de un ciclón

"Por creerme que esto sería como otros huracanes, por poco no hago el cuento", dice aún conmocionada Haydée María Montero, una anciana que anda muy triste por estos días.

La casita de esta abuela, quien reside en calle tercera, número 4, en el pintoresco poblado de Jaronú, del municipio de Esmeralda, fue arrancada desde los cimientos.

"Aquello era una cosa negra y ruidosa, y con vendavales que a mis 87 años nunca había visto, ¡y mira que he cogido ciclones! No podíamos ver lo que pasaba afuera, pero los golpetazos de las tejas del central Brasil en todas las casas de por aquí nos decían, en medio de la oscuridad, que Irma estaba acabando con todo".

Durante más de cinco horas el huracán estuvo bufando con su ojo a tan solo 30 kilómetros de Jaronú, el batey que fuera declarado Monumento Nacional en enero de 2011.

"El muy condena'o paró su paso frente a los cayos. Eso nos hizo mucho daño", lamenta el anciano Emiliano Guillermo Torriente, quien vive en Las 82, distante unos dos kilómetros de la entrada de Jaronú.

En este poblado muchas son las historias que conmueven, muchos quienes "tocaron" el ojo del huracán Irma.

Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

DIECISIETE INSTANTES PARA LA SONRISA DE MAYELÍN

Veinticuatro horas después de que Irma arrasara con Moscú, en un pequeño caserío a la entrada del batey Jaronú, un equipo de Adelante Digital tomó la impactante foto de una joven que lloraba ante los escombros de lo que era su hogar.

Junto a sus dos niñas y su madre, ella se guareció durante la noche del huracán en un sitio seguro, desde donde vio cómo las furiosas ráfagas hacían caer en pedazos su casa. Aquella mañana en que la vimos, la muchacha estuvo inmóvil durante casi diez minutos, buscando alguna luz entre el derrumbe. Ese día todo era dolor en su pecho, pero una esperanza se habría paso: "yo tengo confianza en que nos ayudarán".

Diecisiete días después del primer encuentro, el lente de nuestro fotógrafo captó una imagen totalmente diferente. Esta vez Mayelín González Salas nos recibió con la sonrisa “de oreja a oreja”, como la describió un colega. Terminaba de dejar reluciente el piso de su nueva vivienda y nos invitó a pasar.

“ ¡Miren, ni yo me lo creo todavía!”, fue lo primero que nos dijo entre eufóricos abrazos. “En cinco días me hicieron la casita, yo creo que esta sí aguanta un ciclón. Además, es más amplia; tiene tres cuartos, sala-comedor, cocina y el baño exterior”.

En el mismo lugar donde se ubicaba el anterior inmueble, los obreros de la Empresa Forestal ayudaron a la familia a ponerle techo a su futuro. "Jamás olvidaremos lo que han hecho por nosotros la gente de la Forestal, asumieron desde la búsqueda de los materiales hasta la construcción. Nosotros nos pegamos a trabajar con ellos, fue muy lindo participar en cada paso y ver cómo crecía la casa".

“Tenías razón cuando nos dijiste que te ayudarían”, le recuerdo, y ella agrega: “Yo estaba segura".

TONY ÁVILA LEVANTA casa.cu

Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

"Una canción no cambia el mundo pero lo mejora", sostiene el cantautor Tony Ávila como parte de una brigada artística enviada por el Ministerio de Cultura para compartir arte y amor en los territorios más afectados por el huracán Irma en la provincia de Camagüey.

“La experiencia es fuerte pero positiva. Uno viene con un mensaje de humanidad para los afectados por una tragedia, gente sufrida por perder su casa, pero en el fondo de la mirada le ves una luz de esperanza, la sonrisa de acompañarte”, dijo el artista antes de presentarse ayer en el Centro de Evacuados Dagoberto Rojas Montalván, en Brasil, Esmeralda.

“Uno piensa que viene como protagonista, no, es espectador. Protagonista es la gente con la espontaneidad que responde y te dice que ojalá hubieras venido en otras condiciones para hacerte una comida mejor, con esa capacidad de seguir siendo desprendido, solidario, amigable, sencillo. Esto es una escuela para mí, una lección de vida que ojalá ninguno de los que estamos aquí olvide”, añadió quien después allí ganó coro y aplausos por los temas Timbirichi y La Choza de Chacho y Chicha.

A Tony Ávila conmueve este público: “Nos decía un guajiro en Palma City―donde actuaron a capela―: 'aquí nunca entró una guagua como esa' y a los niños les parecía un tren. Tener a gente que solo han visto por televisión les parece increíble, pero uno llega y se dan cuenta que somos de carne y huesos, que nos comemos el mismo almuerzo. Compartir esas vivencias de cerca los levanta”.

― ¿Cómo es la Casa.cu ahora para ti?

―Tiene más vigencia. Como la canción es un reclamo de cambio, me siento vocero de lo que la gente demanda. Hablo de cambiar en Cuba lo que tiene que ser cambiado, y sostener y defender lo que sea firme y sustente el proyecto nuestro; lo que no, sin titubear ni pensarlo dos veces hay que quitarlo del medio.

"Estos son golpes duros que ponen a la gente en una frontera decisiva. Es cuestión de estar en el centro de los acontecimientos. No estar a tono es como dar la espalda a una cuestión humana. En estos días mucha gente se dedicó a ayudar, a rescatar, a cocinar para los vecinos; otros se han dedicado a robar, estos no caben en la casa que yo hablo".

Foto: Otilio Rivero Delgado/ Adelante

AROLDO, EL CAMPESINO CON MÁS CASAS EN ESMERALDA

"Las regalé todas. Hay que ayudar a las personas en momentos difíciles como estos y por eso no dudé en aportar lo que tenía". Así responde Aroldo Hernández, un esmeraldense de 72 años, cuando le preguntan por qué obsequió las más de quinientas palmas para la construcción de viviendas.

Lo encontramos sentado en su ranchón con una sonrisa de guajiro noble, de esos al que todos aprecian. Aroldo es grande y fuerte, tosco. Es de las personas que hablan alto y les gusta hacer reír.

“Aquí a mi finca vinieron varias autoridades del territorio a comprarme las palmas que el ciclón había tumbado y les dije rotundamente que no. Insistieron y me explicaron que las querían para construir casas a la población y les volví a decir que no —cuenta mientras ríe pícaramente. Así los tuve un ratico hasta que les expliqué que en este tiempo de necesidades yo no vendía, que si querían las tablas se las regalaba, pero no aceptaba ningún peso”.

—Si las hubiese vendido, ¿de qué cantidad de dinero pudiéramos hablar?

—Bueno, ahora las cobran por ahí como a seis pesos la tabla. A cada palma se le sacan dos trozos y a estos a su vez 15 tablas. Ahora multiplique 180 pesos por 500 palmas —sonríe— ¡Eso es dinero! Pero en lo que hay que pensar ahora es en lo que necesita el pueblo. Esta es mi forma de ayudar.

Muchos lo tildaron de loco, pero siempre les respondía: "Todo lo que tengo es gracias a la Revolución y hoy me tocó ayudar a mi gente. Pa' qué venderlas si yo por eso no me voy a volver ni más rico ni más pobre".

Las cuchillas empleadas para pelar las palmas pertenecen también a este campesino que ha dedicado toda su vida a trabajar la tierra.

“El destrozo de Irma fue grande. Me afectó todo el plátano, un aguacatal y me mató tres animales, pero nosotros somos más fuertes que cualquier ciclón. Tenemos una mejor arma que el viento: la unidad”.


Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

              AGRICULTORES COSECHAN  CASAS

No es el Palma City que conocí hace más de un mes. Ahora no reina aquel intenso silencio, ni la contagiosa pena en los rostros lugareños. Se levantan de nuevo los inmuebles allí donde aquella vez encontramos lomas de escombros.

Martillo en mano, Ciro celebra sus 60. Viene desde Vertientes y es uno entre muchos trabajadores de la agricultura que "tienen" una casa en este poblado.

Gracias a ellos Graciela Taboada Martínez ya encontró su voz. Se había ido con Irma, con el dolor de ver desmoronadas las paredes y perdido el techo. Esa vez sí puede hablar con Adelante Digital. Nos cuenta la alegría de saber que otros hicieron suyo su problema y en unos días volverá a su morada.

"Ser útiles. Sea sembrando en el campo o ayudando a estos hermanos. Eso es lo que nos inspira, lo que se nos ha enseñado y una de las cualidades de los cubanos", dice Reynaldo Pacheco, de la UBPC El Cenizo, y confiesa que sin pretenderlo han ganado allí amistades para toda la vida.

Codo a codo con los "forasteros", los locales participan en la renovación. Ismael Reyes es uno de ellos. “Dicen que hay lugares en que los damnificados se sientan a esperar que les resuelvan su situación. No solo son malcriados, son ingratos”, sentencia, y descarga materiales con sus “compañeros de brigada”, otros vecinos de la comunidad.

Mientras terminan el piso de su cuarto, Taidielis juega con una muñeca nueva. Se la regaló Mayelín, una de las cooperativistas de la “Miguel Peña”. “No ha faltado gente buena, y no hemos estado solos. Aquí han venido del Partido Comunista, del Gobierno… todo el mundo atento. En los peores momentos, eso nos tranquilizó”, cuentan Addiel y Taiyane, los padres de la nena.

Más de 100 casas están enumeradas, asignadas a una o dos unidades productivas que con rigor y premura ejecutan la reconstrucción. Aseguran que solo la falta de algunos materiales los ha detenido momentáneamente. Lo cierto es Irma no se llevó las ganas ni la solidaridad, y lejos de sus surcos, en Palma City, agricultores de toda la provincia cosechan sueños, amistad y nuevos hogares que siempre estarán abiertos para ellos.

LA REVOLUCIÓN DE JARONÚ

Quien conoce Jaronú lo sabe diferente. Hace un año que el tiempo pasa ralo en el batey. Se extrañan las 26 palmas que desde la Casona a la iglesia enamoraban al forastero y la sombra de los ocujes que podían contar más de una historia del pueblo cuando casi llega a los 100 años de haberse puesto la primera piedra de sus cimientos.

Hace un año que cambió para siempre. Un huracán categoría cinco había sentenciado, en la mañana de la Virgen, el norte de la provincia y desde Cayo Romano, Esmeralda y su Jaronú pagaron los mayores precios: 1500 obras de fondo habitacional (de 1760) fueron dañadas, la infraestructura económica y social quedó muy deteriorada.

Los habitantes sobrevivieron el desastre (gracias a la Defensa Civil que Fidel soñó y que injustamente solo agradecemos tener de ciclón en ciclón) para contarlo y para reconstruir y fundar. Nunca antes Jaronú vio tanto movimiento: se levantaron nueve parques infantiles, un centro cultural, un punto de Etecsa, del Banco Popular de Ahorro… ahora que la calma es más evidente tampoco hay pausa, quedan 116 derrumbes totales y 41 parciales por solucionar, pero hay obras que valen la admiración y el respeto, que hablan del empeño corpóreo de una Revolución, vista muchas veces en abstracto, y su gente.

Créditos:

Textos: Tomados de adelante.cu, archivo del periódico Adelante y juventudrebelde.cu

Fotos: Leandro Pérez Pérez, Otilio Rivero Delgado y Yahily Hernández Porto

Edición: Malena Alvarez Julín